Juan Antonio Rosado Zacarías

Se han puesto de moda los talleres de creación literaria que, lejos de pretender el trabajo artístico, buscan sugestionar al «cliente» haciéndole creer que la técnica es un estorbo y que «todos tenemos algo que expresar», «todos llevamos un mundo en el interior». Esto es cierto, pero de ahí a que se haga arte literario con ese mundo, hay un abismo. Estos fraudulentos talleristas deberían anunciar sus talleres como «terapias para exorcizar demonios mediante la escritura», en lugar de engañar a los incautos diciéndoles que hacen «arte», cuando todos sabemos (y bien lo decía Alfonso Reyes), que «el arte está en la técnica»; allí radica y no en otro lugar. Se puede cambiar de técnica, alterarla, innovarla, transgredirla, parodiarla, pero jamás renunciar a ella. Renunciar a la técnica es renunciar al arte. Todos los días, en los Ministerios Públicos y en los periódicos, se generan cientos de narraciones, a veces mucho más interesantes que cualquier novela o cuento pretendidamente «literarios». El exceso de «literatura» o de arte es tan pernicioso como su ausencia, pero sólo a un ingenuo se le ocurriría pensar que son obras de arte las narraciones diarias de los periodistas o de las de las víctimas en los Ministerios Públicos.

Los talleristas farsantes y embaucadores, nuevos Prometeos que les ofrecen a sus clientes hacer arte de su caótica materia prima (o mentira prima), se fundamentan en dos grandes mitos en torno a la escritura: el miedo o bloqueo ante la famosa «página en blanco» y la literatura como medio catártico, cuyo fin es «exorcizar» los supuestos demonios de un atormentado (visión romántica de las letras). Ambos mitos han producido uno de los más estridentes bodrios de nuestra época: la literatura como terapia (y ya no como arte o técnica). Por eso Horacio Quiroga decía bien que no nos debemos dejar vencer por el imperio de las emociones. Sin embargo, cada vez se multiplican más los talleristas que congregan a un grupo de optimistas deseosos de incorporarse al Club de los Elogios Mutuos. Cada integrante, con un determinado número de traumas, amarguras, sinsabores, decepciones o emociones fuertes, desea sacar de sí ese misterioso e inexplicable universo para rozar las alas del arte y volar tan lejos como sea posible, sin siquiera intentar dominar técnicas (acaso para transgredirlas), esforzarse por revisar la tradición literaria y revisar, corregir y volver a corregir en diversas postescrituras el texto, en pro del trabajo artístico. Sacar los demonios puede ser una buena motivación para escribir, un elemento de la «preescritura» o borrador, pero luego debe venir el trabajo artístico, y para ello se requiere serenidad y razonamiento.

Ciertamente, todos podemos narrar, como todos podemos dibujar o componer tarareando alguna melodía genial. Pero las aptitudes anteriores no implican arte, es decir, dominio o interiorización de las techné o técnicas, ni ninguna contemplación o «teoría». Sentir mucho no es ser artista. Todos sentimos. El peligro de sólo «exorcizarse» o tomar el arte como mera catarsis, sin ir más lejos en cuestiones formales, no es tanto los bodrios o literatura enlatada que se produce, llena de lugares comunes, sensiblería o repeticiones de esquemas. No. El peligro de verdad es que el mismo sentido de lo que es arte y literatura se está tergiversando, y este fenómeno aumenta por la ausencia de una educación estética desde la primaria.