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Juan Antonio Rosado Z.

La excepción nuca «confirma» la regla, sino que la pone en jaque, la cuestiona. Lo extraño, lo extranjero, lo otro, la alteridad, lo ajeno, lo distinto… casi siempre son el enemigo. A veces nos enfrentamos a él por necesidad. Tolerarlo implica soportarlo, mas no respetarlo. Para hacer lo uno o lo otro, debe morir la supremacía de lo masculino, pero sólo en la medida en que debe morir (o nunca nacer) la supremacía de lo demás. No se trata de sustituir un logos por otro, sino de eliminar el logocentrismo, de dejar a un lado traumas o complejos y ponerse a trabajar en un humanismo de la otredad, que empezaría con una revisión crítica del humanismo tradicional a partir de Erasmo y Moro. No se trata de erigir al feminismo, al indigenismo, al regionalismo o a la postura homosexual en nuevos logos sociales o políticos. El humanismo de la otredad se remontaría históricamente al asesinato de Hipatia y a la quema y persecuciones contra el otro, llámese pagano o bruja.

Este humanismo bebería de las raíces teóricas del jainismo, en particular de la doctrina Anekantebada, que postula la no-violencia y la ausencia de una verdad única, pero también de la filosofía materialista Lokayata, del taoísmo, de Spinoza, Nietzsche, Bataille, Levinas, Karlheinz Deschner, Foucault, Todorov, Dussel y la heterología en general; de la historia de la vida privada y de las mujeres; de lo mejor y más lúcido del feminismo, indigenismo, regionalismo, negrismo y marxismo; de Lacan y Blanchot; del filósofo y economista Amartya Sen; de la «ecosofía» o ecología profunda (y no la ecología tradicional, que mantiene la visión antropocéntrica), así como de la filosofía y teología de la liberación, siempre y cuando ésta no intente ungirnos con la idea de su dios como logos. ¡Basta de logocentrismos! Tampoco me interesa el Sogol de Doufour en su Locura y democracia.

Se debe denunciar y renunciar al machismo, autoritarismo, racismo, clasismo, a la policía protectora de asesinos, a la corrupción de funcionarios, a la prensa sensacionalista, a la misoginia del sistema de justicia y del catolicismo. Humanistas de la alteridad son, entre otros, Gandhi, Jorge Icaza, Rosario Castellanos, José María Arguedas, García Lorca, Víctor Jara o Eduardo Galeano. La preocupación es por el excluido, llámese homosexual, travesti, inválido, negro, indígena, mujer, anciano, indigente, judío, ateo, palestino asesinado por desear una patria, mendigo atropellado, gitano, agnóstico, pobre, perseguido, inmigrante, gaucho, llanero discriminado, y también naturaleza y animales. Rosalba Campra hablaba de los arquetipos de la marginalidad. Hay quien sufre violencia familiar; otros, violencia política, religiosa o militar. Todo poder implica violencia, porque sólo así puede mantenerse.

Feminismo, indigenismo o negrismo, aunque actividades necesarias en nuestro ámbito, son especializadas y a menudo reduccionistas. El humanismo de la otredad o de la alteridad las contempla y abarca mucho más que los aspectos sexuales, hormonales, traumáticos, raciales, de clase o de edad. Suele olvidarse que el machismo en gran medida es invención de las madres que educan a sus hijos como machos. Más que sexual, en gran parte es cuestión cultural. Debe recordarse a las mujeres que padecen del irrefrenable deseo de controlar al otro. El autor de la alteridad escribe sobre quienes sufren el poder opresivo o discriminatorio y la violencia que implica. Jamás defendería a un indígena violador sólo por su raza, como tampoco justificaría a una madre que golpea a sus hijos o a su esposo sólo por ser mujer. Intenta explicar su comportamiento, mas no justificarlo. Ni feminista ni indigenista ni revolucionario, sino todo a la vez, resumido en el humanismo de la otredad.