Alma Moya Bastón
La mayoría de las personas que pasan por tener sentido común no están por encima de los niños que se creen los cuentos de su nodriza; y lo peor del asunto es que a menudo quienes gobiernan no saben más que los gobernados. […] El alma sólo es fuerte cuando tiene luces.
Voltaire.[1]
Introducción
El Siglo de las Luces y la ilustración muestran los aspectos fundamentales de un movimiento que permitió un avance significativo gracias a la ciencia y la razón. En el texto Respuesta a la pregunta ¿qué es la Ilustración?, publicado en 1783 por Immanuel Kant, encontramos un resumen excepcional que describe los ideales ilustrados y, junto con la revolución científica de Newton, sienta las bases del periodo moderno, que consiste en examinar continuamente el pensamiento propio y el de los demás, dejando atrás la vieja filosofía de corte aristotélico.
Kant utilizó en este escrito la frase Sapere aude como el símbolo que representaría el período de la Ilustración. ¡Atrévete a saber sin la guía de otros!, nos insta Kant; también a eludir la pereza y la cobardía con el afán último de liberarnos con la ayuda del conocimiento para dejar atrás la «minoría de edad». Kant señala que para ser ilustrados sólo se requiere libertad, que no es otra cosa que hacer uso de nuestra propia razón.
Mas escucho exclamar por doquier: ¡No razonéis! El oficial dice: ¡No razones, adiéstrate! El funcionario de hacienda: ¡No razones, paga! El sacerdote: ¡No razones, ten fe! (Sólo un único señor en el mundo dice razonad todo lo que queráis, pero obedeced). Por todas partes encontramos limitaciones de la libertad. Pero ¿qué limitación impide la Ilustración? Y, por el contrario, ¿cuál la fomenta? Mi respuesta es la siguiente: el uso público de la razón debe ser siempre libre; sólo este uso puede traer Ilustración entre los hombres.[2]
Resulta significativo reconocer que una corriente filosófica promueva la divulgación del conocimiento al alejarse de la oscuridad que provoca la ignorancia y romper con las ataduras de doctrinas religiosas que frenan toda posibilidad de independencia. El aprendizaje brinda una postura distinta ante la vida; se eliminan prejuicios o ideas preconcebidas inculcadas por una educación gastada y caduca que procura ciudadanos sometidos y perezosos, incapaces de crear sus propias condiciones fértiles y de progreso sistemático.
Hacer pleno uso de nuestras facultades mentales debiera ser nuestro fin ulterior, así como ser capaces de crear —con todo lo que ya sabemos— mayor conocimiento y experiencias que promuevan esa libertad que tanto se anhela. Voltaire nos dice que «el hombre es libre en el momento en que desea serlo». De esta manera, es nuestra prerrogativa elegir la sabiduría para ser libres y elegir cuándo iniciar nuestro viaje hacia la mayoría de edad. Así como la herencia Kantiana nos invita a crecer mediante el conocimiento, reconocemos también la extraordinaria aportación de Voltaire, ejemplificada con una de sus obras: Micromegas, publicada durante el Siglo de las Luces en Francia.
Siendo Voltaire uno de los filósofos más influyentes del siglo XVIII, al igual que Kant y otros pensadores, cuestiona las ideas de su época. Por medio de la literatura, Voltaire también nos invita al uso de la razón. No partimos del enfoque de Kant sobre Voltaire, sino que, con la ayuda de los dos escritos mencionados, de estos magníficos filósofos, invitamos a la reflexión sobre la importancia de la ilustración para poder crecer. Mientras que el primero nos invita a usar la razón para lograr nuestra propia autonomía y lograr así la «mayoría de edad», el segundo nos incita a «crecer» culturalmente, a viajar hacia mundos desconocidos, a explorar y observar: «Los viajes ilustran… al ilustrado»[3]. El protagonista del relato de Voltaire, el habitante de uno de los planetas que giran alrededor de la estrella Sirio, Micromegas, es sentenciado al exilio por sus escritos y decide irse para acabar de formarse:
muy poco le afligió ser desterrado de una corte que solo estaba llena de enredos y bajezas. Hizo una canción muy divertida contra el muftí, de la que este apenas si se preocupó, y se puso a viajar de planeta en planeta para acabar de formarse el espíritu y el corazón.[4]
Micromegas no era un hombre cualquiera; era cultivado, inventor y muy inteligente. Voltaire nos cuenta que le tomó cuatrocientos cincuenta años salir de la infancia. No hablamos de un viajero cualquiera, sino de alguien que, con afán, persigue mayor conocimiento que lo complemente. Con lo anterior, proponemos no solo reconocer la importancia del conocimiento, sino perseguir nuestra autonomía. Atrevernos a erradicar nuestra ignorancia será la vía que nos conduzca a la promulgación de nuestra propia libertad.
Kant y su Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?
El siglo XVIII, el «Siglo de las Luces», propone acabar con el oscurantismo; advierte así la necesidad de utilizar la luz del pensamiento. Immanuel Kant (1724–1804), filósofo ilustrado por excelencia, señala en su ensayo Respuesta a la pregunta ¿qué es la Ilustración? la posibilidad del hombre para salir de la minoría de edad. Con el uso de esta analogía, Kant propone que no necesitamos la guía de otros. Nosotros somos capaces de crecer con el uso de nuestra razón:
Ilustración es la salida del hombre de su culpable minoría de edad. Minoría de edad; es la imposibilidad de servirse de su entendimiento sin la guía de otros. Esta imposibilidad es culpable cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino de decisión y valor para servirse del suyo sin la guía de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración.
A través de la proposición Kantiana, comprendemos que para alcanzar la mayoría de edad es necesario liberarnos de la pereza y de la cobardía. Dicha condición ha permitido a otros convertirse en tutores de tantos que, gustosos, permanecen en la minoría de edad. ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a liberarnos de la parálisis que nos mantiene atados al pensamiento y a la decisión de otro? ¿Cuántos estamos dispuestos a disipar el miedo que obstaculiza nuestra libertad?
El saber es el sendero hacia la libertad, piedra angular de la filosofía moral de Kant.[5] Es una obligación, un deber reconocer nuestra propia libertad. De no atender este derecho, nuestro compromiso con nosotros mismos estaría en el olvido, y quedaríamos confinados a una existencia lóbrega. Kant nos culpa de ser responsables de la oscuridad en que estamos sumergidos. Pero él mismo nos da la llave que abre la puerta de la luz: atrévete a saber. ¿Por qué entonces la respuesta que Kant propone, y que es el lema de la Ilustración, resulta tan compleja y difícil de alcanzar? ¡Por pereza y miedo!
Voltaire (1694-1778) y su Micromegas
Entre las discusiones filosóficas durante el periodo de la Ilustración, se exhortaba al uso de la razón. Voltaire señala la necesidad de cuestionarnos de una manera constante. Mediante el viaje de Micromegas, advertimos la necesidad que debe tener el hombre de pensar. Con una singular paradoja: Micromegas (minúsculo – monumental), Voltaire plantea también que el tamaño es relativo. Lo que es grande para algunos puede resultar pequeño para otros. No debemos dejarnos engañar por la «estatura». Lo importante es mirar más allá de todo lo que nos resulte ordinario o evidente.
Entonces Micromegas pronunció estas palabras: «Veo más que nunca que no hay que juzgar nada por su tamaño aparente. ¡Oh, Dios, que habéis dado una inteligencia a sustancias que parecen tan despreciables!, lo infinitamente pequeño os cuesta tan poco como lo infinitamente grande; y, si es posible que haya seres más pequeños que éstos, aún pueden tener un espíritu superior al de esos soberbios animales que he visto en el cielo, cuyo solo pie cubriría el globo del que yo he descendido».[6]
Viajar, en sentido figurado, es recorrer el camino asumiendo la responsabilidad de nuestro propio proceder; pensar con el uso de la razón tal y como lo hace Micromegas. El viaje es justamente el adiestramiento que busca para completarse, el camino que cada uno debe transitar para emanciparse. Es una iteración de diversas lecciones que adoctrinen nuestro camino.
En su recorrido, Micromegas se encuentra con los hombres, seres tan pequeños que se ve en la necesidad de improvisar un microscopio para verlos. Aun siendo tan diminutos, son orgullosos y capaces de hacer las peores atrocidades. Son inteligentes, diligentes para hacer cálculos matemáticos, y cuando se les pregunta qué es su alma y cómo forman sus ideas, se dan a la tarea de citar a sabios y a filósofos para responder esas preguntas. Cabe la probabilidad de que quizá deberíamos disminuir el ego y el orgullo para reconocer nuestras deficiencias. Observarnos con una lente imparcial que identifique nuestras carencias. Resulta interesante la utilización de instrumentos que permitan observar lo que a simple vista no se advierte. La observación es quizá el primer paso del aprendizaje: sentir curiosidad por lo que ocurre, tener la posibilidad de investigar, plantear nuevas hipótesis, experimentar nuevas posturas. El singular viaje termina con la promesa de un regalo extraordinario para los hombres: un libro de filosofía «escrito muy detalladamente para su uso», que les hará comprender el propósito de las cosas.
¿Acaso es posible encontrar en un libro la respuesta de todas las cosas? La sabiduría ancestral no puede ser escrita en un solo libro: se vive, se respira, se recorre. Experimentar es también aprender. Lo que sí se puede es empezar por uno mismo, perseverar en la reflexión que nos lleve a interrogarnos de manera iterativa qué promueve nuestra evolución. Voltaire nos entrega un libro en blanco. No busques en un libro lo que otros escriban. ¡Piensa!, sugiere Voltaire, ¡usa la razón! ¿Podemos seguir su consejo? ¿Somos acaso individuos que se conforman? Podríamos quizá emular con ímpetu el ánimo de Voltaire. La pasión de Voltaire era incansable y su polémico espíritu lo llevaba a estar en boca de todos. No descansaba y su sed de ser escuchado no cesaba nunca. Así lo afirma Émile Faguet en su libro sobre Voltaire[7]:
Par cette esquisse, encore qu’incomplète, de sa vie, on a déjà aperçu les principaux traits du caractère de Voltaire. C’était un homme dévoré du besoin d’activité, du besoin de bruit et du besoin de gloire. Qu’on parlât de lui sans cesse, partout, infatigablement, c’était chez lui une soif inextinguible. Je ne sais qui a dit de lui, vulgairement, mais avec esprit : « C’est un homme qui a pour dix millions de gloire et qui en demande encore pour deux sous ».
Et, du reste, le seul besoin d’agir, de se remuer, de ne jamais se reposer, aurait, même sans l’amour de la gloire, fait sa vie ce qu’elle a été. Né sans instruction et sans génie, il aurait travaillé, cabalé, intrigué. Fomenté des complots, des conspirations, des batailles populaires ; ou, de valet adroit, se serait élevé jusqu’à quelque intendance ou quelque ferme générale.
Il était polémiste, processif, toujours en contestations et en affaires, avec des alternatives singulières d’audace et de terreurs folles. Nerveux, trépidant, ayant des accès de colère terrible, des rancunes acharnées, traversées d’apaisements quelquefois sincères, il était comme une machine électrique toujours chargée :
Il en partait des traits, des éclairs et des foudres.[8]
¡Qué salgan rayos y centellas de nuestra alma! ¡Que despierte ya del letargo que nos lleva por el sendero de lo que otros piensan y deciden! Seamos polémicos y conspiradores. Urdamos un plan para ilustrar a cuanta persona esté cerca compartiendo lo que sepamos.
Para lograr la mayoría de edad
Considerando las posturas arriba mencionadas, es preciso exhortar a los hombres a dejar a un lado la pereza de pensar y el miedo que impide su propio avance. Se puede alcanzar la mayoría de edad si se parte de la observación de uno mismo, si se cambia la mente reactiva por un pensamiento crítico y analítico, si se propicia el debate que construya un mejor entendimiento de todo lo que se es. Lejos de buscar la división entre las personas, los diversos puntos de vistan enriquecen y suman cualquier visión o propuesta. Se debe recordar en todo momento que la grandeza es siempre relativa y no hay cabida para la arrogancia. Cada quien tiene su propia perspectiva de las cosas. El discernimiento que nos brinde el significado de la vida es individual. Ilustrarnos es la entrada a la mayoría de edad. Hagámonos responsables y atrevámonos a pensar por nosotros mismos; rompamos paradigmas; cuestionemos todo lo prestablecido y aventurémonos a la creación de un nuevo mundo cada día.
Antes de iniciar este escrito, las páginas estaban en blanco. Me atreví a saber, a leer, a vencer el miedo y a escribir mi humilde versión de dos extraordinarios pensadores, aún con la posibilidad del juicio de quien lea lo que pienso y digo. También lo escribí con la certeza de que se podrá estar o no de acuerdo conmigo. Sin embargo, es justo lo que esperaría: provocar confrontación, debate. El camino es largo y en esta vastedad de conocimiento podría uno volverse arrogante; entonces deberemos recordar observarnos continuamente. De igual modo, deberemos entender la relatividad de las cosas y que todos aprenderemos de manera distinta, pensar que los diferentes puntos de vista sólo podrán colmarnos de un sinnúmero de beneficios. Lo mejor será cuando nos demos cuenta de que habremos cumplido la mayoría de edad. Para muchos es más fácil quejarse; sin duda, se trata de una postura que hoy nos caracteriza. De no asumir nuestra total capacidad de aprender, me preocupa pensar que es probable que nunca logremos la anhelada emancipación. Si tan solo damos el beneficio de la duda a estos extraordinarios hombres que no cesaron en insistir sobre la importancia de hacer uso de la razón y decidimos saber, es probable que nuestro mundo prospere. Entonces estaremos en la posibilidad de provocar el cambio tan ansiado que siempre pregonamos pero que no hemos alcanzado. Atribuyo mi asombro y admiración por estos textos publicados hace más de doscientos años a lo atemporal que resultan sus exhortos, cuyo fin es promover un pensamiento crítico en los individuos para conseguir su propia autonomía.
Enfatizamos que para Kant, hacer uso de la razón es una obligación, y para Voltaire, la razón y la humanidad eran más que palabras vanas.[9] Para mí, hacer uso de la razón es un privilegio, una elección; es arriesgarme a mirar la luz incluso cuando otros critiquen mi pensar. ¿Será posible que nos atrevamos a saber rompiendo paradigmas y estereotipos que evidentemente ya no funcionan? Con ingenuidad, mi respuesta sería que sí… ¿Tú qué me dirías?
Bibliografía
Faguet, Émile, Voltaire (1895). Lecène.
Kant, I., En defensa de la Ilustración (2017). Alba Minus.
Kant, I., ¿Qué es la Ilustración? (2004). Alianza.
Moreno Castillo, Ricardo, Nosotros y Voltaire (2017). Pasos Perdidos.
Thorpe, Lucas, The Kant Dictionary (2014). Bloomsbury.
Voltaire, Aforismos. Extraidos de la correspondencia (2013). Hermida.
Voltaire, Micromegas (2016). Penguin Random House.
[1] Voltaire. Aforismos. Extraídos de la correspondencia. (2013) Hermida.
[2] Kant, I. En defensa de la Ilustración. 2017 Alba Minus.
[3] Autor desconocido.
[4] Voltaire. Micromegas. 2016. Penguin Random House.
[5] Thorpe, Lucas. The Kant Dictionary. (2014) Bloomsbury
[6] Voltaire. Micromegas. (2016) Penguin Random House.
[7] Faguet, Émile. Voltaire. (1895) Lecène.
[8] Por este bosquejo, todavía incompleto, uno puede ya percibir los principales rasgos del carácter de Voltaire. Era un hombre devorado por una necesidad de actividad, necesidad de ruido y necesidad de gloria. Que uno hablara de él sin cesar, por todos lados, infatigablemente, era una sed inextinguible que él tenia. No sé quién ha dicho de él, vulgarmente, pero con espíritu: «Es un hombre que tiene diez millones de gloria y todavía pide dos monedas de plata». Y, del resto, la sola necesidad de actuar, de moverse, de jamás reposar, habría, incluso sin el amor de la gloria, hecho de su vida lo que ha sido. Nacido sin instrucción y sin genio, habría trabajado, conspirado, intrigado. Fomentó complots, conspiraciones, batallas populares; o, de hábil ayudante, se habría elevado hasta alguna intendencia o alguna posición general. Era polemista, alargaba procesos, siempre en disputa y en asuntos, con alternativas singulares de audacia y locos terrores. Nervioso, trepidante, con accesos de cólera terribles, de rancias ferocidades, atravesadas por apaciguamientos a veces sinceros, era como una máquina eléctrica siempre cargada. «De él salían rayos y relámpagos».
[9] «Lo explica muy bien el escritor inglés John Morley en la introducción de su biografía de Voltaire: Para Voltaire, la razón y la humanidad fueron algo más que una palabra vana, y el amor a la verdad y la pasión por la justicia algo más que una idea. Ninguno de los hombres famosos que se han esforzado en pensar con libertad y hablar con verdad han visto nunca más claramente que el fin fundamental de la lucha es que otros vivan felizmente» (Moreno Castillo, Ricardo, Nosotros y Voltaire (2017) Pasos Perdidos).