Úrsula Wood

 Aquí yace Saadat Hasan Manto[1]. En su pecho están enterrados todos los secretos y los matices del arte de escribir cuentos. Aún ahora, bajo el peso de la tierra, se pregunta si él es el gran escritor de cuentos o lo es Dios…

Empecemos con un epitafio, el mismo que Saadat Hasan Manto escribió un año antes de su muerte. Para muchos, tales palabras no hacían sino comprobar su arrogancia como escritor; para otros, el mensaje era una muestra más de su indiscutible y controvertido ingenio. Reconocido como uno de los mejores cuentistas modernos en lengua urdu del sur de Asia, durante su vida, Manto tuvo que enfrentar constantes juicios por obscenidad debido a sus creaciones. Si bien es cierto que algunos de sus relatos rebosan de sensualidad y erotismo, el nombre del autor indopaquistaní se asocia con mayor frecuencia al de las literaturas de la Partición del subcontinente. Nacido en 1912 en Sambrala, Punjab, en el seno de una familia musulmana, Manto no sólo se volvió testigo y partícipe de los movimientos sociales que culminaron con la independencia de la India y la creación de Paquistán en 1947, sino que además sufrió los tiempos violentos y convulsos que terminaron por desgarrar su existencia junto con la de millones de personas en el sur de Asia. Al igual que muchos otros musulmanes, Saadat Hasan Manto se vio obligado a abandonar la India en 1948 y trasladarse Paquistán, a raíz de la violencia y tensiones religiosas, que llegaron incluso a afectar a grandes compañías cinematográficas como Bombay Talkies, industria para la cual Manto trabajaba escribiendo guiones. Alejado de Bombay, su fuente de inspiración, la ciudad que tanto amaba y en cuyas calles se sintió finalmente acogido, el autor se convirtió en un exiliado más dentro de su nueva nación, Paquistán. Pronto, la nostalgia de su tierra natal y lo absurdo de las fronteras se volvieron una constante dentro de su producción literaria. De hecho, ese exilio forzado, producto del miedo y la violencia, marcaría para siempre su escritura volviéndola más sombría, al tiempo que su vida se iba extinguiendo a causa de la depresión y el alcoholismo. Aun en aquellas circunstancias y sin perder nunca su tono irónico, casi cínico, que lo caracterizó desde el inicio, Saadat Hasan Manto continuó dando voz a todos aquellos sectores marginados de la sociedad, sin juzgarlos ni relegarlos, simplemente intentado transmitir la belleza que existe incluso en los lugares más oscuros que habita el ser humano. Los dejo, queridos lectores, en compañía de Manto, esperando que sus perspicaces comentarios los inspiren al momento de escribir sus propios relatos.

Consejos de Manto a los carteristas de historias[2]

  1. Sin mi pluma, no soy más que Saadat Hasan, un hombre que sabe muy poco y que no puede expresar mucho. La pluma es quien me transforma en Manto, el escritor.
  2. Escribo porque soy adicto a la escritura, al igual que soy adicto a la bebida. Porque si no escribo una historia, siento como si estuviera desnudo, como si no me hubiera bañado, como si no hubiera bebido mi primer trago de licor.
  3. La literatura nunca puede estar adormecida. El letargo que le atribuimos es en realidad el nuestro. Nosotros, los escritores, no somos profetas […] lo que sea que entendamos lo presentamos al mundo, y nunca forzamos a éste a aceptarlo…
  4. Acepta esta realidad de pesadilla sin autocompasión ni desesperanza [y] en ese proceso trata de recuperar, de este mar de sangre creado por el hombre, perlas de un extraño color al escribir sobre la determinación incansable con que se han matado los hombres, sobre el remordimiento de algunos de ellos, sobre las lágrimas de asesinos que no podían entender cómo tenían todavía algunos sentimientos humanos. […] Si no pueden soportar estos cuentos, quiere decir que estos son tiempos insoportables.
  5. En tiempos así, el escritor rehúye toda fragancia y va en pos de la inmundicia. Detesta el refulgente sol prefiriendo los oscuros laberintos. Abomina la modestia, pero le fascinan la desnudez y la desvergüenza. Desprecia la dulzura y, en cambio, es capaz de dar su vida por un sabor amargo. […] No se le verá nunca paseando a la vera de los riachuelos, pero le encanta vagar por la mugre. Donde otros lloran, él ríe, y donde otros ríen, él llora. Le gusta enjuagar con cariño los rostros ennegrecidos por el mal para hacer que surjan sus verdaderos rasgos.
  6. Como cazador de mariposas, persigue las palabras; incluso si en ocasiones éstas se escapan de tus manos, provocando así una falta de preciosismo en el lenguaje. Entonces conviértete en un tosco e impaciente herrero que forja con los golpes que la vida le ha dado.
  7. El escritor no enseña a los demás cómo deben comportarse sino que comprende el mundo por sí mismo. En el afán de enseñar y explicarse las cosas, se sitúa más allá del entendimiento y la sabiduría. De vez en vez, hace los comentarios más extraños y eso me hace reír.
  8. Cuando debe escribir una historia, piensa en ella toda la noche. Al principio, no surge ninguna idea concreta. Se levanta a las cinco de la mañana e intenta sacarle jugo a alguna noticia del periódico, sin conseguirlo. Luego va al baño a refrescar su mente, sin éxito. Lleno de frustración, provoca discusiones sin sentido. Si eso no funciona, sale a comprar tabaco, que permanece intacto sobre su mesa; la historia lo sigue eludiendo. Finalmente, como si se protegiera de un ataque, agarra su pluma. […] Todas sus historias se escriben de esta manera «fraudulenta». En realidad, él no escribe los relatos; los relatos lo escriben a él.
  9. Como prueba de lo anterior, siempre menciona que nunca piensa en sus historias, sino que sus historias piensan en él. […] De hecho, cuando está escribiendo una historia, su estado es parecido al de una gallina a punto de poner un huevo. No se esconde para dar a luz sus frutos, sino que los hace surgir ante la vista de todos los que saben observar.
  10. El relato que escribe nunca está en sus pensamientos; se encuentra escondido en su bolsillo. Agota su mente con tal de extraer un párrafo incial inútil. Intenta «convertirse» en un verdadero escritor adoptando la postura correcta y encendiendo un cigarrillo tras otro, pero sin éxito. Entonces, toma su pluma y comienza a garabatear algunas palabras. Su mente sigue en blanco pero ahora su bolsillo está repleto. Y así, como por arte de magia, una historia surge. Por ello, lejos de considerarse un escritor, en realidad se sabe un carterista; uno que asalta su propio bolsillo y les entrega a ustedes su contenido.

 

 

[1] Para la redacción de esta breve introducción fueron de especial utilidad los estudios introductorios de Leslie A. Flemming en Another Lonely Voice. The Life and Work of Saadat Hasan Manto, Vanguard Books, Lahore, 1985; Susana B.C. Devalle en Saadat Hasan Manto. Antología de cuentos, El Colegio de México,
Distrito Federal, 1996; y Rocío Moriones Alonso en Diez Rupias. Historias de la India, Nordica Libros, Madrid, 2019.  En cuanto a la redacción del decálogo, las traducciones del urdu al español de Daniel de Palma y de Rocío Moriones fueron de gran ayuda pues facilitaron mi propio proceso de revisión de los textos de Saadat Hasan en la lengua original.

[2] Compuesto por Úrsula Wood a partir de Naked Voices. Stories and Sketches. Saadat Hasan Manto, Trad. del urdu y ed. por Rakhshanda Jaslil India Ink, Roli Books, Nueva Delhi, 2008 y Why I Write. Essay by Saadat Hasan Manto, Trad. del urdu y ed. Por Aakar Patel, Tanquebar, Nueva Delhi, 2014.