Estrella Asse

Leí «Poesía, poetas, poemas», de Carlos López, como Edgar Allan Poe sugería para el cuento: en una sentada y de un tirón. Como sucede con la lectura de un buen cuento, la ansiada unidad de efecto que, de acuerdo con este autor, se da en la  intensidad de la trama, parecía cumplirse en la lectura de este ensayo conforme se desplegaban las nueve páginas que devoré como si se tratara de un relato de Conan Doyle.

Sin la grandilocuencia típica de las definiciones académicas —que, en ocasiones, crean más confusión—, la prosa llana, escueta y directa de este trabajo es una cálida invitación para el lector que no se conforma con entender la poesía mediante los acostumbrados procedimientos teóricos.

Intentar definir la poesía no es una tarea fácil, ni siquiera para el más avezado poeta. Definirla sería restringir su libertad, endurecerla, delimitar un vasto territorio de horizontes abiertos, llenos de vida, a cambio de resignarnos con la simplificación de términos a que obliga la clasificación de géneros.

Jorge Luis Borges opinaba al respecto que no hay géneros genéticamente puros, pues una hipótesis de un trabajo siempre se ve rebasada por la práctica. En muchos sentidos, esta afirmación se cumple cuando nos preguntamos: ¿quién está detrás de «Poesía, poetas, poemas»?, ¿en qué género recae?, ¿es un diálogo entre poetas?, ¿es un poeta que acuña una misma poética?

En apariencia, su voz se oculta detrás de una multiplicidad de voces que hablan, como dice el autor, individualmente. No obstante este espléndido gesto, su voz sobresale al separar con esmero cada pieza, al seleccionar, como un laborioso artesano, cada perla para engarzarlas en un collar del que todas resaltan, porque ninguna es igual a la otra.

La pluralidad de ideas, la reflexión en torno a la labor de poetizar lo visible y lo intangible, de nombrar las cosas con nuevos significados es privilegio de unos cuantos. Es cierto que cualquiera puede escribir un poema, mas no siempre trascender los límites. Una poética no es un tratado de conceptos, sino una tarea introspectiva que nace por la necesidad de plasmar la memoria, de señalar eso que otros no sienten o piensan, de ser conciencia que vivifica lo inerte.

Marcel Proust escribió una de las novelas más extensas para recuperar, a través del tiempo perdido, su propia poética acerca de la memoria. James Joyce, en la novela Retrato del artista adolescente, crea su poética sobre la gestación del artista universal. Carlos López presta su mirada para ampliar la nuestra, para despertar la curiosidad, que bien definía Amos Oz como la dimensión moral que estimula el deseo de conocer y de escuchar a otros.

Hay razones de sobra para recordar a George Steiner cuando afirmaba que la crítica existe gracias al genio de otros hombres. Es verdad: ¿quién sería crítico si pudiera ser poeta?