Arcelia Ayup Silveti

En la familia te llamamos Pilduldi, querido hermano Jaime. Te recuerdo joven, deportista, tranquilo y feliz; centrado en estudiar, servir, jugar y convivir con la familia y amigos. Dabas largas zancadas con tu cuerpo flaco y largo; reacomodabas con frecuencia tus lentes que, desde que tengo memoria, te acompañaban, igual que tu corazón noble y tu alma de niño.

En retrospectiva, visualizo tu estoicismo: encontraste tu felicidad de acuerdo con tu perspectiva y actitud sin basarla en opiniones ajenas. Me admiraba tu disciplina, que forjaste en veinte años ininterrumpidos sin beber. Predicabas con el ejemplo y aprendiste a controlar tus pensamientos, y no a la inversa. Fuiste sereno, justo, razonable, sincero y respetuoso. No te recuerdo en pleitos o con reportes en la escuela.

Viviste treinta y cinco años en Río Grande, Zacatecas, donde hiciste tu vida familiar y profesional. Mi mamá y mis hermanos comprobamos en días pasados tus cosechas en ese lugar, donde hiciste de tus compañeros amigos, y de tus amigos, familia. En ese pequeño pueblo conviviste con gente de exquisita riqueza espiritual que comparte lo que tiene en su refrigerador y en su alma. Te rodeaste de personas que miran a los ojos y demuestran su ser puro: gente educada que saluda sin saber quién eres. En el cortejo de la funeraria a la iglesia, los hombres se detenían, se quitaban sus cachuchas o sombreros y hacían reverencias al ataúd que transportaba tu cuerpo, Pilduldi.

Te cayeron los dados de la implacable ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica); fuiste uno de los cinco entre cien mil. Perduró en ti un año: tus neuronas morían poco a poco y dejaron de enviar mensajes a los músculos. Veíamos cómo aminoraban tus fuerzas y cómo perdías aliento y motricidades. Te salvó la memoria de tus ligamentos ejercitados para moverte hasta el último día. Este monstruoso padecimiento no tiene cura ni tratamiento y, sin embargo, Pilduldi, te las ingeniaste para no olvidarte de sonreír.

Te dejamos el miércoles 20 de marzo en el panteón de Río Grande. Tu esposa e hijos pusieron una cruz con tu nombre, tu fecha de nacimiento y el día que trascendiste. Disfrutaste capas de flores, de lágrimas, de tierra y de hermosas palabras. Se quedó tu cuerpo más flaco, más quietito, sin dolores ni medicinas que no te curaron. Nos regalaste un vientecillo helado en tu descanso.

Hoy nos miras en tu pueblo. Hoy estás sin cuerpo. Hoy serás noche. Agua. Viento y raíz. Hoy, Pilduldi, tu corazón y tu alma se comparten entre Matamoros, Coahuila y en Río Grande.