Estrella Asse

Una obra de arte es superior

sólo si es a la vez un símbolo

y la expresión precisa de una

realidad concreta.

Guy de Maupassant

En 2012, la editorial española Páginas de Espuma lanzó Cuentos completos en dos volúmenes que suman casi tres mil páginas al cuidado de Mauro Armillo, traductor y estudioso de la obra Guy de Maupassant. Anteriormente, dispersos en más de quince antologías y varias ediciones —en su gran mayoría incompletas o con traducciones caducas—, Armillo reunió más de 300 cuentos, además de incluir un ambicioso recorrido del contexto sociocultural y político de la literatura francesa de finales del siglo XIX. A ello añade una útil clasificación temática, resúmenes de las tramas, adaptaciones teatrales y televisivas, así como más de un centenar de adaptaciones cinematográficas en un rico panorama de películas de distintos años, países y directores.

A más de un siglo de la muerte de Maupassant, esta reciente edición refrenda el interés por uno de los mejores cuentistas de todos los tiempos, capaz de mantener en constantes relevos una obra que abarca narraciones costumbristas hasta oscuros relatos de atmósferas fantasmales plagadas de incertidumbre en escenarios opresivos.

Si bien Maupassant debe más su fama al cuento, fue la novela Una vida la que marcó el éxito de su carrera como escritor. Las entregas seriadas en los periódicos de su época dieron también a conocer artículos, crónicas y obras de teatro que incrementaron la circulación de géneros en continuo crecimiento. No obstante, el pleno dominio que se requiere para dar consistencia, vitalidad y tensión, mediante la conocida economía de recursos que demanda el cuento, el nombre de Maupassant creció a la par del gusto de los lectores y de la expansión que tuvo en Francia y otros países europeos.

Durante su adolescencia en Normandía, y tras la separación de sus padres, quedó al cuidado de su maestro, Gustave Flaubert, quien encaminó los primeros pasos de su joven alumno hacia el arte de contar historias.  Luego de una época de inestabilidad familiar, Maupassant se mudó a Ruen, escenario del cuento «Bola de sebo» y pieza clave para entender los estragos sociales provocados por la guerra franco-prusiana, en el que se funden ficción y realidad para ofrecer un cuadro de las profundas secuelas que dejó dicha contienda. Publicado por vez primera en 1880, pasó a formar parte de la antología Las veladas de Médan de Émile Zola. No es de extrañar que el llamado «padre del naturalismo» compartiera con Maupassant la intención de hacer una crítica incisiva a la sociedad de su tiempo. El pensamiento determinista que proyectó la corriente naturalista derivó de la escuela del realismo, cuya meta era plasmar en las obras literarias de manera imparcial las causas y efectos que determinan las condiciones de vida de los estratos sociales marginales. Las protagonistas de la novela Nana de Zola y «Bola de sebo» ejercen la prostitución como la forma de vida, opuesta a los beneficios económicos de la burguesía, la aristocracia o el clero.

A pesar de su muerte prematura a los 43 años, Maupassant consagró su popularidad como resultado del quehacer continuo que de manera simultánea alimentaba con los principios teóricos que dio a conocer en «El objetivo del escritor», originalmente parte del prefacio de su novela Pedro y Juan. En éstos advierte acerca del riguroso trabajo, de la minuciosidad que se requiere para que el escritor logre imitar los hechos reales de la vida, no sólo a través del pleno dominio del lenguaje como materia prima del relato ficcional sino también por la habilidad de hacer patente en los personajes la influencia que ejercen las condiciones sociales en que se desenvuelven. Así, «la inteligencia del escritor en la creación de su trama residirá en la combinación ingeniosa de pequeños detalles constantes de los que el lector habrá de comprender un sentido definitivo de la obra».

Afín con las ideas de sus teorías, Maupassant escribió numerosos cuentos que hacen de la sociedad una suerte de musa que ambienta el trasfondo sociocultural y político como factor determinante de las costumbres de sus personajes. Los pequeños burgueses que habitan sus historias son burócratas que desempeñan cargos mal remunerados; en ocasiones empleados que aspiran escalar y no caer en el rango proletario, mujeres provincianas que buscan compensar restricciones económicas y sueñan con ser admiradas en núcleos sociales ajenos a su realidad.

Nadie mejor que Flaubert para crear en Emma Bovary el personaje trágico que es víctima del desenfreno material, de los caprichos extravagantes que llevan a su esposo a la bancarrota y a ella al suicidio por no poder pagar sus deudas. Madame Bovary busca escalar a la alta burguesía, adoptar la moda parisina y liberarse de las ataduras de los pequeños pueblos: «¡París!, un nombre titánico…En sus sueños confundía el placer del lujo con la alegría de su corazón, trajes elegantes junto con sentimientos refinados». En otro ejemplo, la novela de Zola, El paraíso de las damas, expone a las mujeres como blanco potencial del mercado de consumo que las aprisiona en el mundo de las ventas y la acumulación de mercancías a costa de adornar su persona «como si fueran un ícono sagrado».

Maupassant plantea un enfoque similar en la protagonista de «Las joyas», quien gasta de manera compulsiva en joyería aparentemente falsa para lucirla en sitios concurridos; el viraje inesperado de su muerte propicia que los escasos fondos del marido aumenten de manera considerable al venderlas y enterarse que en realidad son verdaderas.  En sentido inverso, la paradoja se despliega en toda su magnitud en «El collar», a través de una trama ingeniosa y en apariencia sencilla que conduce al final sorpresivo con la objetividad típica e impersonal de un narrador que no se detiene en giros innecesarios y apunta directo al cierre decisivo de un trágico absurdo.

También conocido como «El collar de diamantes», «El aderezo» — o «La parure», en francés— el cuento se publicó por primera vez en 1884 en el periódico parisino Le Galois, de amplia divulgación en ese momento. Maupassant recrea el ambiente doméstico e inserta historia de Matilde Loisel, un ama de casa que vive resentida por la situación económica precaria a causa del modesto salario de su marido. La repentina invitación que recibe la pareja a una fiesta del ministerio de educación aumenta la desdicha de Matilde, ya que no tiene un vestido apropiado para la ocasión. No conforme con el sacrificio que realiza su esposo por complacerla y derrochar sus ahorros, pide prestado a una amiga de la infancia un supuesto collar de diamantes para completar el atuendo. Pero al salir de la fiesta precipitadamente —ya que no quiere que los invitados noten lo desgastado de su abrigo— lo pierde. En adelante, los Loisel se fuerzan a trabajar durante más de diez años para juntar la cuantiosa suma y reponer el collar sin que se entere la propietaria. El dramatismo de su sacrificio surge tiempo después, cuando Matilde encuentra de casualidad a su amiga y ella le confiesa que el collar era falso, una imitación barata que pudo haber pagado desde el inicio. La revelación deja a flote el sinsentido de una existencia desgraciada a cambio de unas cuantas horas de placer materializadas en la elegancia simulada que encubrió el engaño.

Con el estilo característico de Maupassant, «El collar» cumple con el propósito de otorgar al lector la libertad de configurar los temas que se vislumbran bajo la fachada de una prosa económica y llana que no exalta ningún tipo de sentimentalismo ni lleva a conclusiones moralistas. Por el contrario, transmite el eco que entrelíneas combina con suficientes matices la complejidad de los vicios humanos, los dilemas y contradicciones que atentan contra los valores necesarios para una convivencia social digna.

A su muerte en 1893, Maupassant no conocería el nuevo arte que nació dos años después ni la fama que consagró sus cuentos y novelas en infinidad de películas; como bien dice Armillo «ningún escritor decimonónico ha sido más socorrido como suministrador de libretos teatrales y guiones cinematográficos», incluso de la popularidad que tendrían posteriormente en la televisión. Basta ver el listado para conocer el largo trayecto de adaptaciones que se iniciaron en 1908 y llegaron al siglo xxi con las variantes de adecuar los argumentos y transformarlos según la óptica de guionistas y directores.

Claude Chabrol figura en la lista de una decena de directores que con sus películas hicieron de «El collar» una obra adaptable al gusto de audiencias en muchas partes del mundo. El director ya había llevado a la pantalla clásicos de la literatura francesa, entre otros, Madame Bovary, realización que quedó en la memoria de la cinematografía de los noventa. Más aún, porque su carrera abarcó más de cincuenta años de actividad ininterrumpida en etapas que abarcan la conocida «Nueva Ola», movimiento experimental que junto con Francois Truffaut y Jean-Luc Godard encauzó el cine francés hacia propuestas estéticas novedosas que rompieron los moldes del cine comercial.

Asimismo, por su contribución al estudio de la filmografía de Alfred Hitchcock que detalló en su ensayo Hitchcock ante el mal. De la genialidad del cineasta británico, Chabrol conoció los ingredientes del suspenso, la fatalidad y el patetismo que utilizó en varias películas por las que ganó el sobrenombre de «el Hitchcock francés».  Como pionero de las series televisivas en los Estados Unidos desde los años cincuenta, Hitchcock había vislumbrado el potencial de difusión masiva del cine a través de la televisión que pronto se convertiría en una nueva vía que explotaron directores europeos y estadunidenses de talla internacional. El telefilm o telepelícula estableció el formato que dio la flexibilidad necesaria para transmitir temas y géneros tan diversos como en las obras cinematográficas.

A sus casi ochenta años y con más de cien películas en su acervo como director y actor, Chabrol rindió el tributo final a la obra de Maupassant. Si en la pantalla grande sus adaptaciones habían conseguido el impacto esperado, fue el telefilm el incentivo último que Chabrol encontró como medio para lanzar en 2007 las tres temporadas de 24 episodios que concentran la síntesis de algunas novelas y de los cuentos más famosos de Maupassant para ser apreciados por el público en la intimidad de sus hogares. Con el título de Chez Maupassant (En la casa de Maupassant) la serie es una invitación abierta para acercarse al universo de pequeñas historias que dieron a «El collar» un lugar definitivo.

Al hablar de las técnicas empleadas en sus películas, Chabrol menciona la importancia de la estructura fílmica, pues las imágenes no son únicamente una mera reproducción de la realidad, sino un complejo traslado que la reinterpreta desde ángulos que tienen que demarcar con claridad la secuencia de acciones unidas al trabajo de los actores. Sus objetivos dejan en «El collar» el sello del equilibrio que mantiene por la veracidad que transmiten los personajes principales: la experiencia teatral de Thomas Chabrol, hijo del director, y de Cecile de France muestran sus dotes actorales en la personificación del matrimonio Loisel que comunican, aun por medio del lenguaje no verbal, la intensidad dramática que se ajusta al ritmo creciente del desarrollo argumental. Su autonomía refuerza la capacidad de Chabrol para adueñarse de ellos y presentarlos al espectador de manera íntegra, como si estuvieran interactuando directamente con los rasgos esenciales de la descripción literaria y cada suceso animara el estado de incertidumbre, anticipación y curiosidad en relación con el desenlace.

Los retrocesos construyen el tejido temporal del antes y el después; la más clara evidencia que contrasta la belleza con el deterioro físico, el recuerdo de una noche espléndida en la que el brillo del collar dejó el saldo que precipitó la ruina económica. Entre ensueños, la imagen del espejo le devuelve a Matilde el rostro ajado, el vestido harapiento, los ojos hundidos que chocan con la mirada desconsolada del esposo frente a la montaña de papeles de deudas acumuladas.

El momento culminante libera la tensión contenida, el peso de la ironía se siente en el poder visual de los actores que dejan al descubierto el juego entre el engaño y la realidad, en la alternancia de los encuadres que transmiten el ritmo progresivo del estado anímico que se funde con los escenarios desolados que el director combina. La cámara simula narrar con la autonomía de la fuente literaria que la alimenta: la pluma de Maupassant dibuja en los extremos el contorno de un sistema social que establece jerarquías, marca el paulatino deterioro de la conducta humana dentro de los límites más íntimos, expone sin disimulo las causas de su miseria.