Celic Rosas

 

 

 

 

 

I. Nunca vi unos ojos…

 

Nunca vi unos ojos

tan negros.

Perfectas cuevas para

esconder pupilas.

Te miro y no sé

si mi luz…

si mi sombra…

si mi aleteo por tu cristal…

si mis airosas palabras

entre sus cabellos…

si mis ojos en los tuyos…

 

¿Los notas?

 

Yo nunca vi unos ojos

tan negros.

 

Y temo que eso serán

para el recuerdo.

Un par de navíos

al borde del horizonte,

anclados en un noviembre eterno.

Sus siluetas. Sus contornos.

Lejanos.

 

 

Distantes.

 

Ausentes.

 

 

Un viento de velas

que nunca rozará el puerto

de estas mejillas.

 

 

II. Manual de dudas más frecuentes del español

 

 

¿Cuándo poner una coma?

¿Antes del predicado?

¿Tras el sujeto?

Nunca después del sujeto,

a menos que sea un elemento intercalado.

 

Entre tú y yo.

Y lo que no cabe.

 

Cuando el adjetivo inconmensurable

cobra sentido y se avalancha en los labios.

Cuando entre tus brazos,

el verbo pertenecer y

una sola vocal que se repite.

Cuando la inmensidad tras la ventana,

bajo tu piel.

Cuando el adjetivo despejado de tu mirada,

y el vuelo de mis ojos en los tuyos.

Cuando el reloj marca tu nombre

en punto cada día,

y las manecillas oprimen el pecho.

 

Cuando te quiero ya no basta.

Cuando te amo y es suficiente.

 

 

 

III. El monstruo del Lago Ness

 

 

Tú, ahí.

Tus imperturbables ojos

y los míos –resquebrajados.

 

No hay luces en el cielo

y la luna no se tambalea

en este lago.

Tu voz no se tropieza

en el camino.

Tus manos no se atascan

en el hilo suelto

de este suéter hecho piel.

 

Y sin embargo te busco.

Yo no veo la hora de

coincidir contigo.

Y tú…

 

Imperturbables ojos.

 

Y yo…

 

Yo lanzo la mirada a otro

lado,

como el pescador que

ha perdido la fe.

 

Y espera.

 

Y disimula.

 

El ansia.

 

La mirada recargada

en un claro de luz.

 

Y las manos.

 

Las manos sujetas

a la espera de este

lago desierto.