Estrella Asse
No, el cuerno ya no suena más
ni la cuerda del arco al soltarla tampoco;
el silencio es el agudo marfil
que pasa por el brezal subiendo la colina;
no hay risas en medio del bosque
donde el solitario eco asusta
a algún tipo, asombrado de oír
bromas en lo profundo y tenebroso del bosque.
John Keats
En la espesura del bosque, al cobijo de frondosos árboles y altas malezas, se dibuja la silueta del valiente arquero que dio nombre a una de las más famosas leyendas medievales inglesas. La historia de Robert Fitztwalter, Robert de Locksley, Robyne Hood o Robin Hood sigue vigente en incontables ediciones, comedias musicales, series televisivas y películas que muestran el alcance que ha tenido su difusión en distintos países.
Su popularidad debe mucho al contexto que le dio vida y al apego de tradiciones que han sido materia de estudio para la crítica especializada, así como de interés y entretenimiento para niños y adultos. Los incidentes de una historia que enfrentan al héroe ante entornos hostiles, en medio de las pugnas entre gobernantes, invasiones y guerras, también incluyen el atractivo de proezas que destacan su superioridad moral por encima de las injusticias sociales que imperaron en su época.
Las fuentes que documentan la historia de Robin Hood contienen variantes, incluso alteraciones que entre un texto y otro que se han tenido que reconstruir a partir de crónicas que recogieron las leyendas que se transmitieron oralmente de generación en generación y años más tarde quedaron impresas en las primeras formas manuscritas. No obstante, sus antecedentes también inspiraron algunas de las baladas inglesas que datan del siglo xii, las cuales ambientaron los escenarios de pasajes históricos lo mismo que de situaciones cotidianas. Las baladas eran canciones populares anónimas en las que predominaban las cualidades narrativas de los intérpretes para dar a conocer brevemente anécdotas contenidas en antiguas leyendas mediante recursos líricos, como el uso de frases cortas, por lo general, rimadas. La idea de cantar estas baladas era, como asegura Maurice Keen, dar a conocer hechos históricos relevantes y actos dignos de recordarse, memorizarse y difundirse no sólo por la documentación que contenían, también, porque estimulaban la imaginación colectiva en una época marcada por la represión que impuso la Iglesia en el medievo. Las baladas combinaban elementos didácticos con otros de carácter folclórico que cantaban las hazañas de héroes que podían desafiar la ley e incluso cuestionaban la creencia generalizada de una sanción divina.
En etapas sucesivas, una gran cantidad de baladas conservaron el estilo impersonal del típico había una vez que daba entrada a brujas, príncipes y princesas y que concluían con un desenlace feliz, mientras que otras adquirieron un estilo individualizado, más sofisticado, cuyo principio fue condensar una trama a través de un marco narrativo específico. En esa transformación, la sucesión de incidentes desordenados cambió por la voz de un narrador capaz de cubrir los vacíos existentes y dar continuidad a la profusión de detalles en el ámbito histórico y en el desarrollo de los incidentes en torno al héroe.
Al paso del tiempo, el conjunto de más de treinta baladas acerca de las hazañas de Robin Hood se unificó en un solo texto, subdividido inicialmente en cuatro grandes apartados que más adelante se conformó en una serie de relatos que se imprimieron en folios durante los siglos xv y xvi; en ellos se mantuvo gran parte del trasfondo sociohistórico y de las cualidades que lo convirtieron en un héroe perdurable.
Fueron esas baladas las que dieron la pauta para comprender la idiosincrasia, las creencias o aspiraciones de los narradores que contaron su historia y determinaron la futura inclusión dentro del cuerpo de leyendas de la literatura inglesa. Como fiel arquero al servicio del rey Ricardo Corazón de León, Robin Hood lo acompañó en la tercera Cruzada a Jerusalén. Luego de presenciar la captura y muerte del rey, regresó a Inglaterra, sitiada en esa época por los normandos. Su valentía lo enfrentó al enemigo extranjero, su origen al intento por recuperar el honor que, por causa de las confabulaciones en la Corte y la usurpación del trono de Ricardo por su hermano Juan, provocaron que se impusieran nuevos impuestos que aumentaron el descontento del pueblo y el resentimiento generalizado por las injusticias de un sistema legal inoperante.
Pero Robin Hood representó a los hombres que no tuvieron el valor de enfrentarse abiertamente y manifestar su descontento; en compañía de su fiel amigo John y unos cuantos seguidores, se convirtió en el combatiente de las causas justas, asumió el apodo de príncipe de los ladrones, un prófugo que al cobijo del bosque Sherwood acechaba las rutas por las que transitaban nobles y caballeros, burlaba a las autoridades y distribuía las riquezas entre campesinos, leñadores y aldeanos empobrecidos.
Como historia o leyenda, el constante traslado de los relatos que envuelven la mítica figura del arquero traspasó las rígidas fronteras de la Edad Media y permaneció como modelo del idealismo implacable en pugna por la repartición equitativa entre los sectores sociales, del mismo modo que dividía la colindancia entre el bosque y el castillo. Dos escenarios que representaban la polaridad social: la tiranía que se ejercía desde la alta fortaleza y los hombres que vivían a la intemperie, desprotegidos del beneficio de las leyes.
La herencia ancestral que atraviesa esta historia admite interpretarla a la luz de símbolos que renuevan su vitalidad; la elevación del palacio real, morada sólida de torres que se alzan en la cumbre de las montañas y el bosque como emblema del santuario en estado natural son imágenes que quedaron en la memoria como expresión del poder que encubren las altas murallas y sofoca las voces que en la oscuridad de los parajes cantan al anhelo de un mundo ideal. Un abismo que traza la última flecha que Robin Hood dispara antes de morir en dirección del bosque, haciendo sonar por última vez su cuerno de cazador en señal del sepulcro que guardará sus restos y con ellos el presagio de una leyenda que revivió sus proezas.
Seguir sus pasos, escucharlo o verlo a través de distintos ojos en perspectivas cambiantes, es el resultado de los desplazamientos continuos en los que cada autor reinventó un Robin Hood, valiéndose de fuentes que guardan una larga trayectoria y, en ocasiones, una información inconsistente. Como reivindicación de la cultura y la historia anglosajona, por el interés de los nexos históricos y literarios y por la fascinación de conocer a un personaje que es incitador del orden público, son sólo algunos rasgos que han motivado la intención por entenderlo como un héroe moderno, un mortal capaz de justificar sus actos, una antigua épica que se desgaja en fracciones amoldables en distintos terrenos y bajo distintas ópticas.
En el plano cinematográfico, las adaptaciones de la historia de Robin Hood cubren un lapso considerable, que se inició en las primeras décadas del siglo XX y llegaron al actual en numerosas películas que han ido a la par del crecimiento acelerado de la industria fílmica. Durante ese periodo, se rodó en Inglaterra y en los Estados Unidos una serie de breves episodios secuenciados que fueron un antecedente importante para el desarrollo de proyectos más ambiciosos. El atractivo de las películas mudas, que apenas excedían unos cuantos minutos, creció en los largometrajes que paralelamente acaparaban las pantallas en el ámbito mundial y cubrían las demandas de un público cada vez mayor. Sobresale la versión Robin de los bosques de 1922 como pionera de producciones más extensas y su director, Allan Dwan, por el trabajo que realizó al lado del productor y actor Douglas Fairbanks. Junto con Charlie Chaplin y su esposa, Mary Pickford, entre otros propietarios de la empresa productora, United Artists, Fairbanks arriesgó un presupuesto que al final de la filmación excedió en cifras millonarias. Para el decorado de los escenarios el productor no escatimó en crear un paisaje al estilo medieval que incluía un castillo y la más sofisticada utilería, en un intento, según Richard Stapleford, «de llenar el silencio mediante un esplendor artificioso», aunque efectivo, pues dio la pauta decisiva que en adelante impusieron las grandes productoras estadunidenses en otras partes del mundo.
Esta constante definió el carácter tecnológico del cine y aceleró el proceso de convertirlo en una nueva forma de arte, si bien al principio primitivo, en adelante consolidado como un medio visualmente narrativo. Aunado al perfeccionamiento del sonido, la introducción del color a mediados de los años treinta añadió un atractivo adicional en varias películas de dibujos animados y en algunos largometrajes de tipo épico como en Las aventuras de Robin Hood de 1938. El título se orienta a una época que fue determinante en la producción de las películas de aventuras, un género que aseguraba el éxito taquillero y un acierto en cuanto al rescate de fuentes históricas y literarias que podían turnarse con la magia de una ambientación que también incluyera las pericias del caballero por conquistar a su dama.
Si bien la película se apoya en algunas líneas temáticas del contexto original, añade ingredientes a tono con el sentido de espectáculo que mantiene a lo largo de 102 minutos, en los que buenos y malos alternan en contiendas de espadachines o arquería que reafirman la destreza de Robin Hood, caracterizado Errol Flynn. La combinación de actores afamados con la recreación de una trama llena de acción y, al mismo tiempo de humor, propiciaron una atmósfera relajante que deja entrever el futuro prometedor de Robin y lady Marian (Olivia de Havilland). En la sucesión de escenas, la creación de cada sector se percibe en la atractiva fotografía que capta la vista natural del bosque Sherwood, el frío panorama del castillo de Nottingham o la calidez del fuego en el interior de la taberna. Nominada como mejor película en 1939 y ganadora de dos Óscar por mejor dirección artística y música, su fama no excluye el talento del director húngaro, Mihály Kertész, —alias Michael Curtiz— quien se exilió en los Estados Unidos luego de enfrentar en su país las restricciones que afectaron la industria fílmica; al poco tiempo, su éxito definitivo lo obtuvo por la dirección de Casablanca (1942), un clásico entrañable. De igual manera, figura el nombre del austriaco, Erich Wolfgang Korngold, que a su llegada a los estudios Warner Brothers ya había consolidado su reputación en Europa, por la composición de óperas y otras obras. Los arreglos musicales para Las aventuras de Robin Hood armonizan con la fuerza emotiva de algunas escenas, acentúan los detalles en tonos melodiosos que, entre otros matices, como el toque de trompetas y fanfarreas, eran desconocidos en el cine de esos años.
En esa conjunción de imágenes, el pasado distante del ídolo legendario no es tan sólo un recuerdo archivado en los anales medievales, sino las voces que forjaron desde tiempos inmemoriales su identidad permutable. Robin Hood es uno y todos, simboliza el culto al personaje temerario que vive al margen de la escoria, el que aún estimula a reflexionar sobre los contrastes de las sociedades modernas, en la encarnación de la expresión popular que cantó a su gran pasión por la vida: una historia de sucesos quizás tan sólo aparentes que enmarcaron el sueño de un héroe invencible.