Marcela Solís-Quiroga G.

A Cristina Guerrero, mi madre.

 

 

 

 

I

Lub-dup lub-dup lub-dup

Suave melodía inaudible…

Lub-dup lub-dup

Perfecto acompañamiento…

Lub-dup

calma y seguridad

en mis días, en mis noches…

¿A dónde te has ido?

 

Tu ausencia es silencio;

tu pausa infinita:

un concierto de pensamientos

en los que te quiero recordar

imparable, agitada, vital.

 

El lub-dup que me dio vida

años, meses, días, horas…

hoy es vacío, silencio,

un paréntesis, un agujero negro

que deberé iluminar

con un nuevo ritmo de metáforas

imperceptibles, inseparables, inagotables.

 

Dub-lup-dub-lup-lub-dup.

¿Qué es eso que escuché?

Imaginación o fantasía,

realidad o soledad…

Dicotomía asonante

en un remolino sin fin.

 

II

Laberínticas disyuntivas

me piden mirar adelante,

sentir, pensar, vivir…

mientras alrededor

circulan letargos, muerte, estupidez.

 

¿Cuánto vale la vida humana?

Carbón, no ceniza.

Madera seca que se quema

para alumbrar a otros

en una fogata finita

que se ahoga en su propio humo.

 

Mientras el aroma de tu incienso

vaga en el tiempo

esperando ser el recuerdo

de alguna semilla,

la memoria de un bosque

o simplemente un grito desgarrador

en una cueva poco profunda.

Tu presencia adopta

el cuerpo de tu abandonada ropa,

el talco de tus zapatos desgastados,

el polvo de una piel sin piel.

 

III

Segundos inacabables en el aroma floral

de tu alcoba vacía;

sonidos radiofónicos que se confunden

en la interferencia de mis recuerdos;

una televisión encendida

entre maletas, cajas, papeles

y ropa abandonada;

polvo que se hace costra

esperándote sin sentido.

Lo evidente se hace niebla.

 

Sé que no volverás a escuchar

a los pájaros cada mañana

ni verás cómo las hormigas

acarrean un granito de azúcar

mientras se sienten amenazadas

por una mirada sin dueño.

Las nubes seguirán formando figuras

que sólo serán descifradas

cuando el eco de tu voz visite mis sueños,

cuando una parte de mí

esté nuevamente cerca de ti,

cuando el viento sople

para que tu esencia me susurre

que aún sigues aquí,

invisible e intangible,

pero siempre presente.