Marisol Torres Cruz
En círculo, sentados en una silla metálica gris y sin cojín, estamos todos, atendiendo una realidad que nos conecta por segundos, quizá minutos, a «un alguien» que ni siquiera nos conoce y que tampoco frecuentamos, pero que creemos íntimo. Así esperamos en este cuarto frío y silencioso a que empiece el show, hasta que una señora con el pelo como estropajo irrumpe con su carraspeo en nuestra privacidad. Indica que le hagamos el favor de apagar o silenciar nuestros celulares y de echarlos en la caja que va a pasar. Expresa que somos bienvenidos, que se llama Pilar, pero que le podemos decir Pili. Menciona que lo que digamos aquí, aquí se queda —lo enfatiza. Comenta que nos sintamos en confianza, que nadie nos va a criticar y me señala para que empiece. Dice que diga mi nombre y por qué estoy aquí. Me levanto, pero Pili señala que no es necesario, así que me siento, trago saliva y ahí voy.
—Hola. Este, pues… Me llamo Lucía y es mi primera vez aquí. A mi amigo Neto le apareció este grupo en redes, y pues me lo recomendó por lo que ya saben.
Pili me anima a decir lo que yo no quiero decir.
—Por, este, por, chis —susurro—, chismo-sa. —Pili dice que no se escuchó y me invita a que lo diga en voz alta. Resoplo—: chismosa, ¡chismosa! —todos aplauden—. Me dijo que probara; que es lo mejor para mí. ¿Pueden creerlo?
Todos responden que sí y yo me defiendo.
—Pues no, no y no, chismosa Natalia o la piruja de Alejandra, piruja, ¡sí!
Pilar, bueno Pili, me llama la atención… Pide que me calme y que no hable de otros. Me recomienda que acepte por qué estoy aquí. Nos lo recuerda y dice que el primer paso es la ACEPTACIÓN. Antes de continuar, siento cómo se me retuerce la tripa.
—¿Hay baño aquí? Creo que me anda… Igual me aguanto un poquito. —Pili se me queda viendo. Yo miro a los demás y prosigo—: no les ha pasado que van a una fiesta y justo cuando quieren entrar al baño hay una super fila. Eso me acaba de pasar hace una semana. Estaba tan desesperada que empecé a platicar con la chica de adelante. «¡Ay! Se tardan mucho… ¿Qué harán? Se han de haber comido el kilo de frijoles». Yo creo que la chava de aguantarse las ganas ni podía hablar.
Pili abre su bocota para decirme que no me distraiga y que de nuevo me centre. Sonrío más a fuerza que de ganas.
—Tal vez unos necesitan concentrarse para aguantar, pero otros queremos olvidar que ya nos estamos haciendo, así que seguí hablándole a la muda, la chava delante de mí. «Vino mucha gente. A la mayoría ni siquiera los conozco y eso que el Neto es mi mejor amigo». La fiesta parecía de puros colados, hasta pensé. «¡Ay! Pobre de mi amigo, ha de estar falto de amor con lo que le pasó». Pero ahora que lo pienso, la Puchis tenía razón. Imagínense: se armó todo un lío. «¿Qué quién es ella? ¿Que si ya no estamos juntos? ¡Que yo te amo! ¿Que tú, que yo, que…!». Y todo terminó en él. ¿No les han pasado esos enredos?
Pili habla antes que todos y dice que no me vaya por las ramas. Le respondo que lo intento. Ella me mira retadora; parece que me va a decir algo más, pero se arrepiente.
—¿En qué me quedé? —pregunto sin escuchar las respuestas—. Ah, sí. Yo estaba tan entretenida hablando con la chica y de pronto algo se escuchó. Sólo alcancé a agacharme y me cubrí la cabeza. Pensé que era una bomba Molotov. Pero no: venía del baño. «¡Órale! fuera todos los demonios». ¡Ay! Se me hace que por eso la Puchis ha de haber cortado con el Neto. ¡Ay no, no me malinterpreten! No por las flatulencias; digo, Neto también las tiene y bien olorosas, pero nada comparado con esos estruendos de aquella noche. Además, todos tenemos nuestros días en los que se nos salen así nomás, pero me refiero a que yo creo que lo cortó por indeciso. Miren, por ejemplo, yo le he dicho precisamente del baño que convenza a su papá para que haga otro, pero él no le dice nada. Bueno, yo lo veo por mi bien; es que luego me pasa igual con su familia; quiero entrar al baño y se tardan horas, y cuando estoy haciendo, están muele y muele. Eso es bien feo.
Pili tose. La miro. Me mira y le digo que es necesario contar lo que voy a contar para que entiendan por qué yo no debería estar aquí. Los demás se ríen y ella los calla. Hace bien. Ante todo, el respeto. Mi panza vuelve a retorcerse, pero no le hago caso.
—Ustedes se preguntarán porque yo sé todo esto. Es que esa es como mi segunda familia. Todos los días estoy ahí. Si mi amigo me necesita, pues tengo que estar a su lado, ¿no creen? —ni tiempo les doy de responder—. Aunque reflexionando, Olivia, la exnovia, también tuvo culpa por andar de insistente; si uno le dice «no», ella dice «sí», y si es «sí» ella dice «no». ¡Hasta me revuelve! Bueno, de pronto la fila del baño avanza y miren que hasta yo, que soy atea, le doy gracias a Dios. Mientras tanto, seguía conversando con la chava. «Mira nomás qué gorda se ha puesto esa mujer y qué mal se maquilla; parece payaso». ¡Ay! Con lo que me dan miedo los payasos, como la película Eso. Jamás la he podido ver. Una vez me quedé hasta la mitad y después entré al baño pensado que me saldría por la coladera o por la taza; bueno, por la taza no creo que sobreviva con mi gas tóxico, pero no, no podía estar en paz. Como no creo que el Neto esté en paz con lo de su problema… Jamás había visto una cosa así, y miren que yo he visto de todo. Es que realmente fue de novela, como la de El último Adiós, donde Melitona deja a Óscar Enrique, después de enterarse de que Cecilia va a tener quintillizos de Óscar Enrique, pero realmente no son de Óscar Enrique: ¡son de Manuel Alejandro, el gemelo de Óscar Enrique! ¡Ay! Así mero pasó con mi amigo. Bueno, nadie va a tener hijos de él; me refiero al problema por el que lo dejaron. Yo estaba en la ventana de mi casa, prodigio de ventana, pues desde ahí puedo ver muchas cosas. Entonces ahí tienen que el Neto viene a visitar a la Puchis. ¡Ay, porque yo los presenté! El Neto un día me dijo: «oye, preséntame a tu amiga», y pues los presenté. Entonces comenzaron a salir, todo tan romántico. Se hicieron novios, y cuando tenían peleas, ahí me ven hablando con los dos, y todo salía bien, pero después ya no pude hacer nada. Fue una desgracia.
Pili se levanta de golpe y dice: ya es suficiente. Pero ante la mirada acusadora de todos, vuelve a sentarse y me hace un gesto para que continúe.
—Ese día estaba muy nublado y frío; eso yo lo tomo como un presagio, porque aparte algo me olía mal, y cuando a mi algo me huele mal, me huele mal. Entonces veo al Neto que va a la casa de la Puchis a visitarla; pasan como diez minutos y ¡oh, Dios mío! Veo a Olivia que va llegando con una blusa naranja fluorescente que decía: «Mírenme, aquí estoy», bien fea. Ella no tiene buen gusto. Es muy naca. Yo siempre se lo dije al Neto. Bueno, pues ahí va… Entonces yo me dije: «aquí va a pasar algo; mejor voy a ver de cerca». No por chismosa, ¡no! Más bien para ayudar en algo. Llego y me escondo atrás de un basurero. Olivia estaba diciéndole al Neto: «Te he seguido hasta aquí para decirle a la Puchis que nos seguimos viendo». A mí se me hace que anduvo investigando la dirección de la Puchis. ¿Pues cómo lo supo? Bueno, la Puchis se quedó anonadada. Entonces el Neto dice: «No no es lo que piensas, amor». ¡Ay! Ya saben: la frase preferida de los hombres, y Olivia le dice a la Puchis: «Piensa lo peor; él anda jugando con las dos». La Puchis le suelta un cachetadón a Olivia y comienzan a pelearse. ¡Ay! Eso sí estuvo rebueno; parecía como si estuviera en la lucha libre. El Neto, como estúpido, nomás viéndolas. Mejor llegué para sepáralas; si no, imagínense qué espectáculo. Se separaron, y al ver a Neto nomás riéndose, la Puchis se mete a su casa sin decir ni pío. Uno como mujer intuye que el «ni pío» significa: «jamás me vuelvas a hablar». Olivia comienza a llorar, y yo, pues ahí voy a consolarla; me terminó diciendo que sólo así había comprendido que no le interesaba al Neto.
Los tengo en mis manos, lo sé; hasta la tal Pilar parece que se ha quedado sin lengua porque ni una palabrita le sale.
—Yo después hablé con el Neto y la que sí le dolió fue la Puchis. Sí la quería, pero ni modo. Es que fue muy pendejo; bueno, lo es. Qué le vamos a hacer. Yo creo que es de herencia porque aquí, entre nos, su papá es igual. ¡Ay! y por fin avanza la fila, y cuando me encontraba a un lugar, se acerca el Neto. Pero va directo a saludar a la chica de adelante, sí, a la que le había estado contando todo con lujo de detalle y le dice: «Prima». Entonces, pregunto yo, para saber si había escuchado bien o era una broma. «¿Prima?», y veo cómo la prima sonríe y afirma: «¡Sí, primos!». ¡Ay, no, trágame tierra! Tenía de dos: o me aguantaba la vergüenza y pasaba al baño porque parecía que me había dado chorro o huía. Pues, ¿qué creen? Milagrosamente se me quitaron las ganas y ya no me andaba… Lo que sentía era calor y quería salir para que me pegara el aire, porque parecía que ahí dentro me asfixiaba, así que me fui. Por eso mi amigo Neto me dijo que viniera al grupo de «chismosos anónimos». ¿Pueden creerlo?
—Mejor no hubiera preguntado porque todos respondieron que sí.
Agregaría un poco de humor 😉