Carlos Antonio Fernández
Cerrar los ojos es abrirlos para ver la noche
Shakespeare, Comedia de las equivocaciones
Con la mirada puesta al sur, por encima de los soldados que forman el pelotón de fusilamiento, oyes al teniente que dirige la ejecución. Su voz plana y monótona evoca la eternidad; uno a uno menciona los cargos por los que te encontraron culpable. Para no entrar en pánico, llega a tu memoria, faro de la mente, el recuerdo de la tortura a la que fuiste sometida, con la que obtuvieron tu confesión; sólo así pudiste detener el suplicio. Sabes que es preferible morir antes que pasar otro día a manos de tus verdugos. Te serenas. La luz del amanecer navega perezosa entre las ramas de las acacias y los cedros; las hojas se desprenden y la siguen; como tú, terminarán en la tierra en pos de un sueño.
Meses atrás, al ingresar a la prisión de San Lázaro, alcanzaste a leer uno de los epígrafes inscritos en el dintel de la puerta principal: “El traidor no es descubierto hasta que la máscara se le cae”. Con su compasiva mirada, el abogado que llevaba tu caso te hacía sentir inocente de alta traición, si acaso de revelarle al enemigo la misma información publicada por los diarios parisinos. Pero la guerra, esa loba hambrienta, necesitaba héroes que le dieran lustre a los gobiernos en pugna y villanos a quienes responsabilizar del desastre. Tú, Margaretha, fuiste, sin saberlo, la mano que años atrás tiró los abalorios que sellaron tu destino.
En la soledad de tu celda, aprendiste que las amistades forjadas en el resplandor del éxito son tan fugaces como castillos de arena. Nadie te fue a visitar: ni tu exmarido, ni tu hija, ni tus hermanos; ninguno de los amantes que sucumbieron a tu exótica juventud. La única persona a tu lado fue Sor Dominique: todos los lunes, incluso el lunes de tu ejecución. Ella te enseñó que detrás de toda apariencia hay un resplandor que no se ve con los ojos del cuerpo.
Un día, el fiscal que te acusaba, iracundo porque no firmaste la declaración que te presentó, dispuso que fueras sometida a un suplicio infalible: impedirte dormir. Te llevaron a un calabozo desierto donde recibías baldes de agua helada cada vez que cerrabas los ojos. No hay tormento más cruel que obligar a una persona cansada, con sueño, a mantener los ojos abiertos. El insomnio forzado te hundió en los sótanos de la locura. De esas mazmorras surgió la voz estridente de tus delirios.
Los celadores, que debían mantenerte espabilada, escuchaban atentos las historias de tu pasado grandioso, cuando tenías el mundo a tus pies. Supieron que tu nombre artístico era Mata Hari, Ojo del día; sol en malayo, extraña lengua de un remoto país, donde viviste desde muy joven y aprendiste las danzas balinesas y las técnicas amatorias orientales que te encumbraron como la gran cortesana de Europa. Durante una década fuiste el sol en que los políticos y las celebridades ardieron.
También se enteraron de que, unos meses antes de tu captura, visitabas con frecuencia los elegantes salones del Paseo de la Castellana en Madrid, donde servían el más delicioso pastel de queso relleno de zarzamora o la mejor tarta con mermelada de uva y helado de vainilla que jamás habías probado. Cada trozo de galleta, cubierta con crema batida y azúcar glas, depositada en la lengua, era una embestida de sabores; la mezcla masticada, al atravesar la epiglotis, semejaba el paso de un ejército victorioso cruzando el Arco del Triunfo en la Place de l’Étoile. Les confesaste a tus incrédulos guardias que no hubo en tu vida un beso más amoroso que el roce discreto en tus labios de los pasteles de chocolate austriaco.
Al séptimo día de tormento, no sólo hablabas de tus recuerdos más queridos; surgió una segunda voz desde tu interior que le contestaba, contradecía, reprochaba y se reía de la primera. El diálogo que se dio entre tus voces demenciales era como la conversación entre dos viejas amigas que a ratos fraternizan y luego se detestan. Aun así, hubo un instante de lucidez en que las lunáticas dieron paso, en el proscenio de tu mente, al dolor que atenazaba tu cuerpo. Era mejor morir que seguir sufriendo; no habría mayor victoria en tu vida que la muerte liberadora y su pendón, el batir de dos alas camino al paraíso.
El teniente de voz cansina termina de leer los delitos en tu contra. El sonido de la última palabra reverbera repetidamente en el aire. Al hacerse imperceptible, el silencio es total, no en tu interior: Margaretha, hoy serás libre. Terminarán los dolores, los tormentos. ¿Qué ocurre al cerrar los ojos por última vez? ¿Despertamos a la vida o nos disolvemos en la noche eterna? De pie, atada al cepo, bajo la lluvia de hojas anaranjadas, amarillas y rojas, diriges la vista al sur, sobre los cascos azules de los militares.
No quieres ver cómo el teniente desenvaina la espada. Sabes que es la señal para que los soldados levanten sus armas y concluya el redoble de tambores. Pronuncia con solemnidad las tres palabras con que suelen decirles adiós a los sentenciados: “Preparen”, percibes al unísono la carga de la única bala en los doce fusiles; “apunten”, te resistes a ver los rostros de los soldados; la espada desciende del cenit y escuchas con claridad la orden: “¡fuego!”.
Tus párpados, cerrándose, apagan todo a su paso. Las pestañas, al reencontrarse por última vez, sellan cualquier abertura por donde pueda colarse la luz. Luego, la noche.
En el instante previo a tu partida, eres capaz de percibir todos los minúsculos detalles alrededor. Ves el mundo como suspendido: la bala de cada fusil percutida por el martillete, la pólvora que estalla, el gas que se expande y el proyectil que atraviesa la recámara. Comprendes por qué las ralladuras en diagonal dentro del cañón hacen girar la bala. Sale de la boca del fusil y detrás de ella, con impaciencia, la nube de gases calientes se dispersa en el aire. Ahora todo es tan claro.
Tus dedos se crispan. Las uñas se aproximan a las palmas, vencen la resistencia de la carne. Por un instante, los átomos de calcio pasan a través de los estratos de tu epidermis. Una hebra roja tiñe tus uñas.
Te das cuenta de que el metal de la munición se acerca con arrogancia al pañuelo blanco sobre tu abrigo negro. No hay lugar para el diálogo. Todas las moléculas de tu ropa, al rendirse, se dividen; forman un camino por el que avanza el invasor. Tu piel lo saluda disponiendo una brecha en forma de herida; no quedan defensas. El grito “¡No pasará!” del orgulloso esternón termina en una explosión de astillas. Tu corazón no opone resistencia, se entrega al proyectil en un abrazo fraterno.
El bosque de Vincennes te verá partir. Es el teatro en que los disparos resonarán por mucho, mucho tiempo. De los doce clavos ardientes, sólo cinco traspasarán tu carne: una bala en cada extremidad y una más, la pica de Longinos, al centro del pecho.
* * *
Texto en memoria de Margaretha Geertruida Zelle, Mata Hari, asesinada el 15 de octubre de 1917. En aquella época, sobresalir era un camino casi imposible para las mujeres, constreñido a muy pocas actividades, en las que debían mostrar el doble o triple de talento, esfuerzo y suerte que sus contrapartes. Ser cortesana, uno de ellos. En ese papel fue una elocuente innovadora. ¿Cuántas personas, frente a la derrota o el fracaso, son capaces de decir: “que nadie me vea como a una víctima, sino como a alguien que nunca dejó de luchar con valentía y pagó el precio que le tocó pagar”?
Durante todo la historia, las mujeres siempre han luchado el doble o el tripe en comparación con los hombres. De alguna forma las mujeres, siempre muestran más fuerza y valentía ante ciertas citaciones. Los hombres podremos tener más fuerzas, en ocasiones es «Fuerza bruta» y no pasamos de eso. Las mujeres sin lugar a duda, nos superan. El simple hecho de dar vida, eso es de admirar, y que aunado a eso sean sobre salientes, no tiene palabras.
Muy buen texto, que nos hace reflexionar si continuamos en nuestra zona de confort o tratamos de seguir adelante ¡
Me gustó el texto, pues a través de la lectura mi imaginación fue creciendo pensando que estamos en mundo muy incierto.
Excelente narración. Fue una grata sorpresa que la historia tratara de una mujer, y que la conmemoraran de tan hermosa manera. Los detalles en la descripción de los objectos son fantásticos, en lo particular los de la comida. Felicidades por el cuento.
Tu descripción lleva a vivir, oler y sentir el pestañeo de cualquier emoción en ese paredón de fusilamiento. Felicidades Carlos Antonio
Ingeniro Fernandez:
Es un gusto ver que momentaneamente dejo el lapiz con el resolvia ecuaciones por tomar el tintero y la pluma con lo cual hecha rieda suelta a su imaginación, me agrado la lectura de la comedia y me transporto a los tiempos del personaje y reflexionar sobre la fortaleza de la mujer.
Felicidades y siga descubriendo su habilidad como escritor.
Esta historia me sobrecogió. Pude sentir cercanamente las emociones que Margaretha debió haber experimentado en sus últimos días. E inevitablemente me condujo a reflexionar sobre la impermanencia de las situaciones de la vida. ¡Un gran texto! Felicidades.
Me encanto la descripción de “ves el mundo cómo suspendido:”
Iba leyendo el relato e iba entrando en las emociones de esta mujer, casi me siento traspasada por las balas.
Una narración muy sensorial, empezando por la comida y todo lo demás.
Me encantó y felicito al autor, ojalá siga escribiendo más.
Me gustó. Buena narrativa, que me condujo a crear mentalmente, los diferentes escenarios del cuento.
La descripción del tormento y el sufrimiento, sobrecoge. Prefiero el beso amoroso del chocolate, y me uno al grito de liberación, al pago del precio de las desiciones tomadas, a la Libertad.
Felicidades para el autor, que me regalo este paréntesis de reflexión. Quien es capaz de mover emociones así, no debe detenerse.
Me encantó la narración, la descripción de cada detalle y momento. Muy buen texto, muchas felicidades y esperamos más.
Felicidades por tu cuento. Espero tener la oportunidad de leer muchos más. Realmente sabes escribir y describid situaciones imaginarias como si las hubieras vivido. Si no hubiese sabido quién es su autor pensaría que es un poeta reconocido.
Felicidades
Cuántas personas habrán sido fusiladas injustamente, sin una historia que. contar ?
Un extraordinario relato. Cada trozo de e´l es magnífico. Tienes un gran talento. La historia del último momento con las reflexiones de una historia extraordinaria y el fatal desenlace está aderezado con delicadas frases poéticas.
El epígrafe me recordó a la Teología negativa: “miramos más al cerrar los ojos que al abrirlos”.
Considero que Carlos Antonio Fernández se convierte poco a poco en una de las grandes promesas de las letras mexicanas de los años veinte de este siglo.
Magnífico cuento, con un ritmo y una pausa descriptiva digna de elogio.
Si el autor me lo permite, me gustaría «tallerear» el primero de sus párrafos:
Donde dice:
Sabes que es preferible morir antes que pasar otro día a manos de tus verdugos. Te serenas. La luz del amanecer navega perezosa entre las ramas de las acacias y los cedros; las hojas se desprenden y la siguen; como tú, terminarán en la tierra en pos de un sueño.
Sugerencia:
Concluyes que es preferible morir antes que pasar otro día a manos de tus verdugos. La luz de la aurora que navega parsimoniosa por entre las ramas de las acacias y cedros que rodean el lugar logra serenarte. El escaso viento matinal desprende las hojas; planean; caen poco a poco, como con retardo, escudriñan el tiempo elongado.
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Ingeniero Fernández:
Es un gusto ver que por el momento ha dejado el lápiz con el cual resolvía ecuaciones por tomar el tintero y la pluma para echar rienda suelta a su imaginación, fué un placer leer su comedia la cual me transporto a los tiempos del personaje y reflexionar sobre la fortaleza de la mujer.
Felicidades y siga descubriendo su habilidad para la escritura.
Leo tu pluma Carlos Antonio y veo su evolución a la madurez que da la vida. Mantienes la descripción detallada y vívida. Amo tu cuento, me hizo revivir un episodio de bala. ¡ Felicidades !
Que bello cuento. Me impacto la descripcion de la locura del insomnio. Y Tambien me conmovio la narracion de ese momento eterno antes de u muerte, abre la puerta a reflexionar acerca del misterio de la muerte. Felicidades.
Algo que ya te caracteriza como escritor, son los cuestionamientos, en este caso ¿Qué ocurre al cerrar los ojos por última vez?. En pocas líneas nos presentas a un personaje por demás interesante y al final, ya la quieres.
Al lectura es muy fluida y sobre todo muy disfrutable, Estoy de acuerdo con quien comentó que alguien que escribe así no debe detenerse.