Marichu Martínez S.
Llevar una vida amargada lo puede cualquiera, pero amargarse la vida a propósito es un arte que se aprende.
Paul Valéry
Está de moda leer artículos o libros de autoayuda, donde nos enseñan las claves para ser felices al desarrollar hábitos y conductas que nos llevan por esa ruta. Pertenezco a un tipo de persona cuyas aspiraciones en nada se relacionan con dichas rutas. Sé que nunca seré feliz: es imposible. Tal palabra no forma parte de mi vocabulario. Me honro de pertenecer a este grupo tan selecto llamado «los amargados». Me parece importante expresar unas cuantas ideas para solidarizarme con mis compañeros y así, tal vez, agregar a nuestras filas a quienes pertenecen a la contraparte: la «gente feliz».
A los amargados nos encanta usar los dichos heredados de los padres para reforzar nuestros argumentos. ¡Qué razón tenía mi madre cuando decía: «No existe la felicidad completa»! Estas palabras me han ayudado a tomar la vida con precaución. Si las cosas parecen funcionar bien, desconfío; seguramente vendrá pronto un golpe duro. Entonces intento —y lo logro— no disfrutar mucho, por si acaso. «Piensa mal y acertarás»: si siempre vemos el lado negativo de las cosas y de la gente, acaso no nos equivoquemos. Todos tenemos nuestro lado malo; por ello no podemos confiar en nadie. Si pensamos así, tal vez daremos con mayor facilidad en el blanco. «Cría cuervos y te sacarán los ojos» es la máxima para establecer las relaciones con los hijos. Siempre la tengo presente cuando estoy con ellos. Así no me siento tan desprotegido por lo que se les pudiera ocurrir a mis aprovechados vástagos el día de mañana, o de hoy. Asumo que mienten, y se lo digo claro; asumo que son flojos: así tendrían que hacer mayor esfuerzo; asumo que no son lo que «deberían ser», ya que eligen mal sus parejas, sus carreras, su vida… Al final les digo que no tienen remedio. Se enojan, pero debo decirlo: es mi deber como padre.
Los amargados no somos malas personas, sino una élite que cree en el irremediable destino, así como en el papel de Dios en nuestra vida. «Estaba de Dios», «que sea lo que Dios quiera» son nuestros dichos favoritos, sobre todo para la subclase creyente, como yo, que sabe que el destino no está en nuestras manos y hay que aceptar lo que venga, y de hecho, esperarlo; sobre todo lo malo, pues lo bueno «se nos da a cuentagotas». Da igual lo que hagamos, pensemos o digamos: «nuestro destino está escrito».
A todos nos da igual lo que piensen o sientan los demás, mientras escuchen nuestras opiniones sobre la realidad que percibimos con sabiduría. La mayoría no percibe con verdadera intuición los peligros o puntos negros que rodean a los eventos «felices». De inmediato se emocionan con las buenas noticias sin pensar más allá, sin percibir el doble fondo. Será falta de imaginación o tal vez de inteligencia. ¡Menos mal que estamos nosotros para advertirles!
El mejor lugar que los amargados tenemos para vivir es, sin duda, la Ciudad de México. Desde que amanece, o más bien desde que aún no amanece, cuando despertamos, nuestro cónyuge ya está pegando de gritos para que los hijos salgan a tiempo a la hora que pasa el camión. Son las 6:30 y ya hay tráfico. El colegio queda lejos y los niños pasan más de una hora al día dando vueltas en la calle para recoger a otras víctimas. En el camión les amanece, así como a nosotros, sus padres, en el coche, si es que lo tenemos. La velocidad promedio para circular en la Ciudad de México es de 1 a 20 km por hora, sobre todo en las vías rápidas. Por tal motivo, no se puede calcular el tiempo/distancia, como se hace en otros países. Aquí se requiere una ecuación que incluya todas las variables para fijar la hora de salida al día: marchas, inundaciones, temblores, quincena, lluvia, exposiciones, congresos, choques, coches en doble fila, asaltos, secuestros, huelgas, tiroteos, granaderos, baches poncha-llantas, aviones y helicópteros que de vez en cuando caen del cielo… Son infinitas las variables. Ya en el trabajo, si se es empleado, más vale cumplir las ocho horas seguidas sin respirar (aunque no se tenga nada que hacer), y ni pensar en salir a tomar el vermouth o el café, como en Europa. Aquí seguimos siendo esclavistas y está mal visto; aquí se trata de demostrar el cumplimiento, a menos que trabajes en el gobierno. Allí sí existe el desayuno, el almuerzo, la comida y el café, actividades que suelen alargarse hasta la noche, al fin que pagan los contribuyentes sin protestar; sólo lo hacen en Avenida Reforma y en el Centro… de vez en cuando.
La hora de salida para un trabajador de empresa normal suele ser variable, y nunca a la baja, por supuesto. Está atenido a la hora en que a su jefe le da la gana que se vaya. Y ni se le ocurra cobrar horas extras: hay cien personas en lista de espera para su puesto, dispuestas a no cobrarlas. El trabajador llega a casa a las tantas después de pelear en el tráfico contra unos cuantos conductores neuróticos e impulsivos, y otros tantos delincuentes en los altos, quienes cuando no le dieron «cristalazo», lo apuntaron con una pistola, lo apuñalaron o simplemente intentaron limpiar el parabrisas de su coche. Los hijos ya están dormidos y la esposa ve a Lopez Dóriga que anuncia las desgracias del día. Dicen que la Ciudad de México es preciosa. La verdad, yo no he podido verla, y prefiero no hacerlo… No vaya a ser que me guste y la disfrute. ¡Semejante tontería!
Aquí viven muchos compañeros amargados. Creo que somos un grupo numeroso, pero más numeroso es el grupo de «felices» o que intentan serlo. No entiendo cómo; tal vez mientan. Por lo menos nosotros somos sinceros y sin tapaduras. Creo que todos mienten al sonreír; pienso que se trata más de una mueca que de una actitud: una mueca hipócrita.
La felicidad es fruto de la ignorancia. En el fondo, la culpa de nuestra insatisfacción es de quienes, con su irresponsable felicidad, nos hacen sentir mal. La máxima del infeliz «feliz» es desarrollar un pensamiento positivo que consiste en sobreponerse a los inconvenientes de la vida, dándoles un sentido de aprendizaje y olvidándolos pronto para sustituir ese pensamiento negativo por uno «positivo». El infeliz «feliz» usa términos agringados, como reframing, retooling, flowing, que inventaron unos cuantos que no tienen ni idea de lo que significa la vida real. Creen que pueden «marear la perdiz» si piensan en otra cosa más agradable. Por lo que entiendo, pretenden actuar como el avestruz, pensando que si esconden la cabeza y no ven lo que ocurre, el problema o peligro desaparece.
Apuesto a que todos esos sabios felices no han vivido en la Ciudad de México.
APÉNDICE
DICHOS QUE FOMENTAN LA AMARGURA
Nadie sabe para quién trabaja.
Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Árbol que nace torcido jamás su tronco endereza.
El hombre propone, Dios dispone, llega el diablo y todo lo descompone.
Hay dos maneras de ser feliz en esta vida: una es hacerse el idiota, y la otra es serlo. (Freud).
Los buenos recuerdos duran mucho tiempo; los malos más (proverbio checo).
Quien bien te quiere te hará llorar.
Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro.
Hecha la ley, hecha la trampa (México).
Cuando se está hundiendo el barco, salen todas las ratas.
Donde reina la mujer, el diablo es primer ministro.
Candil en la calle, oscuridad en la casa.