León Bejar Wasongarz

 

Culpa

Asfixia perenne

Ambos, la sombra del padre,

la oscuridad del alma putrefacta

Estrechando tu mano, siento tu agonía

LBW, «Mi amigo Kafka»

 

El objeto de este estudio es el apasionante y terrorífico universo kafkiano desde tres de sus máximas dimensiones: la culpa, la jerarquía y la ley. Pretendo mostrar la importancia de estas constantes en la obra de Kafka. Aquí analizo estos conceptos, sobre todo en La condena y En la colonia penitenciaria, a fin de acercarme a la comprensión de dichas aristas que rigen la obra de este autor; finalmente, interpreto su funcionamiento en la literatura kafkiana.

El mundo de Franz Kafka es juicio, proceso y condena, con sus implacables y a veces ininteligibles aparatos de burocracia y sistemas inhumanos. Dicho de otro modo, se trata de un universo de condenados, y de una absurda tragedia para víctimas y victimarios, sometidos todos a infinitas jerarquías de poder.

En el estudio preliminar a su traducción en Editorial Biblios, afirma Ricardo Ibarlucía: «Dos obsesiones rigen la obra de Kafka. La subordinación es la primera de las dos; el infinito, la segunda. En casi todas sus obras hay jerarquías y esas jerarquías son infinitas»[1]. Se trata de jerarquías infinitas con eslabones inamovibles que se fundamentan en el absurdo. Todo personaje de Kafka se enfrenta a este absurdo sistema de jerarquización, de juicio inhumano y arbitrariedad. Buenos ejemplos son los procesos de tiranía del padre como ejecutor de la ley última en La condena, así como el proceso de degradación física y ejecución de la máquina de tortura, idealizada en En la colonia penitenciaria. En ambas obras, destacan los sistemas penales y su problematización.

El padre de Georg, en La condena, representa la ley absoluta, que puede dar un salto abismal en la historia y ordenar la ejecución y el método de ahogamiento como condena del protagonista: «Te condeno a morir ahogado»[2]. El hijo obedece. En este «salto de ley» —como me gusta llamar a estos movimientos kafkianos en que, por ejemplo, el padre condena al hijo a morir ahogado—, el hijo se mata pero antes piensa: «Queridos padres, al final, siempre los he querido»[3]. La figura paterna es, en este caso, la encarnación absoluta de la ley, el juicio arbitrario y absurdo al que todo el universo se somete. El padre es aquí «Dios» y la obediencia a Él es indiscutible.

La culpa que se admite en la obra kafkiana ocurre en jerarquías absurdas donde, por lo complicado del laberinto jurídico, adquiere un carácter asfixiante e incoherente y, sobre todo, indudable. Los personajes son entes cuya culpa antecede a la falta y, en última instancia, la genera. Esta culpa acompaña a Georg toda su vida. Se sabe culpable de cualquier acto frente al padre, y depende por completo de su juicio y condena. En Georg, la culpa existe desde que se inicia el relato, antecede el «salto de ley» de la condena y acaba de concretarse en un acto de «suicidio».

«El salto de ley» en ese inexplicable estallido de La condena ha de destruir a padre y a hijo. Georg es incapaz de librarse de la figura paterna, al punto de que su intento de emancipación radica en la correspondencia con su amigo. A través de la narración, desde el punto de vista de Georg, hay un extenso absurdo acumulado. Pareciera, de pronto, que su amigo es más bien amigo de su padre. En la ambigüedad del relato, el padre tiene, en apariencia, mayor información sobre él que su hijo. Si pensamos que la trayectoria de Georg es ascendente, por su edad, matrimonio próximo e independencia, y el padre va en una trayectoria descendente, por su enfermedad y dependencia, este esquema se rompe abruptamente con el «salto de ley».  Cabe concluir, entonces, que el aparente ascenso del hijo es la razón del juicio y condena paternos.

El padre es la encarnación de la ley, pero también es desplazado por la prometida de su hijo y por su independencia. El aparente control sobre el amigo resulta un medio para someter al hijo. La posibilidad de matrimonio, familia y de que el hijo se convierta en padre simbolizan, para la figura paterna, su propia muerte. Por ello, en plena decadencia, lo juzga y condena. La jerarquía es inamovible porque el padre es la ley; es omnipotente por su unión con la memoria de la madre y por su condición de «Dios». Asimismo, esta figura imprime mayor temor en el lector. Cuanto menos se pueda representar, cobra más ambigüedad, lo que le da fuerza. Georg vive en una suerte de trance y su prometida podría sustituir al padre. La realidad kafkiana genera en él la ley y autoridad, ya que su función como padre, social, cultural y religiosamente —advierte Kafka con sabiduría— está absolutamente predeterminada. La muerte del padre, su descenso, significa —en términos kafkianos— la muerte de toda ley y de Dios. Este deber moral es retomado en La metamorfosis, cuando se recuerda que se debe la vida al padre, y que esta deuda está en lo jurídico, en lo laboral y en lo familiar. Dicha ley establece jerarquías que no pueden romperse. Georg lo asume, lo que comprueba nuestra tesis sobre la preexistencia de la culpa en este «deber moral», en que el sometimiento a la ley y a la condena paternas ya existen desde antes del relato y constituyen la esencia de la relación padre-hijo, edificada con la brutal angustia kafkiana del deseo de escapar mediante una trasformación. En La condena, dicha metamorfosis de escape radica en el «suicidio» del protagonista, que simplemente no puede incorporarse ni ascender porque su jerarquización está sometida, por completo, a la ley paterna.

En el universo kafkiano, la máxima conceptualización de la culpa se inscribe y se inserta, tatuada, en la literatura. Kafka elabora una culpa llena de miedo y de absurdo, que circula ante los personajes como amenaza inefable. Es el caso de Georg, sometido al padre como a un Dios-Ley, y el de los colonos penitenciarios, sometidos al cuerpo jurídico-militar de las autoridades del penal: todos los personajes kafkianos son acechados constantemente. Es un mundo de seres insustanciales, de anti-héroes enredados en justificaciones y rutinas vacuas, de burócratas y ejecutores de ese perverso sistema de culpa y castigo con que la genialidad de Kafka prefigura el mundo.

En relación con la vida de Kafka y su propia angustia paterna, cabe la pregunta: ¿Cómo puede alguien salirse del sistema para reformular la prisión del sistema? Para este autor, la máxima hazaña recae en formar una familia, cosa que él no puede hacer, como nos cuenta en Carta al padre. Para efectos de La condena, se trata de la imposibilidad de ascender porque eso significaría simbólicamente la muerte del padre. Por ello este adquiere dimensiones míticas, para que el ascenso de Georg fracase. No puede ser de otro modo, tal como confiesa Kafka en su Carta al padre: «Yo te veo como a un tirano»[4].

En cuanto a En la colonia penitenciaria, esta novela tiene muchas capas de análisis. Habría que empezar por decir que el relato se circunscribe a contarnos cómo el antiguo régimen de monarquía soberana, ese sistema penal de justicia por la espada, es sustituido por el lento surgimiento de los procesos modernos de justicia, por nuevas perspectivas sobre el juicio, el castigo y el método. Estos nuevos sistemas penales abolen el suplicio y la tortura. La vieja perspectiva queda como un fantasma que puede resurgir y revivir. Con magna elegancia, Kafka pone en la colonia penitenciaria dos sistemas penales que deben combatirse, encarnados como el Nuevo y el Viejo comandante. El nuevo no apoya la importancia de la rastra, aparato complejo de tortura y adoración del viejo comandante y del oficial. Se advierte en ellos la idolatría tecnológica hacia lo que consideran un sistema perfecto de castigo. Esto es el viejo régimen; allí, la culpa es indudable, no hay  juicio, no se le avisa nada al condenado, sino que la rastra debe escribir en el cuerpo «Honrarás a tus superiores», ya que el condenado faltó a sus obligaciones y amenazó a su superior al decirle que se lo comería. Hay aquí un dato curioso: los habitantes de la colonia tienen hambre, lo que se muestra en la amenaza. Ya en la rastra, el condenado come su última papilla a las seis horas de tortura. Como hemos dicho, la culpa no es discutible y la ejecución es el castigo, cosa que no sabe el condenado.

Aquí están los dos sistemas penales en pugna: el nuevo comandante representa el cambio hacia sistemas de poder menos excesivos, pero este aparente progreso no es más que una forma para que el poder se perfeccione, pues sus abusos son menos visibles pero no menores. El viejo comandante creó y diseñó la rastra. Tanto él como el oficial la consideraban una obra de arte. Sin embargo, según el nuevo comandante, la máquina está deshilachada y necesitada repuestos, que no le facilita al oficial. La sociedad de damas y del nuevo comandante está dispuesta a escuchar al viajero como veredicto del sistema. Cuando el viajero advierte la bestialidad de la tortura y la inhumanidad del reto, el oficial piensa que con eso la era de la rastra y de su sistema ha terminado. En ese juego de inclinaciones hacia la vida y la muerte, el viajero occidental declara al oficial que el castigo no es justo. Al ver caer su sistema y a su decadente máquina, libera al condenado y cambia el diseño para que lo torture grabándole: «Sé justo». El veredicto del viajero subvertirá la jerarquía de los personajes. Al inicio, el viajero es ajeno a la pirámide de jerarquías, en cuya cima se ubica el nuevo comandante; le siguen el oficial y el soldado, y hasta abajo, el condenado. Cuando el juicio del viajero devasta al oficial, quien le pide ayuda para que la máquina reciba atención del nuevo comandante, pero recibe todo lo contrario, ocurre otro de estos «saltos de ley»: la jerarquía se subvierte, el oficial se desplaza hacia abajo, como el nuevo condenado, porque su sistema y su máquina «no son justos», por lo que debe autoejecutarse con la misma máquina. En esta subversión, el nuevo comandante continúa en la cima jerárquica, al entrar en el sistema; le sigue el viajero, y luego, al hacerse amigos y en igualdad de condiciones, están el soldado y el condenado; hasta abajo, el oficial, que se aplica el castigo pero, debido a su mal estado, la máquina se cae en pedazos y no lo mata con el suplicio que deseaba. Afirma el narrador al respecto: «Lo que todos los demás encontraron en la máquina, el oficial no lo halló […] tenía la expresión de la vida, la mirada calma y convencida»[5]. El oficial no encuentra la tortura que cree merecer. Muere asesinado y no en suplicio, y el antiguo sistema cae con la rastra. El sistema maquinado y de torturas horrendas, donde «la culpa es siempre indudable», termina de momento con la vida del oficial, Ha ganado el sistema del nuevo comandante, aunque el anterior no ha muerto. Tras la dura y minuciosa descripción del aparato y su desbaratamiento con el asesinato del oficial, se puede decir que, de momento, gana el nuevo comandante en su lucha por combatir viejas instituciones.

La culpa se manifiesta en el viajero como testigo de la inhumanidad del procedimiento, cuya inmundicia —aseguraba el oficial— ocurre por el descuido del nuevo comandante, y significa el fin de la era del aparato y del viejo comandante. La importancia del juicio del explorador es vital para el salto de autocondena del oficial, quien actúa con lógica frente a la supresión del antiguo sistema judicial, frente al juicio del viajero, a la ausencia del viejo comandante y a la instauración de los nuevos procedimientos penales.

El relato finaliza con la huida del viajero. Antes pasa, seguido por el excondenado y el soldado, por una confitería donde se encuentra la tumba del viejo comandante, como una profecía de recuperación de la colonia y de su época de oro. Dicha aparición es como un eco en que el viejo sistema ha de renacer, desplazando el aparente rostro humano del perfeccionamiento de los métodos de castigo. Finalmente, el viajero sube a un bote y no permite que el soldado ni el excondenado lo acompañen. Los abandona. Se siente asqueado de ellos y de todos, por animalescos y vengativos con el oficial. Los deja sin mirar atrás. Su penosa aventura termina.

El relato es una importantísima reflexión sobre los modernos sistemas de poder y su aparente rostro humano, mientras que el espectro del antiguo régimen perdura. Este aparente perfeccionamiento —como sucedía con la figura del padre—, cuanto menos visible y descriptible sea, más aumenta su fuerza y su dominio.

Concluyo con una cita de Fabrio Capio Leite sobre la relación entre La colonia penitenciaria y los sucesos del mundo que rodeaba a Kafka, a fin de ahondar en la relación del autor con el momento histórico-cultural en que se enmarca su literatura, que refleja un profundo entendimiento de las transformaciones sociales:

En una relación dialéctica con su sociedad, el escritor produce su obra como acontecimiento cultural, haciendo resonar su época en ella. La recepción por parte del público tiene, de forma correspondiente, un papel decisivo en la manera en que la producción literaria es leída en determinado campo social. En dicha relación dialéctica entre el público y el escritor, la vida y la obra pueden anticipar hechos históricos, transformaciones y procesos sociales.[6]

Se ha estudiado el mecanismo de la culpa, del proceso penal, de la jerarquía, de la ley y del absurdo en estas dos obras; se ha analizado cómo funcionan estos ejes en los relatos y universo kafkianos. Los ámbitos jurídico, familiar y social, así como su reflexión sobre los procesos de culpa y condena resultan imprescindibles para comprender nuestro mundo que, independientemente de todo, siempre ha tenido esos sellos kafkianos en su funcionamiento. El aporte de Kafka, por lo tanto, es de vital importancia para el estudio literario y el entendimiento de nuestra naturaleza humana.

 

FUENTES CITADAS

Caprio Leite de Castro, Fabio y otros (2017), Franz Kafka: culpa, ley y soberanía, en El profetismo de la colonia penitenciaria de Kafka: aparato de justicia y biopolítica. Bogotá: Universidad Pontificia Bolivariana.

Ibarlucía, Ricardo (2008), «Estudio Preliminar», en Franz Kafka, Contemplación, La metamorfosis, En la colonia penitenciaria. Buenos Aires: Biblios.

Kafka, Franz (2003), La Condena, en Obras Completas. Barcelona: Edicomunicación.

Kafka, Franz (2003), Carta al padre, en Obras Completas. Barcelona: Edicomunicación.

Kafka, Franz (2008), En la colonia penitenciaria, en Contemplación, La metamorfosis, En la colonia penitenciaria. Buenos Aires: Biblios.

Vásquez Rocca, Adolfo (marzo 2014), «Freud y Kafka: criminales por sentimiento de culpabilidad. Crueldad, neurosis y civilización», Eikasia, revistadefilosofia.org. Universidad Andrés Bello/ Universidad Complutense de Madrid, vol. 75, 18. 5/12/2017, de http://www.revistadefilosofia.org/55-04.pdf

 

 

 

[1] Ricardo Ibarlucía (2008), «Estudio Preliminar», en Franz Kafka, Contemplación, La metamorfosis, En la colonia penitenciaria. Buenos Aires: Biblios, p. 21

[2] Franz Kafka (2003), La Condena, en Franz Kafka, Obras completas, Barcelona, Edicomunicación, p. 112

[3] Ibid, p. 113

[4] Franz Kafka (2003), Carta al padre, en Franz Kafka, Obras Completas, Barcelona, Edicomunicación, p.  1167

[5] Franz Kafka (2008), La colonia penitenciaria, en Franz Kafka, Contemplación, La metamorfosis, En la colonia penitenciaria. Buenos Aires: Biblios, p. 139

[6] Fabio Caprio Leite de Castro y otros (2017), «Franz Kafka: culpa, ley y soberanía», en El profetismo de la colonia penitenciaria de Kafka: aparato de justicia y biopolítica. Bogotá: Universidad Pontificia Bolivariana, p. 42