Juan Antonio Rosado

¿Es Pungarabato una novela o un conjunto de cuadros poéticos y retratos vinculados entre sí por las historias que los unen? ¿Es un poema narrativo en prosa que relata la miseria y el dolor y traumatismos humanos a través del recuerdo, la evocación y las emociones? ¿Es todo eso a la vez? Las historias se trenzan a partir de imágenes, situaciones concretas, retratos sicológicos y morales… El lector se enfrenta a una obra literaria de múltiples dimensiones, a un abanico multiestratificado que despliega un gran número de posibilidades interiores, pero también sociales e incluso políticas.

Fátima Soto nos ha obsequiado una novela que nos muestra, mediante un lenguaje poético lleno de intensas —a veces desgarradoras— imágenes, las atmósferas y escenarios de una localidad mexicana, pero también las trayectorias y transformaciones de sus personajes, en particular por medio de los dolorosos recuerdos de situaciones límites. Los personajes son tan auténticos, tan reales en sus dimensiones físicas y sicológicas que tal parece que fueron vividos y sufridos.

Elaborada a base de cuadros en que se exhiben las historias sicológicas de los miembros de una familia, esta obra va, sin embargo, mucho más allá del cuadro costumbrista o de la descripción de la provincia. Temas como la corrupción, la superstición, la hipocresía, la doble moral son fundamentales, pero tal vez el tema que permea la obra en su totalidad sea la muerte. Y no siempre la muerte en su sentido literal. A menudo, encontramos la muerte simbólica, la muerte interior o la muerte como abandono; otras, como experiencia de otredad o como una violenta transformación. En otras ocasiones, como el recuerdo de un cambio abrupto o de la irrupción violenta de un elemento distorsionador de la realidad o del orden establecido.

Consideremos —o por lo menos yo así lo considero— que el mal es justamente el desorden, es decir, lo que sale, niega y atenta contra un orden establecido o un sistema de valores o de conducta aceptados por una colectividad o comunidad. No hablo aquí de sociedad, aunque también podría aplicarse este término. En una sociedad hay normas, códigos, reglas; en una comunidad, en cambio, sobresalen los valores compartidos o comunes (de ahí la palabra comunidad: lo que es común a todos sus miembros). No obstante, en esta novela tanática viven personajes tan humanos, tan bien delineados, que encarnan las contradicciones, deseos, ambiciones, mezquindades e incluso perversiones emanadas de la propia fuerza opresiva de las costumbres y de los valores comunes; por ello surge la hipocresía, la doble moral y la perversión. Si bien este último concepto es relativo, no lo es cuando se toma en cuenta la serie de valores comunes.

A pesar de lo siniestro que puedan parecer ciertos personajes, en esta obra no hay ni buenos ni malos. Los seres que habitan en Pungarabato poseen distintas dimensiones y actúan como las personas de carne y hueso. Adelaido, Benjamín, Iluminada, Patricia, Jacinto son entrañables no sólo por su conducta moral, política o social, sino por su carnalidad, por las realidades interior y exterior que los envuelven, por sus circunstancias y sus pasados. No intente el lector identificarse con alguno de ellos: son seres ajenos, problemáticos y, por tanto, reales, demasiado humanos.

Y si las narraciones que se entrelazan logran capturarnos por el uso constante de la intriga, las descripciones son equilibradas, armónicas y jamás caen en lo prolífico o exhaustivo. La obra no pierde su interés narrativo porque recurre a la tensión para mantenernos alertas. Cifrada por el dolor y la muerte, Pungarabato —obra llena de poesía y plasticidad, alejada del maniqueísmo simplista— nos sorprende por los distintos rumbos adonde se dirige cada ser humano que la habita, así como por el manejo de los diversos puntos de vista sobre determinados hechos.

No cabe duda de que Fátima Soto ha hecho un gran trabajo literario que se suma a la ya vieja tradición de la literatura de provincia —sin caer en el costumbrismo clásico— y a la vez de contenido social y sicológico. El lector que se sumerja en esta obra encontrará un mundo claroscuro y a la vez colorido, pero sobre todo disfrutará de un estilo conciso, impactante y alejado de la ampulosidad.