El CidJuan Antonio Rosado Zacarías

 

The purest treasure mortal times afford

Is spotless reputation …

[El más puro tesoro que nos concede esta vida mortal es una reputación intachable].

William Shakespeare, Ricardo II

 

I. HONOR, LEALTAD Y VALENTÍA

 

Antes de acercarnos al tema de los valores en el Cantar de Mío Cid, es necesario tener en cuenta no sólo el significado del valor como tal; no sólo algunas de las distintas versiones a las que podemos tener acceso sobre el carácter del protagonista del primer gran monumento literario de la lengua castellana; no sólo a diferentes fragmentos que se han considerado verosímiles sobre ciertas acciones «reales» que este personaje realizó en vida, pese a que se sabe que históricamente no fue sino un mercenario. También es esencial tener en cuenta la época que se refleja en el texto. Lo anterior puede ayudarnos a comprender más el tema central de este ensayo.

Lo que hoy consideramos como «medioevo» o «Edad Media» es el más amplio tiempo cultural de Occidente: abarca aproximadamente diez siglos, durante los cuales sucedieron miles de acontecimientos y transformaciones, y resaltaron valores diversos y modos de percibir la vida, muchos de los cuales aparecen representados en el Poema o Cantar de Mío Cid. Los valores hacen que las cosas de que se compone el mundo no sean indiferentes, sino que posean un acento peculiar, un matiz. Se ha dicho que los valores se descubren como se descubren las verdades científicas, es decir, durante un tiempo el valor no es conocido como tal hasta que llega un grupo de personas que pueden intuirlo y así se descubre. El valor se intuye simplemente porque resulta necesario en una época determinada. La Edad Media se caracteriza no sólo por el acento tan marcado que poseen los valores religiosos, concretamente los católicos, sino también por la conciencia que posee el noble de sí mismo. Es fundamental notar que en cada época han resaltado ciertos valores que quizá en otras épocas no eran tan necesarios para que los seres humanos entendieran el espacio cultural que los rodeaba; por ejemplo: la cuestión del honor, la valentía en su sentido medieval, el respeto hacia la figura del señor, etc. han disminuido su intensidad en la época en que vivimos para dejar campo a otros valores más acordes con nuestro siglo. Sin embargo, el hombre sigue siendo hombre y sus valores jamás desaparecerán por completo: sólo variará el modo de interpretar la realidad mediante el uso de los valores. Para comprender más lo anterior, citaré algunos ejemplos. En el drama Ricardo II, de Shakespeare, que se desarrolla durante la Edad Media, hay una parte en que Mowbray le dice al rey lo siguiente:

 

A jewel in a ten-times-barr’d-up chest/ Is a bold spirit in a loyal breast./ Mine honour is my life; both grow in one:/ Take honour from me, and my life is done:/ Then, dear my liege, mine honour let me try;/ In that I live and for that will I die. [Un espíritu valeroso dentro de un pecho leal es una joya en un cofrecillo con diez cerraduras. Mi honor es mi vida; ambos son una y la misma cosa. Quitadme mi honor, y ha dado fin mi vida, así, mi querido soberano, permitidme probar mi honor; por él vivo y por él quiero morir].

 

El honor es uno de los valores (muy marcado en la nobleza medieval) que más motiva a los personajes. Se trata de la dignidad personal cuando se refleja en la consideración de los demás, o simplemente el sentimiento de la propia dignidad, cualidad moral que hace cumplir el deber. En el ensayo sobre el gobierno de la voluntad, Michel de Montaigne nos dice que nunca vio tan pujante desacuerdo como el de Pompeyo y César, pero en ambos reconoce una gran moderación de uno para con el otro: era sencillamente que los impulsaba un celo de honor y de mando.

El honor siempre ha estado presente. Lo percibimos prácticamente en toda la épica medieval y renacentista. En el Cantar de Mío Cid desempeña un papel fundamental, sobre todo en la tercera parte (la «Afrenta de corpes»), de la que me ocuparé luego. En otra secuencia de Ricardo II, el mismo Mowbray le dice al rey:

 

My life thou shalt command, but not my shame:/ The one my duty owes; but my fair name,/ Despite of death that lives upon my grave,/ To dark dishonour’s use thou shalt not have. [Tú mandas en mi vida, pero no en mi honra; mi deber es consagrarte la una, pero mi buen renombre, que a despecho de la muerte me sobrevivirá en la tumba, no tienes poder para arrojarlo al negro deshonor].

 

En el Cantar de Roldán, poema épico francés, cuando Oliveros quiere hacer sonar el cuerno para pedir ayuda, el héroe no se lo permite y le da el siguiente argumento:

 

— Ne placet Deu, ço li respunt Rollant,

Que ço seit dit de nul hume vivant,

Ne pur paien, que ja seie cornant! (versos 1073-1075)

 

Texto modernizado:

Ne plaise à Dieu, lui répond Roland,

qu’il soit jamais dit par nul homme vivant

que pour des païens j’aie sonné mon cor!

Traducción:

No plazca a Dios que jamás haya hombre vivo que diga que por los paganos he hecho sonar el cuerno.

Cuando Oliveros le responde que no ve deshonra en ello, Roldán dice:

Melz voeill murir que huntage me venget.

Pur ben ferir l’emperere plus nos aimet.

Texto modernizado:

J’aime mieux mourir que choir dans la honte!

Mieux nous frappons, mieux l’empereur nous aime.

Traducción:

Prefiero morir que vivir con vergüenza. El emperador nos ama por nuestro buen luchar» [o «Cuanto mejor luchemos, más nos ama el emperador»].

En uno de los romances sobre el Cid, «Romance sobre un desafío» leemos:

Más vale morir con honra

que no vivir deshonrado,

que el morir es una cosa

que a cualquier nacido es dado.

Otro valor importante es la lealtad al soberano, que percibimos muy marcada en el Cantar de Mío Cid. El Cid es un caballero leal a su rey, aunque éste lo desprecie. Ya Homero en la Iliada decía que los buenos príncipes y grandes reyes son ornamentos del pueblo. En el Cantar de Roldán se afirma que el vasallo debe sufrir congoja por su señor, soportar calor y frío. No obstante, en los romances (poetizados en una etapa posterior a la del Cantar de Mío Cid) a veces se nos muestra a un Rodrigo Díaz de Vivar soberbio, altivo, rebelde y osado, un tanto distinto al del Cantar…, que se humilla constantemente ante su rey y desea que éste, a toda costa, le otorgue su perdón. A continuación, citaré algunos fragmentos de romances donde el Cid no es buen vasallo de su rey.

  1. De «El romance de cómo vino el Cid a besar las manos al rey sobre seguro».

 

Rodrigo se quedó solo

encima de su caballo.

Entonces habló su padre,

bien oiréis lo que ha hablado:

—Apeaos vos, mi hijo,

besaréis al rey la mano,

porque él es vuestro señor,

vos, hijo, sois su vasallo.

Desque Rodrigo esto oyó

sintiose más agraviado:

las palabras que responde

son de hombre muy enojado:

—Si otro me lo dijera,

ya me lo hubiera pagado;

mas por mandarlo vos, padre,

yo lo haré de buen grado.

 

En el mismo romance, el Cid luego dice:

 

—Por besar la mano de rey

no me tengo por honrado;

porque la besó mi padre

me tengo por afrentado.

 

  1. De «Don Sancho va a Roma en compañía del Cid».

 

A sus jornadas contadas,

a Roma se han llegado;

apeado se ha el buen rey,

al Papa besó la mano;

también sus caballeros

que se lo habían enseñado;

no lo hizo el Cid,

que no lo había acostumbrado.

 

Después, un duque afirma:

 

—Maldito seas, Rodrigo,

del Papa descomulgado,

que deshonraste a un rey,

el mejor y más sonado.

 

Al final, Rodrigo dice:

 

—Si no me absolvéis, el Papa,

seríaos mal contado:

que de vuestras ricas ropas

cubriré yo mi caballo.

El Papa, desque lo oyera,

tal respuesta la hubo dado:

—Yo te absuelvo, don Rodrigo,

yo te absuelvo de buen grado,

que cuanto hicieres en Cortes,

seas de ello libertado.

 

  1. De «Romance del juramento que tomó el Cid al rey don Alonso»:

 

—Vete de mis tierras, Cid,

mal caballero probado,

y no vengas más a ellas

dende este día en un año.

—Pláceme, dijo el buen Cid,

pláceme, dijo, de grado,

por ser la primera cosa

que mandas en tu reinado.

Tú me destierras por uno,

yo me destierro por cuatro.

 

En el Cantar de Mío Cid, Rodrigo posee otro carácter. Cuando se encuentra con el rey después de haber obtenido fama y victoria, cae a sus pies. El rey don Alfonso, apenado, le dijo: «Levantaos en pie, ¡oh Cid Campeador!/ Besad las manos, que los pies no;/ Si esto no haces, no tendréis mi amor» (vv. 2027-2029)*. Con los hinojos hincados permanecía el Campeador: «¡Merced os pido a vos, mi natural señor/ Estando así, me deis vuestro amor/ Que lo oigan cuantos aquí son» (vv. 2030-2032).

La valentía fue también muy importante en aquella época. Podemos notarlo al leer cómo todos se burlan por la cobardía de los infantes de Carrión ante el león. Tanto el Cid como los suyos pertenecen a la condición de guerreros y, por tanto, son valientes y capaces de enfrentarse con cualquier peligro. Montaigne afirma: «Ninguna profesión tan grata como la militar, noble en su ejercicio (pues la más fuerte, generosa y soberbia de todas las virtudes es el valor), y noble en su causa, porque no hay ninguna utilidad más justa y general que la custodia del reposo y la grandeza de nuestro país».

 

II. EL CID: HISTORIA Y LEYENDA

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A partir de 711, se inician en España siete siglos de dominación árabe. Hay un enriquecimiento y una mezcla de ideas que es parte de la convivencia entre los tres grandes grupos: judíos, moros y cristianos. En el Cantar de Mío Cid aparecen los tres grupos. Entre los cristianos, el Cid es el más destacado; entre los moros, Abengalbón, amigo del Cid; entre los judíos, Raquel y Vidas.

Rodrigo Díaz nació en Burgos, en un pequeño lugar llamado Vivar, aproximadamente en 1043, y murió en 1099. Los moros lo conocieron por Mío Cid. Se trata del único héroe, entre los que produjo España en la Edad Media, que alcanzó fama europea. En su figura se ha mezclado la leyenda y la historia. En el siglo XV, cuando la crítica en lengua castellana se hallaba en un estado primitivo, un historiador, Fernán Pérez de Guzmán, puso en duda algunos puntos de la historia del Cid. En el siglo XVIII, también surgieron dudas; por ejemplo: Masdeu dudó hasta de la realidad misma de la existencia del héroe. Sin embargo, en nuestros días, la historicidad del Cid es admitida sin reservas, y su trascendencia es grande como personaje que es mito y leyenda, prototipo interesante de toda una época y de una raza.

El Cid se crio en la corte. A los 18 años fue armado caballero por el infante Sancho. Son los tiempos del rey Fernando I, quien al morir fue sucedido por su hijo Sancho. Este último sostuvo luchas con sus hermanos, especialmente con doña Urraca. Rodrigo fue leal a su rey. Sancho II fue asesinado cuando ponía sitio a la ciudad de Zamora. Le sucedió Alfonso VI, quien hizo jurar, en Santa Gadea de Burgos, a Rodrigo de Vivar y a otros caballeros, no haber participado en la muerte de Sancho II, hecho que no le gustó al nuevo rey. Acusado por García Ordóñez de haber guardado para sí parte de las parias cobradas al rey de Sevilla, el Cid es desterrado. En su exilio, se pone a las órdenes del rey moro de Zaragoza y alcanza fama por sus victorias contra el conde de Barcelona, el rey de Aragón y el rey de Lérida y Tortosa. Posteriormente, Alfonso VI le otorga su gracia, pero por no llegar a tiempo en socorro del castillo de Aledo, el rey le confisca sus bienes, encierra a su esposa y le destierra. El Cid lucha por su cuenta contra los moros. En 1094, Rodrigo puso cerco a la ciudad de Turia y se estableció en ella. Después vuelve a la amistad con Alfonso VI. Su esposa se le une en Valencia. Durante mucho tiempo, el Cid fue percibido como el prototipo del caballero: poseía valores como la generosidad y la valentía.

El manuscrito más antiguo del poema es el de Per Abbat, fechado en 1345, según una nota final que dice: «Per Abbat le escribió en el mes de mayo,/ En era de mill CCCXLV annos». Sin embargo, existen otros escritos importantes sobre Rodrigo Díaz de Vivar. Por casualidad, estando R. Dory en Gotha, encontró el manuscrito árabe 266, monumento que contiene un largo pasaje sobre el Cid. Es fundamental porque Ibn-Bassan lo redactó en Sevilla en 503 de la Hégira (o 1109 de nuestra era), es decir, sólo diez años después de la muerte del Cid. Se trata, por lo tanto, del relato más antiguo que se conoce sobre este personaje.

Ibn-Bassan no escribió una biografía del Cid, sino que sólo indicó los principales hechos de su vida. Rodrigo, según él, había estado en un principio al servicio de los Beni-Hud, reyes árabes de Zaragoza, y combatió luego, en diferentes ocasiones, al conde de Barcelona, al rey de Aragón y a García, el apodado Boca de Tortuga, datos que concuerdan con los de las gestas. El Cid es un personaje en quien lo legendario y lo histórico van unidos, y su figura ha tenido tal trascendencia que muchos escritores y poetas de todos los tiempos le han dedicado obras.

 

III. LOS VALORES EN LAS DOS PRIMERAS PARTES DEL CANTAR DE MÍO CID

 

Este poema narrativo se divide en tres partes: 1) destierro del Cid; 2) Bodas de las hijas del Cid; 3) La afrenta de Corpes. Como no es mi propósito reseñar el poema ni contarlo de nuevo, enunciaré los pasajes donde más se aprecia la importancia de los valores.

El poema se inicia en la época de Alfonso VI. Como la primera hoja del manuscrito de Per Abbat se perdió, suele sustituirse con la Crónica de Veinte Reyes. El Cid es desterrado. El rey le da nueve días para salir. Rodrigo los aprovecha para despedirse. Muchos lo acompañan, entre ellos Martín Antolínez, gracias a quien el Cid dejó a Raquel y Vidas dos bolsas de arena que hizo pasar por oro, a cambio de dinero. Aquí se demuestra la astucia del Cid, que le bastó para comenzar a superar la miseria.

Posteriormente, el héroe monta a caballo y se despide de la Catedral de Burgos. Promete mil misas al altar de la Virgen, las cuales, en efecto, cumplirá. En esta parte del poema, apreciamos la importancia que en la Edad Media tenían los valores religiosos, sobre todo cuando el Cid agradece a Dios y le ruega que le conceda favores. Más tarde el Cid demuestra de nuevo su astucia al conquistar Alcocer, así como sus valores éticos al tener clemencia con los moros: «Los moros y las moras vender no los podremos,/ Que los descabecemos nada ganaremos;/ Acojámoslos dentro que el señorío tenemos;/ Posaremos en sus casas y de ellos nos serviremos» (vv. 619-622). Clemencia semejante tendrá el Cid al derrotar al conde de Barcelona. Lo apresa, pero le dice que coma: «Comed, conde, de este pan y bebed de este vino;/ Si lo que digo hiciereis, saldréis de cautivo;/ Si no, en todos vuestros días, no veréis cristianismo» (vv. 1025-1027). En la primera frase hay una semejanza con las palabras de Cristo en el Evangelio. Aquí notamos la nobleza y misericordia que impulsaron al Cid. Sin embargo, el conde no desea comer. Transcurren tres días y el Cid reanuda su promesa: «Comed, conde, algo,/ Que, si no coméis, no veréis cristianos;/ Y, si vos comiereis como yo sea agradado,/ A vos y a dos hijosdalgo,/ Os libraré los cuerpos y os daré de mano» (vv. 1032-1035’).  El conde come y el Cid, como buen caballero, cumple su palabra.

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Durante la primera parte del poema y parte de la segunda, notamos la lealtad del Cid a su rey, a quien siempre manda regalos después de ganar alguna batalla. Tras conquistar Valencia y otros territorios, Rodrigo envía nuevamente a Minaya con el rey. Es obvio que con la fuerza y fama adquiridas por el Cid pudo haberle hecho la guerra a su propio rey, pero no lo hizo por su lealtad. Lejos de pensar siquiera en ello, se dedicó a enviarle gran cantidad de obsequios. Después el Cid vence a las huestes de Marruecos y manda nuevos presentes al rey, quien sale a recibir a la gente del Cid: «¡Merced, rey Alfonso, sois tan honrado!/ Por mío Cid el Campeador todo esto os besamos;/ A vos llama por señor y tiénese por vuestro vasallo» (vv. 1845-1847). La cantidad de obsequios produce la envidia del conde don García: «¡Maravilla es del Cid que su honra crece tanto!/ Con la honra que él tiene nos seremos afrentados» (vv. 1861-1862). El rey, no obstante, se muestra benévolo hacia el Cid. Los infantes de Carrión (Diego y Fernando), con el interés personal de acrecentar sus riquezas y honra, piensan en casarse con las hijas de Rodrigo: «Demandemos sus hijas para con ellas casar;/ Creceremos en nuestra honra e iremos adelante» (vv. 1882-1883). Así van con el rey para que interceda por ellos. Él acepta.

 

IV. LOS VALORES EN LA «AFRENTA DE CORPES»

 

¡Paso, que llevo sobre mis espaldas el deshonor, que es la letra más negra!

Doña Elvira, en Las hijas del Cid,

de Eduardo Marquina

 

La tercera parte, más que consistir en una descripción de batallas o conquistas, es quizá la secuencia más humana del poema. Aquí ya contemplamos de modo directo cómo los valores y el amor propio hacen de lo suyo.

Doña Elvira y doña Sol se casan con los infantes de Carrión. En la obra dramática Las hijas del Cid (1908), de Eduardo Marquina, Rodrigo dice lo siguiente: «Sólo una cosa me tienta, y es ver que las casa un rey como si sus hijas fueran. No he de mezclarme en las bodas ni a retardarlas ni a hacerlas: dejo a las manos reales todo el dictamen en ellas». En esta pieza teatral, las hijas del Cid se muestran más vivas que en el poema; poseen mayor individualidad e inteligencia, y aunque muchos elementos del cantar son modificados por el autor, la intención es la misma.

En el poema, se comienza por exponer la vergüenza y deshonra de los infantes de Carrión. Se suelta un león de su jaula. Uno de los infantes se mete debajo del escaño y el otro sale por la puerta gritando y se introduce detrás de una viga de lagar. El Cid, con gran valentía, tomó al león del cuello y lo introdujo en su jaula. Luego preguntó por sus yernos, pero nadie los encuentra. Cuando los hallaron, estaban pálidos y avergonzados. Las risas corrían por la corte. La cobardía de los infantes se hizo evidente. Lo anterior me recuerda un poco a la parte del Cantar de Roldán en la que el héroe propone que su padrastro Ganelón sea el mensajero de Carlo Magno para ir a hablar con los árabes. Cuando el rey le tiende el guante diestro, a Ganelón se le cae al suelo y se nota su cobardía para ir. Desde entonces siente odio por Roldán, quien al final muere a causa de la traición de su padrastro. En el Cantar de Mío Cid, los infantes de Carrión traicionan al Cid afrentando a sus hijas, y en gran parte lo hacen por la vergüenza que les produjo el episodio con el león. Establezco el siguiente paralelismo:

 

Roldán———> [elige a] Ganelón——————————–> [se le cae el] guante.

Mío Cid——–> [más valiente que] los infantes de Carrión——> [huyen del] león.

 

Este fragmento es muy significativo en la tercera parte, ya que tendrá repercusiones en otras partes del canto. Después de dicho episodio, el Cid se alegra: hay motivo para otra batalla y tiene fe en ganar más riquezas. Pero la cobardía, como en Ganelón, caracteriza a los infantes de Carrión. Muño Gustioz lo oye hablar en secreto y le cuenta al Cid el temor de éstos por ir a luchar. El Cid les dice que permanezcan; sin embargo, van a luchar. Uno de los infantes (don Fernando) se adelanta para atacar a un moro, quien al verlo se fue sobre él. El infante tuvo tanto miedo que huyó. Pedro Bermúdez mató al moro y tuvo una especie de compasión por el infante. Como en el códice del Cantar… falta una hoja y la Crónica de veinte reyes alude a este pasaje, de allí suele tomarse en las ediciones modernizadas y en prosa del poema: «Don Fernando —le dijo Pedro al infante—, tomad este caballo y decid a todos que vos matasteis al moro de quien era el caballo, y yo lo acreditaré con vos». En la obra de Marquina, Téllez Muñoz es quien ayuda a los infantes: a Fernando le dice que si sale doña Elvira a pedirle nuevas, le diga que el moro se ha vuelto a sus naves, y que «por darle de alfombra a sus plantas, este estandarte has cogido al rey Búcar». A don Diego le aconseja: «Dirás que el mayor enemigo del Cid, Emir Ben Gehaf, ya no existe: mientras nosotros afuera luchábamos, segunda vez tú has tomado a Valencia». De tal modo, los infantes son auxiliados, pero de cualquier forma don Diego desconfía: «¿no es doble así el deshonor, si tú hablas?». Téllez Muñoz le responde: «¿y aún dudas?, ¿y aún no lo has visto, infanzón, que son ellas [sus esposas] las que en vosotros quiero ver honradas?». Y para que confíe en él, Téllez Muñoz abre las puertas y se asoma gritando: «¡Venid, que un cuerpo ha caído sangriento y es Ben Gehaf, y don Diego lo ha herido!» (cuando realmente fue Téllez Muñoz quien lo mató).

Mío Cid
Regresando al Cantar de Mío Cid, nos encontramos en la batalla contra los moros. El obispo don Jerónimo viene a luchar porque «Mi orden y mis manos querríalas honrar» v. 2373). El obispo inicia el ataque y va a buscar a los moros hasta su campamento. Al final de la batalla, el Cid persigue y mata a Búcar. Así gana la espada Tizón, que dará, junto con su espada Colada, a sus yernos.

Al término de la batalla, el Cid queda satisfecho con los esposos de sus hijas: «Si ahora son buenos, adelante serán apreciados» («Quando agora son buenos, adelant seran preçiados», v. 2463). Luego agradece a Dios en estos términos: «Gracias a Cristo que del mundo es señor,/ Cuando veo lo que había sabor:/ Que lidiaron conmigo en el campo mis yernos ambos a dos;/ Mandados buenos irán de ellos a Carrión,/ Cómo son honrados y os tendrán gran pro» (vv. 2477-2481). El honor sigue siendo uno de los valores más sobresalientes. También lo notamos después, cuando don Fernando agradece al Cid: «Gracias al Criador y a vos, Cid honrado;/ Tantos haberes tenemos que no son contados./ Por vos tenemos honra y hemos lidiado;/ Pensad en lo otro que lo nuestro tenémoslo en salvo» (vv. 2528-2531). No obstante, todos se sonreían porque nadie había visto a los infantes luchar. Las risitas que iban de un lado a otro, aunadas a toda la vergüenza que desde hacía ya un tiempo sentían, hicieron que los infantes concibieran un plan perverso. «Así las escarneceremos a las hijas del Campeador/, Antes que nos retraigan lo que fue con león» (vv. 2555-2556). Fernando y Diego deciden afrentar a las hijas del Cid. Se las quieren llevar a tierras de Carrión. El Cid les hace más obsequios; entre ellos, las espadas que ganó. Sin embargo, Rodrigo envía también a Félez Muñoz para informarle de las heredades que les han dado a sus hijas.

En el camino, un moro amigo del Cid, Abengalbón, les da presentes a las hijas del Campeador y a sus esposos, pero éstos, al ver las riquezas que tenía, deciden traicionarlo. Además de la cobardía, la traición es otra característica de los infantes. Por fortuna, un moro los oyó y advirtió a Abengalbón, quien los despidió con amenazas.

Continúan los infantes su camino y luego permanecen con sus esposas. El resto de los acompañantes se adelanta. Aquí, las hijas del Cid son afrentadas. Los infantes les dicen: «Creedlo bien, doña Elvira y doña Sol,/ Aquí seréis escarnecidas en estos fieros montes./ Hoy nos partiremos y dejadas seréis de nos;/ No tendréis parte en tierras de Carrión./ Irán estos mandados al Cid Campeador;/ Nos vengaremos en ésta por la del león» (vv. 2714-2719). Las golpean y las abandonan. En uno de los romances del Cid, se afirma lo siguiente:

 

No tuvo la culpa el Cid

que el rey se lo aconsejó;

mas buen padre tenéis, dueñas,

que vuelva por vueso honor.

 

De esta manera, doña Elvira y doña Sol quedan deshonradas y, como se dice en el poema, igual deshonor para el rey, que fue quien las casó. La recuperación del honor de estas mujeres es esencial no sólo para el Cid, sino para el mismo rey. Félez Muñoz encuentra a sus primas. El Cid siente mucho lo ocurrido: «¡Gracias a Cristo, que del mundo es señor,/ Cuando tal honra me han dado los infantes de Carrión!/ ¡Por esta barba, que nadie mesó,/ No la lograrán los infantes de Carrión,/ Que a mis hijas bien las casaré yo!» (vv. 2830-2834). Rodrigo manda un mensaje por medio de Muño Gustioz al rey Alfonso, quien convoca a corte y el miedo atrapa nuevamente a los infantes. Cuando el Cid y el rey se encuentran, el Cid quiere humillarse y honrar a su señor, pero éste le dice: «¡Por San Isidoro, verdad no será hoy!» (v. 3028). No hace falta explicar lo que siente el rey tras enterarse de lo que les sucedió a las hijas de Rodrigo.

Ya en la corte, los infantes de Carrión se encuentran llenos de vergüenza. El Cid demanda tres cosas: a) sus espadas Tizón y Colada, pues se las regaló para «Que se honrasen con ellas y sirviesen a vos» (v. 3155) (al rey); b) 3000 marcos en oro y plata que les había dado, y c) que acepten el reto por haber abandonado a sus hijas.

La primera demanda salió bien. El Cid obsequió su espada Tizón a su sobrino don Pedro, y la Colada a Martín Antolínez. Rodrigo les dice: «Sé que, si os acaeciere, con ella ganaréis gran prez y gran valor» (v. 3197). La segunda demanda no resultó tan bien, ya que los infantes habían gastado el dinero. Le pagan con caballos, mulas, palafrenes y espadas. Cuando Rodrigo reta a los infantes, hay un descontento por parte de éstos y del conde don García. Este último propone un argumento para escudar a los infantes, argumento que luego ellos aprovecharían también: «Los de Carrión son de estirpe tan alta/ Que no se las debían querer a sus hijas por barraganas;/ ¿Y quién se las diera por iguales o por veladas?/ En derecho obraron porque han sido dejadas. » (vv. 3275-3278). Fernando se puso entonces en pie y dijo: «Dejaos vos, Cid, de esta razón;/ De vuestros haberes de todos pagado sois./ No acrecentéis la contienda entre nos y vos./ De linaje somos de los condes de Carrión;/ Debíamos casar con hijas de reyes o de emperadores,/ Que no pertenecían hijas de infanzones./ Porque las dejamos derecho hicimos nos;/ Más nos apreciamos, sabed, que menos no» (vv. 3293-3300). Se nota claramente que usan este razonamiento tan sólo para evitar el pleito, pues antes querían a las hijas del Cid para hacer crecer su honra. El nuevo argumento me recordó a uno de los Cuentos de Canterbury, de G. Chaucer: el de la viuda de Bath. Cito del lado izquierdo la versión original; del derecho, la inglesa modernizada, y a continuación una traducción al español:

 

«But, for ye speken of swich gentillesse

As is descended out of old richesse,

That therfore sholden ye be gentil men,

Swich arrogance is nat worth an hen.

Looke who that is moost vertuous alway,

Pryvee and apert, and moost entendeth ay

To do the gentil dedes that he kan;

Taak hym for the grettest gentil man.

«But, since you speak of such nobility

As is descended out of old riches,

That therefore you should be noble men,

Such arrogance is not worth a hen.

Look who is most virtuous always,

In private and public, and most intends ever

To do the noble deeds that he can;

Take him for the greatest noble man

(versos 1109-1116)

 

Traducción:

ya que habéis hablado de la nobleza que procede de la antigua riqueza y creéis que por ella son los hombres nobles, sabed que tal nobleza no tiene el precio de una gallina. El hombre que es siempre virtuoso, lo mismo en privado que en público, y se esfuerza en practicar las acciones nobles que pueda, éste es en verdad el más noble de los hombres.

 

Después se alude a la honra:

 

And he that wole han pris of his gentrye,

For he was boren of a gentil hous

And hadde his eldres noble and vertuous,

And nel hymselven do no gentil dedis

Ne folwen his gentil auncestre that deed is,

He nys nat gentil, be he duc or erl,

For vileyns synful dedes make a cherl.

For gentillesse nys but renomee

Of thyne auncestres, for hire heigh bountee,

And he who will have praise for his noble birth,

Because he was born of a noble house

And had his noble and virtuous ancestors,

And will not himself do any noble deeds

Nor follow his noble ancestry that is dead,

He is not noble, be he duke or earl,

For churlish sinful deeds make a churl.

For nobility is nothing but renown

Of thy ancestors, for their great goodness

(versos 1152-1160)

 

Traducción:

quien desee ser honrado por haber nacido en noble cuna, si no realiza nobles acciones o sigue el noble ejemplo de sus difuntos abuelos, no será noble así sea conde o duque, pues las acciones perversas y viciosas hacen al villano. Y así la nobleza no es más que la fama de nuestros antepasados, los cuales la ganaban por sus buenas acciones.

 

Transcribo estos fragmentos de Chaucer porque vienen al caso. Los infantes de Carrión aluden tan sólo a su sangre, a su procedencia, y trataron de justificar su deplorable acto evocando a su linaje, es decir, a su pasado, cuando en realidad son ellos y sus acciones los que importan.

Pedro Bermúdez habla e insulta a los infantes. Le recuerda a Fernando cuando le ayudó contra el moro en la batalla de Valencia, y les vuelve a mencionar el episodio del león, que como se dijo antes, tuvo mucha repercusión en todos los sucesos posteriores. Asimismo, reta a Fernando. Luego Martín Antolínez reta a Diego. Como es obvio, les ganan. El Cantar termina de un modo feliz, pues las hijas de Rodrigo se casan con los infantes de Navarra y Aragón.

Para concluir, es necesario reafirmar que las acciones de los personajes deben ser motivadas no sólo por pasiones y deseos, sino también por los valores, a los que muchos de ellos toman como verdaderos motores que los conducen a actuar de determinado modo. Sin ellos, el humano dejaría de serlo.

 

FUENTES CONSULTADAS

 

Anónimo, Cancionero de romances viejos, UNAM, México, 1984.

Anónimo, Cantar de Mío Cid. El manuscrito del cantar. Timoteo Riaño Rodríguez y Ma. Carmen Gutiérrez Aja. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Anónimo, Cantar de Mío Cid. Texto modernizado. Timoteo Riaño Rodríguez y Ma. Carmen Gutiérrez Aja. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Anónimo, El cantar de Roldán, Espasa Calpe, Madrid, 1975.

Anónimo, La chanson de Roland. Joseph Bédier. Texto en línea: https://fr.wikisource.org/wiki/La_Chanson_de_Roland/Joseph_B%C3%A9dier/La_Chanson_de_Roland/Texte

Anónimo, Poema de Mío Cid. Nota literaria de Lázaro Sánchez Ladero, Ed. Ramón Sopena, Barcelona, 1978.

Chaucer, Geoffrey, Los cuentos de Canterbury, Ed. Marte, Barcelona, 1963.

Chaucer, Geoffrey, «The Wife of Bath’s Prologue and Tale» An Interlinear Translation, texto en línea disponible en https://sites.fas.harvard.edu/~chaucer/teachslf/wbt-par.htm

Enciclopedia Monitor, vol. 7, Ed. Salvat, Barcelona, 1970.

García Morente, Manuel, Lecciones preliminares de filosofía, Ed. Diana, México, 1963.

Homero, La Iliada, Espasa Calpe, México, 1982.

Marquina, Eduardo, Las hijas del Cid, Ed. Aguilar, Madrid, 1973.

Montaigne, Michel de, Ensayos escogidos, UNAM, México, 1978.

Varios, Grandes descubridores y conquistadores, vol. 5, Ed. UTEHA, México, 1985.

Varios, Historia universal ilustrada, vol. 2: De la Europa carolingia al Asia del siglo XVI, Ed. Anesa/ Noguer/ Rizzoli/ Larousse, Barcelona, 1974.

 

 

* Todas las citas del Cantar de Mío Cid fueron tomadas de la versión modernizada por Timoteo Riaño Rodríguez y Ma. Carmen Gutiérrez Aja. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.