Horacio Quiroga

Carlos A. Fernández

Una buena manera de asimilar los consejos y advertencias que el escritor dominicano Juan Bosch ofrece en las tres entregas de su ensayo Apuntes sobre el arte de escribir un cuento es poniéndolas a prueba en un cuento clásico de la literatura hispanoamericana, considerado por el mismo Bosch como una pieza magistral. Me refiero al cuento «A la deriva», de Horacio Quiroga, con el que, además de poner en práctica la recomendación de Bosch de que «nunca debe olvidarse que el género tiene una técnica y esta debe conocerse a fondo», se podrá ver si su ensayo recoge esa técnica.

I. «Un cuento es el relato de un hecho de indudable importancia».

¿Es importante el relato de un hombre que va de regreso a su rancho en las selvas sudamericanas? Por supuesto que no, porque, visto así, como un simple regreso del trabajo a casa, es algo que ocurre todos los días. Pero hay sustancia para el cuento cuando al hombre le ocurre algo fuera de lo cotidiano: pisa sin querer a una serpiente muy venenosa que lo muerde.

II. «El cuento es un género literario escueto; narra una sola historia, un tema, un argumento, un solo hecho. Es como una aeronave: sale de un punto para llegar a otro, no a dos».

¿Cuál es el hecho escueto en el cuento de Quiroga? El hombre que fue mordido por una serpiente muy venenosa se va a morir.

III. «En ocasiones resulta útil desviar la atención del lector haciéndole creer, mediante una frase discreta, que el hecho es otro. En cada párrafo el lector deberá pensar que ya ha llegado al corazón del tema. De párrafo en párrafo, la acción interna y secreta del cuento seguirá por debajo de la acción externa y visible».

Se trata del principio según el cual en el cuento se narran dos historias, la visible y la oculta. Al final, la oculta emerge en la visible.

En «A la deriva», se narran dos historias: la visible (el hombre que viaja en una balsa en busca de ayuda, pero se va a la deriva), y la secreta (el hombre que se está muriendo, es decir, que lleva su vida a la deriva). El final del cuento es natural, es decir, ocurre lo que por lógica debía suceder.

IV. «Aprender a discernir dónde hay un tema para cuento es parte esencial de la técnica, es decir la techné de los griegos o el oficio peculiar con que se trabaja el esqueleto de toda obra de creación».

Horacio Quiroga vivió con su familia en una finca a orillas del alto Paraná, en la provincia de Misiones. Con seguridad el escritor uruguayo conoció el caso de un hombre que murió por haber sido mordido por una serpiente en el camino de regreso a su casa. Supo desde ese momento que tenía un gran cuento en las manos.

V. «El cuentista, una vez que ha elegido el argumento que va a contar, debe verlo como si ya estuviera elaborado».

Es muy probable que Quiroga, una vez conocida la anécdota, haya establecido de manera clara el inicio, es decir, la flecha cargada en el arco (un hombre de regreso a casa mordido por una serpiente) y el final, esto es, la flecha incrustándose en la diana (el hombre que por vivir aislado en la selva no tenía manera de salvarse, murió envenenado). Quizá, guardando las proporciones, le ocurrió como a Miguel Ángel en el arte de la escultura. Parado en las minas de mármol veía frente a él, no un bloque en forma de poliedro, sino el David, a punto de cargar en la bolsa de la honda la piedra que escondía en su mano derecha.

VI. «Hay una sola manera de empezar un cuento con acierto, despertando de golpe el interés del lector. Y eso se logra casi siempre mediante una frase, al inicio, que provoque intriga en el lector. Una frase que supla el antiguo ‘había una vez’ o ‘érase una vez’ con algo que tenga su mismo valor de conjuro».

La frase con que se inicia el cuento cumple con el consejo de Bosch:

El hombre pisó algo blancuzco, y enseguida sintió la mordedura en el pie.

VII. «El principio no debe hallarse a mucha distancia del meollo mismo del cuento —el nudo que provocará tensión en todo el cuento— a fin de evitar que el lector se canse».

Desde el tercer párrafo del cuento, el autor uruguayo muestra cuál será el punto de tensión en todo el relato que, por lo mismo, crea intriga y deseos de continuar la lectura:

El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violeta, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo, y siguió por la picada hacia su rancho.

VIII. «Comenzar bien un cuento y llevarlo hacia su final sin una digresión, sin un exceso de relato, sin un desvío: he ahí en pocas palabras el núcleo de la técnica del cuento. Quien sepa hacer esto tiene el oficio de cuentista, conoce la techné del género».

El cuentista necesita ejercer sobre sí mismo una vigilancia constante que no se logra sin disciplina mental y emocional. En las dos cuartillas y media del cuento, Quiroga no hace divagaciones entre el inicio y el final planeado. A partir de que el personaje es mordido, sigue su camino rumbo a casa donde pide a su mujer licor de caña para apaciguar la sequedad en la garganta. Luego, decide ir a una población, Tacurú-Pucú, en la que, piensa el personaje, podrá ser atendido y curado. Pero la infección se agrava y se da cuenta de que no podrá llegar solo sin la ayuda de alguien. Está cerca de donde vive un compadre suyo, Alves. Atraca en su propiedad, pero no encuentra respuesta a sus gritos. Retoma su camino al destino original, abandonándose a la suerte. En la fase final de la infección, cuando ha perdido la sensibilidad, cree estar mejor, pero al final muere. Más directo, imposible.

Juan Bosch

Los aparentes rodeos son en realidad hechos que forman parte de la narración, sucesos que, de forma lógica, haría cualquier persona en sus condiciones: pedir licor para apagar la sed, ir a una población donde pueda curarse, parar en casa del compadre brasileño en busca de ayuda, creer que se ha salvado por la falta de percepción sensorial. No son vueltas, sino acontecimientos que forman parte de la historia. Me parece que la disciplina de Quiroga de no apartarse de lo ocurrido es notable. Pudo haber narrado el canto de los pájaros que presagiaban la vuelta a la vida o a la muerte del personaje, o ahondar en aquel mundo de árboles, animales salvajes, sonidos exuberantes; pero es austero en descripciones, si acaso un atisbo de lo que parecen ser las paredes de un desfiladero, un remolino en el río o la vista del atardecer. Es un magnífico ejemplo de la disciplina que un escritor debe mantener con sus textos, según Bosch.

IX. «Lo fundamental de la técnica, no es el final sorprendente, sino […] mantener vivo el interés del lector, lo cual sólo se logra si se puede sostener sin caídas la tensión».

 ¿Cuál es el elemento de tensión en el cuento de Quiroga? Sin duda, saber si el personaje fallece o logra sobrevivir a la mordedura de la serpiente. Quiroga, sin dejar de avanzar en la línea recta que es el relato escueto de los hechos, juega con la dualidad salvarse/morir que produce una enorme tensión en el cuento. Esto ocurre cuando el personaje, a pesar de la inflamación del pie, logra llegar a su casa (parece que se salvará). Pero ya ahí, se da cuenta de que no siente en el paladar el sabor del licor de caña (parece que morirá). Después, anuncia que se va a Tacurú-Pucú y crea la falsa expectativa, sin decirlo, de que allí lo salvarán. Pero, de nuevo, las cosas se agravan y se da cuenta de que es incapaz de llegar solo al destino, por lo que regresa la idea de que morirá. Luego se acuerda del compadre y desembarca en su casa (al parecer, se salvará) para darse cuenta de que no hay nadie (¿se morirá?). Al final, luego de dormir algunas horas se despierta sintiéndose bien (¿se salvará’), lo cual es una falsa idea de lo que en realidad le ocurre: el adormecimiento de todo el cuerpo (tal vez se muera) que, finalmente, lo lleva al delirio y de ahí a exhalar, recordando a sus viejos amigos, el último aliento.

X. «El final sorprendente no es una condición imprescindible en el buen cuento».

En efecto, el final del cuento de Quiroga no es sorprendente. El protagonista muere. Desde el párrafo inicial, donde se narra que una yararacusú lo mordió (para los que no estamos familiarizados con las serpientes de Paraguay, no toma más de dos minutos descubrir en Internet que ese animal inyecta un veneno de ‘elevada toxicidad por la letalidad manifestada’), intuimos que ese hombre, si no es atendido de inmediato, morirá.

En conclusión, me parece que después de contrastar las mejores sugerencias del escritor dominicano Juan Bosch con el contenido del cuento “A la deriva”, de Horacio Quiroga, el resultado es que las propuestas del primero para la elaboración de cuentos encajan a la perfección con el contenido y desarrollo en que se presenta la narración del escritor uruguayo. Por tanto, si en los diez puntos expuestos estuvo bien hecho el contraste entre la teoría (Bosch) y la práctica (Quiroga), vale la pena considerar los consejos del escritor dominicano para la escritura formal de cuentos. Por supuesto, el ensayo de Bosch no es la única teoría que un escritor novato puede seguir, pero es, al menos, una que ha pasado la prueba del ácido.