Juan Antonio Rosado Zacarías

BREVE ACLARACIÓN

En la entrega anterior, titulada Armando Pereira Llanos, creador literario, reuní mis textos sobre las novelas, los cuentos y poemas de Armando Pereira. Ahora reúno aquellos que tratan sobre algunos de sus libros de ensayos e investigaciones literarias. Todos estos escritos fueron publicados en distintos medios impresos a lo largos de los años.

 

 

 

 

I. ARMANDO PEREIRA: EN BUSCA DE LA REVOLUCIÓN PERDIDA

Los caminos que el investigador humanista utiliza para satisfacer sus obsesiones suelen ser heterogéneos, multívocos y nunca uniformadores. La aparición del libro Novela de la revolución cubana (1960-1990), no sólo ha recalcado la preocupación por la narrativa hispanoamericana del siglo XX que Armando Pereira, en su trayectoria como crítico y ensayista, ha demostrado desde 1981, cuando publicó La concepción literaria de Mario Vargas Llosa, sino que ha aportado una visión crítica basada en el desprecio a la uniformidad y a las soluciones fáciles y unívocas.

El autor se interna en un tema poco tratado en México y analiza las novelas más representativas de cada uno de los momentos por los que ha atravesado la literatura en la isla caribeña durante el régimen de Castro. Este viaje a través de las obsesiones centrales de los autores cubanos no es una simple historia literaria, sino un estudio penetrante de los textos sin atenerse a un solo y absoluto modelo teórico y sin pretender que las obras se adecúen a una sola y uniforme concepción de las letras, y este es quizá el rasgo más peculiar de Pereira, quien asimismo reconoce que no se trata de abandonarse a un eclecticismo metodológico, sino más bien «de usar la metodología precisamente a partir de lo que es: tan sólo un instrumento de análisis y no la camisa de fuerza que el prurito metodologista ha terminado haciendo de ella». Distintas voces, desde Bajtin hasta Goldmann y Bloom, pasando por Barthes, Sartre, Luckács, entre otros, entran en juego sin la fuerza del dogma.

 La pretensión es determinar, a través de la novela escrita en Cuba, «la conformación de un nuevo proyecto cultural: sus preocupaciones, sus búsquedas, sus perspectivas». Mediante una selección de las obras más significativas y sin atender a un orden cronológico riguroso, se nos revela el proceso de cambio en una sociedad que, tras el triunfo de la Revolución en 1959, tuvo que asesinar el pasado neocolonial para abrir los ojos al futuro.

 El tránsito de la novela cubana de la Revolución es dividido en tres décadas, cada una con rasgos específicos: de una narrativa épica que da cuenta de la insurrección armada, de las luchas populares que derrocaron a Batista (autores como Soler Puig, Jesús Díaz y José Lorenzo Fuentes), a aquellos textos que tratan del problema del intelectual de transición (como en Memorias del subdesarrollo, de Edmundo Desnoes; o La situación, de Lisandro Otero); de una escritura barroca que pone énfasis en el lenguaje (el análisis de Paradiso, de Lezama Lima es, tal vez, el más agudo del libro), al realismo socialista de los años setenta (por ejemplo, La última mujer y el próximo combate, de Cofiño López) y a la novela-testimonio de Miguel Barnet, para finalizar con una literatura de índole intimista a partir de los años ochenta, representada por autores como Senel Paz y Antón Arrufat. El lector se percata de que el tema épico de la Revolución se va quedando atrás para llegar a una novela con motivaciones más personales. Pereira emprende la búsqueda de esa Revolución, de ese cambio social radical que motivó la creación de una nueva literatura y de cómo esa literatura se ha transformado dentro de la misma Revolución. Aquí aclaro que el título de este comentario no posee connotaciones políticas ni sociales, sino literarias: en la evolución de las letras cubanas, las propuestas épicas se van perdiendo paulatinamente. El autor nos muestra esta Revolución perdida entre las letras, este proceso de cambio de manera amena y sin la pedantería del metodologista a ultranza.

Sin desatender el contexto histórico y recurriendo a las palabras de Castro y de Ernesto Guevara, se ponen al descubierto y se desmenuzan figuras como la del héroe revolucionario y la del intelectual en transición hacia el socialismo, cuyo complejo de culpabilidad lo hizo convertirse en obrero o campesino, proletarizarse, ir más allá de las palabras para contribuir con sus manos al logro revolucionario. La sicología del cubano que duda del cambio, del cubano de transición entre el régimen neocolonial y el socialista, es también analizada y expuesta.

Pero lo más valioso del libro, a mi juicio, es que el autor nos revela, por medio de reflexiones que emanan de los mismos análisis, su concepción particular de la narrativa: la función de la novela, la corriente realista y testimonial, la memoria colectiva, la novela como artificio, los distintos recursos literarios, las dimensiones históricas y sociológicas, la profundidad o superficialidad de los personajes y situaciones, son algunas de las muchas reflexiones que brotan de los análisis concretos de los textos. Por ejemplo, se contrapone la novela testimonial, fiel a la realidad que describe, con la novela como artificio, que «sólo dispone de sus propios medios de constitución para convencernos de la verdad (o falsedad) de lo que nos cuenta», y se concluye que la verosimilitud de una obra no emana de su correlato con una realidad, la cual es irrelevante para la escritura misma. También se defienden todas aquellas instancias de realidad que a veces se presentan como irreconciliables en el llamado realismo socialista, como el sueño, el deseo, la imaginación o la fantasía. El libro, pues, trasciende la crítica para apuntar hacia una teoría de la novela.

Al parecer, el autor, consciente de la inutilidad de adoptar una posición absolutista frente a la obra de arte, ha aprendido la lección de Ibsen, quien afirma que «Vivir es luchar con los duendes del alma y el corazón. Escribir es detenerse para juzgarse a uno mismo». Y esto es lo más valioso del libro: Pereira ha analizado el fenómeno literario cubano como una experiencia personal que le ha permitido juzgar y reflexionar sobre su propia posición frente a la literatura en general y llegar así a conclusiones de valor universal.

Novela de la Revolución cubana le otorga al lector mexicano la oportunidad de adentrarse en una narrativa surgida dentro de un fenómeno cultural global que nació en Cuba y que trascendió las fronteras de la isla para incidir en gran parte de la intelectualidad latinoamericana; un fenómeno cultural que dialogó (y dialoga) incansablemente con nuestro país y con el resto de Latinoamérica. Por ello este libro, a pesar de las carencias necesarias que implica, será indispensable para obtener una visión más amplia y certera de la literatura latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX.

 

II. UNA ESPAÑA ESCINDIDA: FEDERICO GARCÍA LORCA Y RAMIRO DE MAEZTU

Tal vez ningún otro conflicto bélico haya tenido, en el siglo XX, repercusiones tan contradictorias como la Guerra Civil Española: desde la gestación de la Segunda Guerra Mundial hasta el exilio de cientos de españoles a países como México, esta Guerra, producto de la polarización ideológica en que vivía España, de la pugna de intereses opuestos, tuvo también repercusiones en el mundo intelectual y artístico. Se trata de una Guerra que, históricamente, va más allá de la misma historia en tanto recuento de sucesos políticos y sociales, para insertarse en el aparentemente desinteresado campo del arte y de la intelectualidad. Digo «aparentemente» porque el intelectual desempeñó un papel de primer orden.

Es justamente este papel el que aborda Armando Pereira en su libro Una España escindida. A partir de las figuras emblemáticas de Federico García Lorca y Ramiro de Maeztu y Whitney, el autor ha estructurado una imagen novedosa de la Guerra Civil Española: «Las piezas ya estaban ahí —dice Pereira—, sobre la mesa, participando de otras múltiples combinaciones, y a mí sólo se me ocurrió armarlas de otra manera», y también: «Los asesinatos de Lorca y Maeztu estaban ahí, entrelazados, confundiendo sus signos, como un símbolo afrentoso, como una escarnecedora metáfora, de lo que había sido España, sí, pero sobre todo de lo que ya irremediablemente sería desde entonces, por un largo tiempo».

En el primer capítulo, Pereira despliega una visión panorámica, un repaso por la vida literaria y, en general, cultural de la España de mediados de los años treinta. Tanto la intelectualidad de izquierdas como la de derechas son analizadas desde una visión objetiva y al mismo tiempo impregnada de esa intensidad con que construye su texto el narrador o el ensayista profundamente comprometido con el mundo que desea expresar. El narrador-ensayista nos pasea por una vida intelectual alejada del pueblo (si exceptuamos actitudes como las de García Lorca o Max Aub), pero, al mismo tiempo, se detiene en el pueblo: «Mientras la intelectualidad española pasaba los días y las noches entregadas a sus alegres o sesudas disquisiciones «tertualianas» —afirma el autor—, la gente del pueblo estaba en otra parte, ocupada en cosas muy distintas […] estaba en las calles manifestando su urgente voluntad de cambio, su deseo de asumir el protagonismo histórico que la brecha democrática en teoría debía ofrecerles». Pereira reconstruye un mural político, social y literario, y al mismo tiempo sintético y ameno, de lo que fue el contexto de la época: las izquierdas divididas, la situación de los comunistas, socialistas, anarquistas y conservadores; las derechas que cerraban filas y una España caótica que tenía que estallar. «Dos Españas —dice el autor—, las dos en una dimensión semejante y con la misma fuerza, sacándose las uñas y los dientes una a la otra».

Como ya lo sugerí antes, Armando no se dedica exclusivamente a exponer o a explicar: también narra, y al narrar piensa en un público general, que saborea, más allá de las síntesis o resúmenes, las esencias descritas por la mirada del artista-investigador. Ni el artista vence al académico ni el académico aniquila al artista. Pereira ha sabido hurgar en las fuentes, desde Muñón de Lara hasta el ya clásico Hugh Thomas, pasando por Enzo Cobelli, Pietro Nenni, Ian Gibson y Claude Couffon. En una historia más detallada, se extrañarían libros como los cuatro tomos de Guerra y Revolución en España (1936-1939) (Moscú, 1967). Pero en la exposición concisa de Una España escindida, dichos libros e investigaciones no tienen cabida: no se trataba de alargar la investigación ni de presentar una historia distinta. Para beneficio del lector común y de la intensidad y amenidad, el escritor eligió la economía de lenguaje y de fuentes. Como el narrador que es, Armando ha sabido tejer, con la pasión del artista, un telón de fondo en su «Presentación», telón que le servirá para hacer aparecer a sus dos protagonistas a través de una técnica similar a la de Plutarco. Sin embargo, aquí no se trata de «Vidas paralelas», sino antagónicas, opuestas, que de algún modo representan, a nivel individual, ese telón de fondo. La representación y la reflexión en torno a las vidas y muertes de García Lorca y Maeztu van más allá de la mera función biográfica o historicista: hay una contemplación estética que conjuga a estos artistas no sólo con sus pretensiones ideológicas o políticas, sino sobre todo con sus poéticas, con sus formas de plasmar el pensamiento.

El esfuerzo de síntesis, como podemos apreciar, es notable: una situación histórica tan compleja expuesta, sin embargo, con amenidad, tenía —para conservar e intensificar tal amenidad— sostenerse en los dos ejes sobre los que versa el libro: Federico García Lorca y Ramiro de Maeztu.  Pereira no se contenta con repetir, reproducir o simplemente exponer la historia social, sino que, más aún, pone en relieve, entre el maremágnum, la voz de los intelectuales y sus actitudes frente a los hechos, por lo que lentamente, desde el texto introductorio, los personajes se van perfilando, van desembocando en esas dos actitudes individuales (y también colectivas) a que se refiere el título.

Apoyándose sobre todo en Gibson y en la prensa de la época, Armando Pereira devuelve a Lorca su profundo compromiso político, que las derechas franquistas trataron de negar durante décadas; repasa la figura de este poeta, pero también la de sus asesinos, la «escuadra negra». Lo mismo hará al llegar a la menos conocida personalidad de Maeztu. Al elaborar su recorrido por la vida intelectual y la muerte del autor de Don Quijote, don Juan y la Celestina, Armando pone en relieve un hecho incuestionable: los mismos métodos criminales eran practicados tanto por las derechas como por las izquierdas.

Cuando analiza al Maeztu nietzscheanio, quien principalmente toma del filósofo alemán la idea del superhombre, sintetiza a la vez el cambio que se operó en el ensayista español: su conversión a la religiosidad y a la idea de que una España conservadora era la mejor alternativa:

En realidad, la España que Ramiro de Maeztu buscaba al final de su vida, y a la que dedicó la fuerza beligerante de su pluma en los últimos años, era aquella que estableciera una continuidad con la de los Reyes Católicos […], la España imperial […], la que había sometido a sus designios a un nuevo continente, la que había expulsado a judíos, árabes y gitanos de su territorio, la xenófoba, la del inquisidor Torquemada, la que obligaba a todo no cristiano a la conversión a una fe única bajo la amenaza de morir en las mazmorras inquisitoriales o en la hoguera, precisamente la España que Federico García Lorca había rechazado siempre.

Para Pereira, Maeztu nunca perdió la esperanza de salir de prisión porque no pasaba por su cabeza la idea de que un simple pensamiento disidente pudiera ser castigado con la vida, y mucho menos en una democracia. Lo que, para el autor de esta biografía comparada, precipitó la muerte de Maeztu fue la confirmación del asesinato de Lorca. Si fue eso, tanto republicanos como conservadores cayeron en la misma intolerancia e intransigencia: «No es posible —dice Pereira— usar los mismos métodos criminales y seguirnos declarando distintos».

Si el libro se inicia con el contexto de la Guerra Civil, en el «Epílogo» su autor retorna a ese mismo contexto, al final de la Guerra. A la España de Lorca, del Frente Popular, a la España democrática que había perdido la guerra, sólo le quedaba el exilio o la persecución, la cárcel, el fusilamiento. Países como México, Francia, la Unión Soviética y la Argentina recibirían a los exiliados. Y a pesar de la victoria de los aliados después de la Segunda Guerra Mundial, la imagen de la España escindida permanecerá prácticamente hasta el deceso de Franco, a mediados de los años setenta. Más de cuatro millones de españoles emprenderían el camino del exilio, aunque también dentro de la España franquista hubo una literatura que se enfrentó a la dictadura. Pereira menciona a algunos escritores paradigmáticos en este sentido. A mi juicio, le faltó nombrar a un dramaturgo que considero imprescindible, sobre todo por su alegórico drama La mordaza, representación de un patriarcado feroz en el seno de un microcosmos. Me refiero a Alfonso Sastre y al grupo que fundara en los años cincuenta con José María de Quinto: el Teatro de Agitación Social (TAS). Además, Sastre visitó Cuba en 1964 debido a su admiración por Fidel Castro, gesto eminentemente antifranquista.

Por último, no quiero concluir esta nota sin acotar que Una España escindida, sobre la intelectualidad dividida, aparece en México cincuenta años después de una obra ya poco recordada, pero que merecería serlo: Cadetes mexicanos en la Guerra de España, de Roberto Vega González. Aparece también poco después de Cota 666, de un español-mexicano, miembro de las Brigadas Internacionales, que luchó en la Batalla del Ebro: Juan Miguel de Mora. El libro de Armando y Cota 666 ofrecen dos visiones totalmente distintas de la Guerra: el de De Mora, una visión autobiográfica, personal, de los horrores en el campo de batalla; el de Pereira, el despliegue de una pugna intelectual e ideológica que marcó la fisonomía de toda una nación.

 

III. NARRADORES MEXICANOS  (1947-1968)

Entre los ensayistas que se alimentan del saber filológico, de la teoría y seriedad que requiere un estudio literario, y no sólo de la apreciación «impresionista», se encuentran Armando Pereira y Claudia Albarrán, con una larga trayectoria como investigadores (ambos participaron en la realización del Diccionario de literatura mexicana, que expone corrientes, polémicas, revistas, grupos y demás instancias mediadoras), pero también con una trayectoria como escritores en el sentido más amplio: ensayistas literarios que no escatiman el arte al elaborar sus textos.

En el libro Narradores mexicanos en la transición de medio siglo (1947-1968) (2006), participa Claudia Albarrán —biógrafa de Inés Arredondo— con dos ensayos: uno sobre Juan Vicente Melo y el otro sobre la misma Arredondo. El título de la obra es novedoso por varias razones. En primer lugar, se trata de un libro unitario por el tema —los narradores de la llamada Generación de Medio Siglo—; tema del que existe mucho material, pero escasos estudios. Esta obra entonces viene a cerrar un hueco en la historia literaria sobre aquella época. Por otro lado, aunque constituye un volumen unitario, cada uno de los diez ensayos puede leerse de forma autónoma, lo que abre el abanico de intereses y, por tanto, de lectores.

El libro se halla dividido en tres partes: la inicial trata sobre escritores cuyas primeras obras aparecieron en los años 40 y 50; la segunda, sobre autores que se dieron a conocer durante los 60, y la tercera, sobre la polémica entre nacionalismo y universalismo en la Revista mexicana de literatura (1955-1965). El enfoque y tratamiento de los artistas y sus obras es a la vez riguroso y personal, sencillo en su estilo y profundo en su contenido. En algunos casos, se revelan lecturas novedosas sobre ya clásicos de las letras mexicanas.

Ahora bien, la obra no constituye una colección de ensayos independientes. Si me he referido a un libro «unitario», dicha unidad se esclarece y cobra todas sus dimensiones porque las dos primeras partes se hallan precedidas por una Introducción consistente en un análisis de la situación económica, política y cultural que vivía México en el momento en que las narraciones fueron concebidas y publicadas. A continuación, me referiré a la primera parte.

El estudio sobre Al filo del agua, más allá de una lectura sobre el provincianismo y la mojigatería de un pueblo, descubre las implicaciones éticas de esta novela que rebasa el color local y se abre a una dimensión universal al profundizar en los graves efectos que acarrea la represión sistemática del deseo. Con el ensayo sobre Pedro Páramo ocurre algo similar. Si la crítica, en general, se ha ocupado de la historia del cacique Pedro Páramo, Pereira fija su atención en la de Juan Preciado y su madre, y en las implicaciones míticas de la obra. En «Josefina Vicens y el abismo de la escritura» (sobre El libro vacío y Los años falsos), el autor hace hincapié en el significado del vacío que denuncia la palabra escrita y cómo ese vacío desborda la página para abarcar al libro. Por su parte, La región más transparente, de Carlos Fuentes, es interpretada desde su polifonía y sus intertextos, análisis que nos acerca a la escritura misma de la novela. Además, el autor lleva a cabo una revisión de las repercusiones de dicha obra en las letras hispanoamericanas. Por último, el ensayo sobre José Revueltas se centra en Los errores como culminación de un proceso narrativo iniciado con Los muros de agua.

La segunda parte contiene textos aún más reveladores que la primera, ya que los escritores a los que se refiere han sido menos comentados por la crítica. El contexto histórico y cultural es más detallado, lo cual se justifica en tanto que se trata de un periodo sobre el que —en el campo de los estudios literarios— se ha reflexionado menos. Los ensayos sobre De anima, de Juan García Ponce, y Farabeuf, de Salvador Elizondo, se centran sobre todo en el problema de la representación literaria, de la escritura. En cuanto a los ensayos de Claudia Albarrán, éstos se detienen en los cuentos de Juan Vicente Melo y de Inés Arredondo, cuya calidad como escritores es hoy indiscutible. En este sentido, las reflexiones contribuyen a la relectura de libros como La señal, La noche alucinada y Los muros enemigos.

Finalmente, la tercera parte —«La polémica entre nacionalismo y universalismo en la Revista mexicana de literatura»— redondea, amplía y reunifica la visión que se había presentado en las dos introducciones, particularmente en la segunda. El último texto le otorga mayor cohesión a los ensayos y constituye un análisis de la mencionada revista a la luz de los colaboradores que escribieron sobre nacionalismo y universalismo, como Jorge Portilla y Emmanuel Carballo. Pero también examina las posiciones de los colaboradores en torno a la obra Significación actual del realismo crítico, de George Lukàcs, cuyas implicaciones en el tema son directas.

El libro en su conjunto recorre momentos claves en la historia de la literatura mexicana de los 40 a los 60 del siglo XX. Además de llenar un hueco en la historia de las letras nacionales, tres son los elementos que hacen de estos ensayos un acontecimiento en materia de crítica: la originalidad en el tratamiento y enfoque de los temas; la pasión y el tono con que están escritos, y el estilo fluido, ameno con que se plasman tanto los temas como esa pasión. El lector evoca imágenes que reflejan la intensidad de la realidad cultural de toda una época y de sus escritores más representativos. A la vez, la lectura no deja nunca de suscitar una serie de reflexiones.

 

IV. MÉXICO EN LA IMAGINACIÓN EUROPEA

Imago, imagen, imaginario, imaginación… Estos conceptos aluden a la representación de un objeto a través de la interpretación. Se percibe al otro y éste nos provoca sensaciones diversas. Nos creamos una imagen de ese otro para explicarlo, comprenderlo o atacarlo, pero jamás penetramos en el objeto real: sólo obtenemos un simulacro. Basándose en gran medida en la imagología en tanto ciencia que estudia el modo en que se construyen las imágenes mentales, Armando Pereira, en México en la imaginación europea (2017), emprendió la tarea (a mi juicio, con éxito) de percibir, exhibir y analizar, mediante este nuevo sistema de interpretación textual, las imágenes que algunos de los más destacados escritores europeos del siglo XX se han hecho de México. Nociones preconcebidas, prejuicios, lugares comunes y estereotipos ayudan a conformar, al fin, un conocimiento ilusorio del otro. En general, como sostiene Lippmann, primero definimos al otro y después lo vemos. Para Pereira, eso les ocurrió a muchos escritores europeos que visitaron México en el siglo XX. Ya Edmundo O’Gorman había propuesto que América no se descubrió: se inventó. La invención de América se gestó a través de la imaginación europea.

En el siglo XX, muchos escritores europeos visitaron México por la guerra, por el camino del desastre que tomaba Europa, porque pensaron que el nuevo país podría darles lo que no les daría el Viejo Continente. Esa ilusión los trajo y esos escritores percibieron en México lo que necesitaban percibir. Los llamados «caracteres nacionales» carecen de bases reales, ya que emergen en forma de imágenes; son constructos imaginarios. Más que intentar entender a una sociedad, la imagología trata de comprender un discurso de representación. Ya no se trata de encontrar el sentido esencialista o trascendente cuando hablamos de «identidad» o «nación», sino la manera en que tales sentidos se construyen. El libro de Pereira no muestra la llamada «realidad de México», sino algunas de las muchas maneras en que este país fue «pensado», «imaginado» por una racionalidad que lo tradujo en imágenes.

Vicente Blasco Ibáñez, D.H. Lawrence, Graham Greene, Malcolm Lowry, André Breton, Trotsky, Max Frisch, Italo Calvino, Antonin Artaud y Le Clézio vivieron México a su manera. ¿De qué manera? ¿Cuáles son las imágenes que se forjaron a partir de sus propias ideas, necesidades y experiencias? El primero, en su libro El militarismo mexicano, con sus «tiranuelos de pistola» y una revolución mexicana «corrupta» que aparece como «estafa», debe contextualizarse, dice Pereira, como la discusión sobre una tendencia hacia las dictaduras, hacia el poder personal y la militarización de la sociedad. Para Blasco, el gobierno mexicano se burla de su gente, la desprecia, la manipula con fines personales. En cambio, Lawrence realizó una visita con una visión utópica, mesiánica y totalmente falsa y descontextualizada sobre este país. Greene, por su preocupación religiosa, atestiguó la persecución de un Estado totalitario, sin considerar (tampoco lo considera Pereira en esta parte) el lado negro de un fanatismo (el de los cristeros) capaz de las peores atrocidades. Aquí, en cambio, los cristeros resultan las «víctimas», cuando históricamente la reacción de ellos fue la causante de todo. Incluso tuvieron su propia Constitución.

El México de Lawry es un infierno de harapientos y semienterrados; un lugar contradictorio e ininteligible, sin esperanzas, hecho de tequila, mezcal, cantinas, plazas públicas y ruedos: una tierra cruel. El de Max Frisch es de orquídeas y zopilotes: el cielo de México pertenece a los zopilotes; la riqueza del subsuelo, a los estadounidenses. México es país cruel, donde el dolor del otro es motivo de risa. En cambio, Italo Calvino se centra en el barroquismo gastronómico y forma un imaginario de nuestra cocina. Por último, Antonin Artaud busca la magia del peyote; Jean Marie-Le Clézio, uno de los más interesados por este país, contempla el polvo y la lluvia.

Podría extenderme más en este libro sobre algunas visitas extranjeras a México. No están aquí todos los escritores europeos que visitaron esta parte del mundo: sólo centrarse en los españoles daría para otro libro. Pienso en José Moreno Villa y en su clásica obra Cornucopia de México. Muchos de ellos no volvieron a Europa y casi se hicieron mexicanos. Con excepción de Blasco Ibáñez, Armando sólo se centra en los autores que piensan en otras lenguas. Una de las mayores cualidades de este libro es su orden cronológico. Así el lector reconstruye una serie de imágenes que una parte de la crítica precedente descontextualizó. Pereira intenta ponerse «en los zapatos» de cada autor y analizar cuándo, desde dónde y por qué escribió lo que escribió sobre México.

 

Penúltima conversación de Armando Pereira con JARZ en el canal Grandezas de Liliput