Juan Antonio Rosado Z.
Lazlo Moussong (1936-2019) fue uno de los más originales prosistas de la literatura mexicana: un autor de calidad, más que de cantidad, como Julio Torri, Josefina Vicens, Juan Rulfo, Juan José Arreola o Inés Arredondo. Así lo demuestran joyas como Extrañas sustancias y Tórrido quehacer. De ambas conservo como tesoro los ejemplares que su autor me dedicó, y de la última obra, un ejemplar corregido de puño y letra por Lazlo, quien se quejaba de la descuidada edición que hizo la editorial Siglo XXI. En Extrañas sustancias, el lector puede localizar el extraordinario texto «Una carta muy íntima», publicado también en este blog de Filopalabra, con la autorización de su autor, quien asimismo colaboró en el mismo blog con el bello ensayo «Remembranza de Juan Antonio Rosado Rodríguez (1922-1993)», mi padre, a quien Lazlo conoció cuando estudiaba en la Escuela Nacional de Música de la UNAM, antes de convertirse en escritor.
Por su lúcida y lúdica ironía y sentido satírico, Lazlo fue de la estirpe de autores clásicos como Luciano de Samósata, Diógenes, Marcial, Juvenal, Petronio, Cervantes, Quevedo o Swift, y más recientemente, Augusto Monterroso y el ya mencionado Torri, a quien Lazlo apreciaba tal vez por su concisión y su sentido del humor: un humor negro. Lazlo, al igual que los autores anteriores, jugaba con la cultura entera, con todos los referentes literarios que estuvieran a su disposición, y lo hacía no sólo en sus escritos, sino también en la vida misma, o por lo menos así lo percibía yo y acaso quienes, como yo, disfrutaron y tuvieron el honor de contar con su amistad.
Recientemente, tuve el gusto de leer su libro póstumo: Tibor, mi tío vampiro, cuya cuarta de forros está firmada por Arturo Guzmán Romano. La obra incluye un excelente prólogo de Rafael Rodríguez Castañeda, el autor de la novela Viaje, quien afirma que el vampirismo es «una versión sublimada de la antropofagia», y que las historias de Lazlo en este libro desobedecen los cánones de la literatura gótica, al emplear una «prosa subversiva». Menciona el «incesante afán del autor por introducir travesuras calámbricas como asunto de estilo». Nada de esto es extraño en un autor satírico como Lazlo Moussong, escritor ecléctico en el buen sentido de la palabra. Como Torri o Arreola, prefería el hibridismo genérico a la fácil definición; la provocación y el desconcierto al canon o a los preceptos dogmáticos de la crítica conservadora, aquella que siempre anda en busca de unidad de tonos y de temas, de la cuadratura del arte y no de su flexibilidad arriesgada ni de su apertura a nuevas propuestas.
Debo confesar que nunca me interesó el tema de vampiros, salvo la novela Drácula de Bram Stoker y las películas Nosferatu, La danza de los vampiros y Vampiros en La Habana. Así es: ni vampiros ni monstruos (excepto el de Mary Shelley) ni robots ni otros manoseados caracteres de la llamada literatura fantástica me han interesado más allá de los llamados «clásicos», aunque sí, por supuesto, la «literatura gótica» al estilo de Walpole, Lewis o Hoffman, entre otros muchos. No obstante, habiendo leído a Lazlo Moussong, habiendo conocido su vena satírica y su exquisito sentido lúdico, devoré, o más bien, succioné la obra Tibor, mi tío vampiro en un par de días. Este libro combina prosa y verso. en su primera parte, «La vida mortuoria de Tibor, el vampiro», hay breves narraciones; la segunda consta de dos textos: «El vampiro poeta» y «13 haikús sorbidos desde el corazón»; la tercera se titula «Mortilegios», y la cuarta y última consiste en el poema «Bienvenida».
El narrador protagonista empieza indagando el porqué de la hemofobia que padeció en la infancia, al grado que le aterraba ganar pleitos a puñetazos con otros niños «porque si les hacía sangrar la nariz el desmayado era yo». Ese yo narrativo emprende un viaje, motivo que tal vez sea uno de los temas por excelencia de toda narración, y así se inicia la trama: el viaje para investigar sobre la «vida mortuoria» del tío Tibor y sus hermanas Gitta y Katia, con quienes «convivió su muerte hasta el final definitivo». Nótese el original giro que el autor les da a los lugares comunes. Lo demás en esta parte son microrrelatos con que el lector queda siempre sorprendido. Por su brevedad y concisión, transcribo completo uno de ellos, titulado «El vampiro narcisista»:
EN UN CASTILLO CERCANO a Ludus me mostraron el cadáver apergaminado y muerto —cabe decir— de un Báthory bastardo a quien, la primera vez, mató un vampiro y resucitó con la consecuente transformación. Se singularizó por haber sido un vampiro que sólo se gustaba a sí mismo, por lo que no le interesaba la sangre ajena.
Se retroalimentaba de su propia sangre mordiéndose las muñecas. Según parece, esto le hacía exhalar el más fétido aliento que persona alguna, viva o muerta, pudiera padecer; tanto, que hasta los demás vampiros lo rechazaban.
Su obligada soledad lo llevó al suicidio: se cortó las muñecas para morir de hambre.
Puedo imaginarme cómo se cortó una muñeca. Cómo lo hizo con la otra resulta irrelevante. Lo esencial es que, con impresionante economía lingüística y humor, aborda los temas del narcisismo y la soledad. Es conocido que el vampiro, al igual que el pícaro, por ejemplo, actúa siempre de forma semejante: no puede alejarse de su pulsión, una pulsión que, como toda pulsión, es repetitiva, insistente, vuelve una y otra vez sobre sí misma. En Drácula, Bram Stoker subraya el infantilismo del vampiro, y también lo asocia con la mediocridad: el vampiro «hace trabajos egoístas y, por consiguiente, mediocres», se dice. Uno de los personajes de la mencionada novela sostiene que el criminal no tiene cerebro completo de hombre: «Es inteligente, hábil, y está lleno de recursos, pero no tiene un cerebro de adulto. Cuando mucho, tiene un cerebro infantil» y Stoker insiste en la conducta repetitiva de Drácula: «Continuará haciendo lo mismo repetidamente». En cambio, Lazlo Moussong rompe con este parámetro al hacer que su vampiro narcisista se suicide por soledad, al establecer distintos tipos de vampiros e incluso una teoría sicoanalítica del vampiro, como veremos más adelante.
El protagonista de Tibor…, llamado Lazlo, continúa buscando las historias de su tío, y después nos enfrentamos con el cuento «La vampiresa» y luego con otro microrrelato: «Hechos inimaginablemente espantosos», que se inicia como los antiguos mitos: «Todo eso sucedió en aquellos tiempos». Ambos textos dan un giro inesperado al final, y en particular el segundo, en el fondo, parece sostener que la «realidad» puede llegar a ser más fantástica que la imaginación. En el cuento de humor negro «De Transilvania con amor» aparece el último castillo de los Moussong. En «La condesa de Bethlen», que contiene datos auténticos como la rebelión de Dózsa, se combina el horror de las descripciones de torturas con el humor negro a la Swift o De Quincey. Este texto trata de la infame Madame Báthory. Se alude al personaje Edmund Froïd, el vampiro creador del vampiroanálisis, autor del libro Parapsicología de la muerte cotidiana (clara parodia de Freud). El Dr. Edmund habla de los actos fallados (y no fallidos), y si Freud se refiere al «ello», al «yo» y al «superyó», Froïd agrega el «usted» (exclusivo del vampiro). De este analista conocemos su descripción e interpretación del Caso T. (Tibor), así como de su complejo de Idomeneo. Se trata de un universo donde los vampiros que sufren regresiones y empiezan a actuar como humanos por el complejo de Idomeneo, son tratados como locos, y si llegan a un extremo, internados en hospitales vampipsiquiátricos.
Así es: el autor crea todo un universo: policía estacada, vampiros aristócratas, vampiros indigentes («por fortuna, entre los vampiros también hay clases», dice la tía Gitta). Quizá el texto más propositivo e híbrido sea «Una teoría vampírica», ensayo-narración que recurre a las notas a pie para esclarecer o explicar algún punto. No menos geniales que dicha teoría son «Los once mandatos del vampiro» y «Once mandatos revolucionarios a los humanos pobres» (parodia de Marx). En el primero, se explica por qué la iglesia siempre ha estado del lado de los ricos: justo porque no olvida la mentada parábola del camello y la aguja: es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre al reino de los cielos, dice el Evangelio (parábola también ridiculizada por Juan José Arreola en «En verdad os digo»). Son entonces los ricos quienes más necesitan de la atención de obispos, arzobispos, cardenales y papas para lograr su salvación…
Un personaje que hubiera sido interesante desarrollar más es el arzobispo Pederowsky, quien comenta una conferencia de Tibor sobre el Ser Vampiro y la pasión: «Magnífica respuesta —dice— a ese cretino de Kierkegaard […] ¡Repugnante! Prefiero la sangre de mis niños». Más adelante se mencionan más detalles de él. Otro personaje que da su opinión sobre la conferencia es el célebre actor hollywoodiense Béla Lugosi, por lo que se mezclan nombres reales con ficticios.
En cuanto a los 13 haikús de Tibor, es interesante señalar las imágenes mortuorias de lunas, panteones, esqueletos, sangre… Cito dos de ellos:
Luna roja, tu marfil
tu río ardiente
quemó la noche.
Y este otro:
Humedad panteonera
hiedes soledad,
vibra la maldad.
Los Mortilegios son 36 aforismos de Tibor, algunos muy filosóficos, y otros de franco humor negro. Cito dos de los más breves e intensos: «No sólo de plan vive el hombre, y no sólo de adioses nutre su muerte» y «Nací condenado a muerte por el resto de mi vida» (este último me recuerda a una de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna sobre la muerte). Sin duda, el libro de Lazlo es uno de los mejores que he leído sobre el tema de la muerte. Del poema «Bienvenida» (fechado en 2016), cito la siguiente estrofa:
Muerte,
perdónanos la falta de comprensión,
incapaces somos los conscientes
de reconocer a cuántos has salvado de la vida.
Podría creerse, hasta cierto punto, que El asesinato considerado como una de las bellas artes, de De Quincey, es uno de los muchos intertextos de esta pequeña obra maestra, pero aquí no se habla propiamente de estética del crimen, sino que más bien diversas descripciones acuden a lo que hoy llamaríamos «estética del horror». ¿Y cómo olvidar, mucho más afín a Lazlo Moussong, la clásica sátira de Jonathan Swift, Una modesta propuesta para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o su país, y para hacerlos útiles al público. Para disfrutar de estas sátiras, lo mismo que de la de Julio Torri, «De fusilamientos», debe haber un enorme distanciamiento con el objeto ironizado o satirizado. Este tipo de obras suelen empezar con un tono didáctico, muy serio, casi como de profesor de escuela. Poco a poco el lector se irá percatando de la falsedad de dicho tono y de las verdaderas intenciones satíricas del autor. Creo que en general, toda sátira encierra un trasfondo moral y ético porque hay una función crítica. En el caso del libro de Moussong, son preponderantes las funciones crítica (las ironías encierran algo o mucho de amargura) y lúdica (al escritor le interesa jugar, y no sólo en el plano formal). El autor de Tibor, mi tío vampiro, se halla quizá en la misma sintonía de Torri, Arreola, Monterroso, Monty Python, Les Luthiers y otros fenómenos de la sátira moderna y el humor negro.
Pero independientemente de todo lo dicho, la amenidad es el rasgo común a todos los textos de Moussong. Este artista no quiere apantallar con ninguna falsa erudición ni con un vacuo culturalismo o culteranismo; tampoco con un lenguaje intrincado (salvo cuando parodia los discursos filosófico, psicoanalítico o político), sino dirigirse al lector como si le estuviera hablando. Agrego que, en tal sentido, los grandes ironistas y satíricos de la humanidad, como Luciano de Samosata, Petronio, Juvenal, Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Caviedes, Thomas De Quincey, Francisco Zarco, Oscar Wilde, Gómez de la Serna o Chesterton, han recurrido a un lenguaje llano, y solamente cuando quieren ridiculizar a quien «habla» de otro modo (como, en este caso, los filósofos), hacen uso de sus capacidades polifónicas para hacerlo.
En cuanto a la estructura, cada texto es independiente, pero si la obra se lee de principio a fin, se descubre cierta continuidad. En Tibor, mi tío vampiro, Lazlo nos enseña, quizá de manera indirecta, que en aquello de la búsqueda de las raíces o del origen o del pasado, hay o puede haber mucho de imaginación, sobre todo cuando se es escritor, y no historiador ni periodista ni filósofo, aunque se finja serlo.
Resulta paradójico el pesimismo y a la vez vitalismo de esta obra; su risa amarga, desencantada y a la vez ávida de acción incita a reflexionar sobre la condición humana y nuestro sentido en el mundo. Con este breve homenaje a mi amigo Lazlo Moussong no he querido arruinar su libro póstumo, sino incitar a su lectura, generar cierta intriga por él. Por ello he resaltado sus cualidades literarias y lo que yo considero sus intenciones. En suma, fue un acierto la publicación de Tibor, mi tío vampiro. Faltaría ahora reunir la obra completa de Moussong, o lo que más pueda rescatarse de ella, y editarla como lo merece su autor.
Lazlo Moussong, Tibor, mi tío vampiro, México, ediciones Colectivo TextoAndante, 2020, 96 págs.
Qué buen homenaje le haces a Lazlo, que sabía ser amigo. Abrazos.
Gracias Juan Antonio por este penetrante texto. Me siento contenta de que esta obra se haya editado. Sí, debe hacerse una antología de sus obras.