cuervoMariana Lara

Un día me entregué a la tarea de buscarlos. Sabía muy poco o nada de ellos; apenas una vaga idea, menos que una señal y más que un vistazo. Estaba segura: no eran sueño.

Un bajo cello desgarraba el aire en tres.

Lo supe: existían.

Dejé todo. Me encontraron.

El primero, larga, negra sonrisa deshecha, estatura de árbol partido, blanco de lo blanco de los ojos. De rodillas, esperé la muerte de sus manos. La sombra me alzó. Te entrego mis ojos. Desfallecí.

Volví. Ninguna diferencia en el espejo, pero algo crepitaba como hielo invisible. Anidaba dentro y yo lo sabía, tan terrible que no se notaba cambio. Era uno de ellos, los de enseñanza silente.

 

Luego, un muchacho delgado, blanco paño, ojos leonados. La guadaña se adivinaba en su rostro. Tres contactos bastaron para ensayar al monstruo. Uno, al pie de la escalera, sombra de una viga metálica, ingenuidad expuesta. Dos, un baño preparatorio, el filo pardo de una daga, incompleto deseo suicida. Tres, el calor de la imitación del mármol, cercanía de pestañas histriónicas, capitulación. Se diluyó con quienes transitan los pasillos ocultos de la memoria. Un recuerdo se insertó ahí donde la daga no pereció en el costillar. Era uno de ellos, los de pulsión destructiva.

 

Por último, un joven con melena de león etíope. A su lado las horas eran tibias como mayo. El sol en las pupilas; la luna en los contornos.

Lo conocía desde antes de salir a buscarlos, cuando la vida era inocencia tras un cristal roto.

Un día lo miré: alas en la sombra sobre el asfalto. Se erguía como árbol desafiante a los relámpagos. La raíz más fuerte se inmoló. Reía bajo efectos de bondad destrozada, adicción indisoluble en café de astros.

Un día partió. Sus hermanos conservaron la voluntad de él.

Era uno de ellos, los de mente incendiada.

Ensayo la configuración para aproximarme a estos seres. La llamo teoría a falta de un término preciso. Les otorgo el cuervo como estandarte por su vuelo hacia lo irrevocable.

Ahí están, en el espejo: la sonrisa deshecha, los ojos leonados, la mente incendiada. Están todos. El ceño inquieto espera.

Aguardo al resto de la legión.