Celic Rosas

 

 

 

I

 

Un portazo en la cara

 

El giro firme de la llave.

 

—Quizá solo miraste atrás

para asegurarte del candado

en su sitio.

 

El aire suspendido en la habitación.

 

Solo tuve tiempo de sostenerme

del  —ni siquiera— sonido de tus pasos

desfallecientes,

de los restos de tu voz,

resonando en este hueco

de piel.

 

La certeza de la desaparición.

La seguridad de irse.

La convicción de no estar.

La indiscutible decisión.

La definitiva renuncia.

Tu fecha de caducidad, presencia

—sin previo aviso.

 

La impotencia.

 

Un intento de encogerse de hombros.

 

Queda recoger los días que

tenías en la lengua y

que querías pronunciar.

 

Los muebles inmóviles.

Al descubierto.

—Busca tus ropas, Celic.

 

El espacio que se avalancha.

Una corriente fría.

 

Las manos juntas,

un nido que se aferra

al calor de la partida.

 

EL ABANDONO

 

 

 

II

Otra vez de rodillas.

Otra vez saboreando

la idea de ser

el atardecer milagroso

de la esquina de un lunes,

la luna salpicada

en el charco de

un jueves,

el olor a café

entre el diente

y la lengua,

el sorbo de aire

en el abismo

del pecho.

 

Me sorprendo

de rodillas —sin forcejear—,

ante la corriente

de su cabello,

ante la llanura

blanca de su piel,

y el entrecejo de

sus dos gaviotas

que acompañan

su sonrisa y

que emprenden vuelo

 

—lejos de mí.

 

Y otra vez.

Otra vez soy

el siempre cable de luz

para alas agotadas.

 

El pueblo de paso

 

CAMINO A ROMA