Juan Antonio Rosado Z.
Las mil y una noches es, sin duda, uno de los más grandes monumentos literarios de la humanidad. Al igual que lo que ocurre en el extenso poema hindú Mahabharata, en la novela china Viaje al oeste, en las obras completas de Shakespeare, de Balzac o de Dostoievsky, y por supuesto, en el Quijote, de Cervantes, allí se cifra prácticamente la humanidad entera, con un sinnúmero de caracteres, de sicologías distintas, de clases sociales, de lenguajes y visiones del mundo. Se trata de obras que han pretendido abarcar todas o la mayoría de las facetas del comportamiento humano. En Las mil y una noches hay narraciones de origen hindú, persa, musulmán iraquí, musulmán egipcio y elementos judíos, entre otros. La riqueza de fuentes del extremo y medio Oriente es indiscutible, así como la inmensa variedad de personajes y sicologías, pero lo cierto es que muchas de estas historias miliunanochescas, aunque no reconocidas como tales, ya circulaban en Occidente siglos antes de que el orientalista Galland hiciera una traducción (incompleta y expurgada) al francés, y la publicara en 1835.
Juan Vernet, autor de una de las últimas traducciones al castellano, advierte que muchas narraciones de esta vasta obra fueron conocidas en España a partir de los siglos XII y XIII. Hay que agregar que en la España medieval también se conocieron muchos cuentos de origen hindú, más allá del Calila e Digna (el famoso Panchatantra traducido primero al persa, luego al árabe y después al castellano). Pero ya centrándonos en Las mil y una noches, para los modestos fines de esta nota, destaco una secuencia (la del caballo de ébano) que nos recuerda al Clavileño del Quijote. Hay, sin embargo, mucho más: la novela de caballería de Umar al-Numán influye, según S. Bosch (citado por Vernet) en el Tirant lo Blanch, una de las obras claves de la literatura catalana. También Vernet ha detectado influjos de narraciones de Las mil y una noches en el Buscón, de Quevedo; en El conde Lucanor; en la Comedia de Bamba, de Lope de Vega, y en La vida es sueño, de Calderón, así como en el Decamerón, de Boccaccio, y en muchas otras obras narrativas. No obstante, Las mil y una noches, que, como es sabido, combina prosa con verso, además de ser una congregación de narraciones de pueblos distintos, también prefigura diferentes tendencias o corrientes temáticas que cambiarán el rumbo de la literatura occidental, pues allí hay desde cuentos maravillosos, didácticos, erótico-amorosos y humorísticos, hasta narraciones picarescas, de caballería, esotéricas y místicas, entre otros muchos temas.
El arabista judío-español Rafael Cansinos Asséns ya se había percatado de mucho de lo anterior mientras elaboraba, hace ya casi un siglo, su traducción al castellano de Las mil y una noches, la primera a nuestra lengua (no cuento la traducción del francés que hizo Blasco Ibáñez a partir de la versión de Mardrus). Como también es ya conocido, Jorge Luis Borges elogió la traducción de su amigo Cansinos Asséns, con quien en una época anterior compartió los anhelos de la vanguardia conocida como ultraísmo.
Hay un episodio de Las mil y una noches que debería llamar más la atención de los cervantistas. En la versión de Cansinos Asséns ocurre durante las noches 120 a 126, en que Scherezada prosigue la narración del rey Omaru-N-Noman (el Umar al-Numán del traductor Vernet) y de sus hijos. La secuencia a la que me refiero cobra el tono y el color de lo que varios siglos después serían los libros de caballería. El personaje Kan-ma-Kan (así escribe Cansinos este nombre) se va al campo a buscar aventuras; allí se enfrenta con el beduino Zebah y lo vence, pero le perdona la vida a cambio de que le sirva de escudero. Cansinos Asséns interpreta a Zebah como una parodia del mismo Kan-ma-Kan y le encuentra un «parecido chocante» con Sancho Panza, «o, más bien, este, que es posterior, lo tiene con él, e introduce el elemento cómico» en la narración. En Las mil y una noches no solo se prefigura la novela de caballería y a Sancho, sino también lo que mucho tiempo después será (en España) la llamada novela picaresca (independientemente de que ya en la novela romana Satiricón, del siglo II, se prefigure al pícaro). Zebah —afirma Cansinos— es uno de los muchos «pícaros» de distinto tipo que aparecen en Las mil y una noches, y al igual que el posterior Sancho, llega a actuar como «conciencia» de su «alocado señor».
Para el arabista, dicha circunstancia replantea el problema de los supuestos orígenes árabes del Quijote. El mismo Cervantes atribuye la historia al ficticio historiador árabe Cide Hamete Benengeli. Para Lebón, citado por Cansinos, los árabes son los creadores de los libros de caballería, y Burton se pregunta si Cervantes habría leído o escuchado la historia de Kan-ma-Kan y Zebah, pues de hecho pudo haberla oído recitar en Argel a los narradores de cuentos (recordemos que Cervantes estuvo esclavizado más de cinco años en Argel). En la historia de Zebah y Kan-ma-Kan hay una escena muy cómica en que el segundo se enfrenta contra unos adversarios y el primero se acobarda y huye. Cuando el caballero los vence, el beduino regresa y felicita a su amo.
En la traducción de Juan Vernet, el beduino se llama Sabbah b. Rammah b. Humam. En otra traducción aparece como Sabah Ben Rammah Ben Humam (la palabra ben significa «hijo»). En la edición de Vernet leemos: «Sabbah reapareció dando gritos de alegría y en este momento se levantó una columna de polvo que cubrió el horizonte: debajo se distinguían cien jinetes que parecían leones feroces. Al verlos, Sabbah huyó hacia la colina, abandonando la llanura, disponiéndose a ver el combate. Se decía: «Sólo soy caballero por juego y diversión»». Kan Ma Kan (así lo escribe Vernet) mata a Kahardas, reúne los caballos, el botín y a los esclavos. En ese momento, se acerca Sabbah y le dice: «¡Magnífico, caballero de la época! He rogado por ti y mi Señor ha escuchado mi plegaria». Después de cortarle la cabeza a Kahardas, Kan Ma Kan se ríe y le dice al beduino: «¡Vaya con Sabbah! ¡Creía que eras hombre de guerra y lucha…!». No cabe duda que este Sabbah o Zebah tiene un aire y un tono algo parecido a lo que después, ya mucho más elaborado, será Sancho Panza, aunque sin las profundas dimensiones sociales, lingüísticas y sicológicas de este último.
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Felicidades. Es una incitación a la lectura.