Lucía Álvarez
Todos los que nos dedicamos al ejercicio de la música profesionalmente nos sentimos, en mayor o menor grado, influenciados, inspirados o motivados por la fuerte personalidad del genio de Salzburgo. Tanto sus contemporáneos como músicos posteriores a él se han detenido a analizar su obra con detalle: desde Haydn y Salieri hasta Schoenberg y Stockhausen; desde Manuel M. Ponce hasta Carlos Chávez.
Reflexionar sobre Mozart implica siempre una labor apasionante. En él se concentró un cúmulo de cualidades que resultan sorprendentes aún hoy. Gracias a su correspondencia, por cierto tan abundante como su obra, podemos penetrar en su peregrinación por la vida y darnos cuenta de las vicisitudes por las que tuvo que atravesar para mantenerse, eventualidades nada desconocidas para los compositores actuales que, entre otros factores, nos vinculan a él.
En una carta fechada el 12 de diciembre de 1771, María Teresa de Austria escribe a su hijo, el archiduque Fernando: «Me pides permiso para tomar al joven salzburgués a tu servicio. No veo como qué, por no creer que necesites un compositor ni otra gente inútil…»[1] Estas palabras, aunque actualmente un poco modificadas, resultan familiares a todos los compositores; en esta fecha, Wolfang contaba con 15 años.
Mozart va por la vida con la esperanza de conseguir una estabilidad económica que le permita dedicarse a la composición. En la comunicación con su padre, constantemente habla de su precaria situación, de cuánto pretende ganar, así como de sus proyectos musicales que, con seguridad, lo beneficiarán económicamente. En busca de ese equilibrio, Wolfang ofrece sus servicios, procura ser obsequioso, pero lo inhibe su orgullo natural; para nada es diplomático; tiene que luchar para que gratifiquen su trabajo.
«No hay que ser bribón —dice en una carta a su padre desde Viena, con fecha del 5 de octubre de 1782—, pero tampoco ser el tonto que deja que los demás se aprovechen de su trabajo, el cual le ha costado bastantes penas y fatigas y que renuncia a todos sus derechos».[2]
Durante su estadía en París, escribe:
…dar lecciones es sumamente fatigoso, y a menos que se impartan muchas, no se gana gran dinero. Va contra mi genio y mi auténtico modo de vida. Ya sabes que me sepulto en música, que tengo la cabeza llena de ella el día entero, que me gusta ponderar, estudiar, reflexionar. Pero mi modo de vida aquí me impide hacerlo…[3]
París, 31 de julio de 1778
La disciplina en la vida de Mozart
Mozart es un tema excitante para músicos, investigadores y escritores. Encontramos algunas biografías espléndidas y bien documentadas, y otras muchas llenas de exagerada fantasía. Sin embargo, ninguna de ellas nos habla de la disciplina de trabajo del músico, aunque sí la hallamos en sus cartas. Debemos detenernos para reflexionar en lo anterior. ¿Cómo adquirió sus conocimientos y su extraordinaria capacidad de trabajo? ¿Cómo fue su rutina y su tenacidad? Los compositores conocemos y valoramos estas actividades, ya que son la dedicación y la constancia lo único que hace florecer las obras. Mozart podría haber sido muy talentoso, pero si no hubiera escrito música, su nombre estaría completamente olvidado. Mozart hizo a Mozart.
¿Qué es la disciplina?
Del latín disciplina, enseñanza; de discipulus, discípulo, el término se define como la capacidad de las personas para llevar a cabo un conjunto de principios relacionados con el orden, la tenacidad o empeño para cumplir con ese orden. También se aplica en la ejecución de las actividades diarias, en las tareas comunes y en la vida en general. Debe conquistarse para controlar los impulsos contrarios, es decir, el desorden y la negligencia, actitudes que apartan a las personas de sus objetivos principales.
En una carta del 23 de febrero de 1778, dirigida a su hijo, Leopold Mozart escribe: «Nada se da antes de tiempo, aunque en cuanto a tu talento todo llegó antes. Por si fuera poco, en asuntos científicos lo entendías todo con la mayor facilidad […] Hasta quienes no te conocen aún verán en tu rostro que eres un genio».[4] ¿Habría sido Wolfang el mismo sin la tutela de su padre? ¿Fue Leopold el maestro idóneo para su hijo, un instructor cuidadoso y certero, lúcido y estricto y al mismo tiempo sutil como el que todos deberíamos tener? Sin duda, el papel de Leopold Mozart en la vida de su hijo es fundamental. Sin lugar a duda, en las escuelas de música deberíamos contar con maestros como él, para que se revele el constructivismo.
Mozart, aunque genial, pudo haberse dedicado a una vida más contemplativa y escribir nada o casi nada. Sin embargo, su padre comprendió la misión para la que su hijo estaba predestinado. ¿Cuántas veces llegan a nosotros alumnos talentosos, con grandes cualidades y, no obstante, tan poco dispuestos a pagar el precio de trabajar con devoción para lograr un puesto dentro del campo musical, precio que Mozart no regateó?
La disciplina es el desarrollo de algún hábito o conducta que nos conduce a realizar algo. Sin disciplina, no podemos alcanzar ese algo; implica constancia en el hacer y debe ser cotidiana. La disciplina es una virtud y también un valor asociado a la capacidad para llevar una vida en concordancia con nuestros principios, deberes y objetivos. Su objetivo es buscar el desarrollo personal positivo. De forma antagónica, tendríamos la pereza, la rebeldía y la anarquía; en términos religiosos, la tentación, instigada por el «Demonio».
En otra carta a su hermana, fechada el 13 de febrero de 1782, Wolfang describe su práctica de trabajo diario:
Desde las seis de la mañana, estoy peinado, y a las siete, totalmente vestido. Entonces escribo hasta las nueve. Desde las nueve hasta la una, tengo mis lecciones. Después almuerzo. Si no estoy invitado en algún sitio, mato el hambre. […] Imposible trabajar antes de las cinco o de las seis de la tarde; a menudo me lo impide alguna academia. Si no, escribo hasta las nueve. Entonces voy a casa de mi querida Constanza. […] A las diez y media o a las once, vuelvo a mi casa […] Como debido a las eventuales academias y también a la incertidumbre de si seré llamado de pronto de aquí o de allá, no puedo contar con el trabajo de la noche; tengo por costumbre, sobre todo cuando regreso temprano, escribir todavía un poco antes de irme a dormir, y continúo algunos días hasta la una; y a pesar de todo, estoy de nuevo en pie a las seis[5]
La disciplina temprana se imparte a los niños desde el hogar por parte de los padres e implica un aprendizaje que se reproduce de manera constante. En la vida de Wolfang, fue Leopold Mozart, su padre, quien llevó a cabo ese cometido. Es él quien se da cuenta de la capacidad y disposición de su hijo. Leopold decidió ser el primer instructor de Wolfang y lo hizo con gran entrega y amor. Es curioso notar que en ninguna de las cartas de Mozart se percibe odio o desprecio hacia su progenitor, por lo que podemos manifestar que fue un maestro apropiado y sensato, que logró inculcar en el niño una conducta valiosa cargada de perseverancia. Ahora bien, sólo la perseverancia nos conduce a establecer, en nosotros, disciplina: «La disciplina es parte del mundo interno de la persona, un hábito en que cada individuo logra su autodominio para actuar libre y responsablemente».[6]
Los salzburgueses son muy puntuales y, como los suizos, amantes de los relojes. Wolfang es salzburgués y, aunque le pese, no es ajeno a estos atributos; su disciplina y pasión por su trabajo, así como su deseo de perfeccionamiento, es ejemplar. Si la disciplina se aplica de forma equivocada, puede ocasionar reacciones no favorables en el individuo, que pueden ir del repudio o rencor a la hostilidad. Leopold supo instruir a su hijo con delicadeza, infiltró e inculcó el gran amor que Wolfang siempre tuvo por su profesión.
En las siguientes palabras, percibimos esta entrega:
En el ensayo tuve mucho miedo, pues nunca en mi vida había oído tocar peor. No puedes concebir cómo, por dos veces, la recorrieron tropezando y rascando; en verdad me alarmé mucho, y gustoso la habría vuelto a ensayar, pero como siempre hay tanto que ensayar, no quedó tiempo y tuve que irme a la cama con el corazón desmayado y temple colérico y descontento. Al siguiente día, había determinado no ir, pero la tarde era buena y acabé yendo, decidido a que si las cosas iban tan mal como en el ensayo, me dirigiría a la orquesta, al señor Lahousé, primer violín, le arrebataría el instrumento y dirigiría yo mismo. Pedí gracias a Dios, para que todo marchase bien. Había un pasaje que yo estaba seguro que debería gustarles, y todo el auditorio quedó arrebatado por él. Como me di cuenta al estarlo escribiendo del gran efecto que haría, lo volví a poner al final, ¡y ahora fueron gritos de da capo! Aquí todos los allegros tanto iniciales como finales empiezan con todos los instrumentos juntos y por lo general al unísono, comencé con los violines solos, piano por ocho compases, seguidos de un forte: no bien lo escucharon se pusieron a aplaudir. Así, encantado de la Sinfonía me fui derecho al Palais Royal, comí un helado delicioso, recité el rosario como había prometido y me fui a casa…[7]
París, 3 de julio de 1778
En Mozart, se realizó un encuentro sumamente raro y paradójico: la conjunción de un temperamento y de un carácter que no estaban hechos el uno para el otro.
En las cartas escritas durante su estancia en Munich (1780) con motivo del estreno de Idomeneo, su primera gran obra maestra, Mozart habla con frecuencia de sus problemas con los cantantes y también de sus propias ideas acerca del estilo y de la técnica del canto. Entre las cuestiones más importantes que toca, está la que se refiere al límite entre el habla y el canto, entre el lenguaje y la música.
Así escribe a su padre:
Perdóname si escribo muy poco esta vez, pues estoy de cabeza en mi trabajo; todavía no termino el tercer acto. […] Tengo la cabeza y las manos tan llenas del tercer acto, que nada tendría de raro que yo mismo me volviese tercer acto. Me está costando más esfuerzo que una ópera entera […][8]
Mozart no se lamentaba de nada tanto como del destrozo de sus obras en las ejecuciones públicas, sobre todo de la rapidez exagerada que se daba a sus movimientos. «Creen —decía— que de esta forma les dan fuego, y bien, cuando no hay fuego en una composición no es tocándola al galope como se le infla».
Son muchos los compositores que han escrito sobre el genio de Salzburgo y decidí elegir el texto de Aaron Copland por su emotividad y respeto hacia el colega admirado:
Paul Valéry escribió acerca de la belleza: «La definición de la belleza es fácil: es lo que nos desespera». Al leer esta frase inmediatamente pensé en Mozart. Desesperación es, admítase, una palabra rara para unirse con la música del maestro vienés. Y, sin embargo, ¿no es cierto que cualquier cosa inconmensurable establece en nosotros una especie de desesperación? Porque no hay manera de «asir» la música de Mozart. Y esto reza aún para sus colegas, para cualquier compositor que, siéndolo, siente con derecho una sensación especial de parentesco, y hasta una alegre familiaridad con el héroe de Salzburgo. Podemos estudiarlo detenidamente, disecarlo, maravillarnos o quejarnos de él. Pero, al fin de cuentas, hay siempre algo que no puede «asirse». Por eso cada vez que comienza una obra de Mozart nosotros los compositores escuchamos con cierto temor reverente y asombro no exentos de mezcla con desesperación. […] La desesperación proviene de la comprensión de que sólo este hombre, en ese momento de la historia musical, pudo haber creado obras que parecen realizadas tan sin esfuerzo y tan cerca de la perfección.
[…] Normalmente, los compositores tienden a ser agudamente críticos respecto a las obras de sus colegas, antiguos y modernos. Pero este hecho no se da con Mozart. Una especie de amorío se ha venido perpetuando. […] [9]
Durante nuestra vida, atravesamos por otro tipo de crecimiento que nos lleva ciertamente a la autonomía, es decir, al libre albedrío que conducirá y construirá nuestro particular destino. Es la autonomía la que maneja «las riendas de nuestra vida». Así, nuestros hábitos, disciplina y perseverancia, sumados a puntuales motivaciones, lograrán la construcción de una vida satisfactoria.
En su música, Mozart fue, quizá, el más racional de los grandes compositores mundiales. Su particular competencia estriba en el feliz equilibrio entre la fluidez y el «control», entre la sensibilidad y la autodisciplina, entre la simplicidad y la elaboración del estilo.
Mozart remontó la corriente desde la que fluye toda la música, expresándose con espontaneidad, un refinamiento y una imponente exactitud que nunca han sido igualados.[10]
Termino compartiendo con ustedes la siguiente cita:
Que un genio tan grande haya muerto es verdaderamente una lástima para él, pero es bueno para nosotros, pues nos habría quitado el pan de la boca a todos si hubiera seguido viviendo.
Antonio Salieri[11]
Citas sobre educación
Capote, Truman, La disciplina es la parte más importante del éxito.
Dalai Lama, La disciplina sólo puede venir del interior de nosotros mismos.
Debesse, Maurice, La educación no crea al hombre, le ayuda a crearse a sí mismo.
Kant, E., La educación tiene por fin el desarrollo en el hombre de toda la perfección que su naturaleza lleva consigo.
Pestalozzi, J. H., La educación es el desarrollo natural, progresivo y sistemático de todas las facultades.
[1] Gal, Hans, El mundo del músico, cartas de grandes compositores, México, Siglo XXI editores, 1983, pág. 80.
[2] Pauta. Cuadernos de teoría y crítica musical, volumen x (enero-diciembre), México, cenidim-inba, 1991, pág. 255.
[3] Gal, Hans, op. cit. nota 1, pág. 95.
[4] Gal, Hans, op. cit. nota 1, pág. 88.
[5] Harnoncourt, Nikolaus, Reflexiones de un músico de orquesta sobre una carta de W. A. Mozart, en revista Pauta, op. cit., pág. 238.
[6] Márquez Guanipa, Jeanette; Díaz Nava, Judith; Cazzato Dávila, Salvador, La disciplina escolar: aportes de las teorías psicológicas, revista de Artes y Humanidades unica, vol. 8, núm. 18, (enero-abril), Venezuela, Universidad Católica Cecilio Acosta, 2007, pág. 129.
[7] Gal, Hans, op. cit. nota 1, pág. 93.
[8] Ibidem, pág. 65
[9] Copland, Aaron, Ante la consideración de Mozart, en revista Pauta, op. cit. nota 2, pp. 248-249
[10] Ibidem, p. 250.
[11] Ibidem, p. 384.
La disiplina l hábito del estudio
La pasión y el no rendirse nunca a sus metas de Crear pese a lo que venga es un ejemplo de Mozart admirado por todos nosotros.