Andrea J. Roldán

El investigador, crítico y escritor Hans Mayer menciona que a lo largo de la historia de la literatura[1] “las obras de las mujeres siempre se han leído con una concepción moral distinta a la de los hombres”.[2] Si bien sabemos que esta afirmación es innegable, también sabemos que la participación de las mujeres escritoras ha sido esencial para conformar el mundo de la escritura tal y como lo conocemos.

A lo largo de la historia de la literatura, surgieron mujeres que ampliaron paradigmas en la narrativa, como la escritora británica Virginia Woolf, quien haría una de las contribuciones más importantes a la literatura con sus innovaciones al modernismo literario[3] a partir de su monólogo interior y sus reflexiones sobre la condición y la identidad de la mujer; Rosalía de Castro se convertiría en una figura relevante dentro del romanticismo tardío y, junto con  Gustavo Adolfo Bécquer, sería la inspiración principal de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez; Mary Shelley y su Frankenstein o el moderno Prometeo dieron paso a una nueva forma de personificar la diferencia. De la misma manera, se han escuchado nombres de personajes como Scherezada, que cuenta al sultán una historia distinta cada noche para salvar su vida; Julieta, que entrega su vida a cambio del amor imposible; Dulcinea, la ficción encarnada de un personaje ya de por sí literario; Emma Bovary, una mujer ambiciosa que busca su propia suerte al no aceptar una vida junto a su marido mediocre y que, junto con Ana Karenina —quien rechazó y puso en jaque las leyes de lo correcto dentro de la alta sociedad de los zares rusos—, tiene su fin en la tragedia. Muchas de estas personificaciones poseen una característica en común: fueron creadas por hombres. A diferencia de esta situación, mujeres como Charlotte Brönte y sus hermanas, con seudónimos masculinos de Currer, Ellis y Acton Bell, lograron publicar sus obras siendo completamente conscientes de su posición frente a la crítica literaria que no veía con buenos ojos a las mujeres que pertenecían —o pretendían pertenecer— al círculo intelectual londinense. Al respecto, Charlotte escribe en la nota biográfica de los hermanos Bell:

La decisión de ambigüedad fue dictada por un escrúpulo consciente de admitir nombres masculinos y cristianos, aunado a no querer declararnos mujeres porque —sin sospechar en ese momento que nuestra forma de escritura y pensamiento no era ‘femenina’— teníamos la vaga impresión de que las autoras eran propensas a ser vistas con prejuicio. Notamos cómo los críticos solían castigar a través de un arma personal, y para recompensar usaban adulación que no es verdadero elogio.

Con su personaje Jane Eyre, Charlotte se interesa por explorar la sensibilidad e independencia de las mujeres desde su perspectiva y con un narrador en primera persona, lo que permite interiorizar la experiencia de los personajes. Por otro lado, en El amante, Marguerite Duras escribe sobre su infancia en Indochina y el amorío que vive con un joven casi diez años mayor, un recurso que expuso abiertamente la sexualidad de las mujeres en la literatura, cuyo trasfondo no fuera interpretado o imaginado por un hombre.

Para el final del siglo XX, la literatura moderna y sus autoras comenzaban a vislumbrar una nueva era: el progreso industrial. Gracias a que las mujeres tuvieron una participación económica más activa en la primera y segunda guerras mundiales[4] y los nacientes movimientos feministas tomaron más fuerza en las ciudades, las mujeres comenzaron a tener una mayor producción literaria.

En México, la historia no es muy distinta. Sin la participación de mujeres como Malintzin, o doña Marina, quien fue muy apreciada por grupos indígenas y españoles, la toma del imperio mexica nunca habría sido posible e, incluso, sin su mediación cultural, las muertes habrían sido mayores.[5] La Malinche, al pertenecer a la clase noble, contaba con un conocimiento diplomático que le permitía analizar y contextualizar las conversaciones de los conquistadores y los mesoamericanos antes de traducirlas; hablaba nahua, maya y aprendió español. En el Códice Florentino la vemos representada con la vírgula de la palabra, símbolo de que era una mujer con la autoridad y el reconocimiento de la gente para hablar a la par de los hombres.

En 1826, una novela anónima titulada Xicoténcatl retrató a la Malinche como una mujer seductora cuyo único propósito era traicionar a su pueblo, un primer atisbo de la carga histórica que llevaría su nombre. Octavio Paz, en su ensayo Los hijos de la Malinche, continúa por la línea mítica de mirar a la mujer, a La Malinche, como fecundación y muerte, creación y destrucción; este cliché de la mujer mesoamericana como dualidad en combinación con el estereotipo occidental de la femme fatale  no es más que la idealización folclórica y colectiva que persiste aún en nuestros días.

Margo Glantz cuestiona la revictimización[6] de la mujer indígena y su linaje mestizo en su ensayo Las hijas de la Malinche; en él, la figura de La Malinche se muestra desde otra perspectiva: la mujer indígena como sujeto político activo con la capacidad y albedrío de tomar decisiones individuales y colectivas, y que responde a la absolución histórica de su época como un elemento valioso de nuestra historia. Otro ejemplo, igual de importante pero bastante menos conocido, es el de María Estrada, una soldado de Hernán Cortés que no tiene cabida en sus relatos y cuya única información de su vida se ha recogido de las ficciones que se han escrito sobre ella —la imaginación como herramienta de unión entre los espacios vacíos de un suceso documentado y otro—. En la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz menciona algunos datos aislados sobre María Estrada y otras pocas mujeres que participaron en la conquista de Mesoamérica a comparación de las minuciosas descripciones del varón como sujeto de acción, lo que polariza a las mujeres a papeles meramente pasivos y carentes de importancia. La figura de María Estrada estuvo olvidada por mucho tiempo, pero en 1994, Margolo Cárdenas decidió tomar a esta mujer como inspiración para escribir María contra viento y marea y, posteriormente, en 1997, Gloria Durán escribió María Estrada. Ambas historias —ficcionadas— despertaron de nuevo el interés por reivindicar el papel de la mujer como un elemento referido en la historia de México.

La personificación de las mujeres en la literatura escrita por hombres ha estado plagada de estereotipos y arquetipos en la literatura universal: Madame Bovary —personificación de Delphine Delamere[7]—, Ana Karenina —inspirada en María Hartung[8]—, La Malinche y María Estrada son cuatro de los muchos ejemplos; sin embargo, y como es ya sabido, el papel de las mujeres como escritoras ha permanecido en menor proporción que el de los hombres. ¿Es percibida distinta la mujer como personaje que la mujer como escritora? Retomando la idea de Hans Mayer, se trata de una cuestión moral y conservadora que se desprende de la cultura histórica alrededor de la mujer. En el contexto de las circunstancias particulares de cada época, era, definitivamente, mejor aceptada la mujer como personaje que como escritora.

En México, el reconocimiento de mujeres escritoras del siglo VI al siglo IX, suele ser muy escaso, al igual que en la literatura universal. La única mujer que destaca como escritora erudita en nuestro país y que ha sido incluso un estandarte para muchas generaciones, es Juana Inés de la Cruz. Su obra fue amplia e innovadora para los estándares de la época, aun cuando debía usar un seudónimo que la presentara ante la sociedad como hombre, recurso frecuentemente utilizado en la historia literaria por muchas escritoras conscientes de sus posiciones ante las figuras de poder político, social e intelectual. La figura de Juana Inés fue reivindicada, pero por cada claro, un oscuro: su mitificación fue inevitable y, como consecuencia, dicho mito es más conocido que el trabajo de la escritora.

Así como Inés de la Cruz, hubo otras mujeres que crearon literatura y que tuvieron una participación activa y colectiva con sus obras, cuya importancia pasó desapercibida: su trabajo no volvió a ser reeditados ni documentado adecuadamente. Dichas obras se irían perdiendo con el tiempo. Algunos nombres que podemos rescatar son los de Laureana Wright de Kleinhans, Josefa Murillo, Laura Méndez de Cuenca, entre muchas, contemporáneas o no de Inés de la Cruz.[9]

En el siglo XX, los movimientos de liberación obrera y campesina dieron un lugar también a la mujer, y su papel en la historia fue cada vez más relevante. Los títulos escritos por mujeres comenzaban a tomarse en cuenta y, mientras en muchos otros países las mujeres ya contaban con el derecho a votar y a ser votadas, en México[10] Las prioridades se concentraban en darle estabilidad y reconocimiento al país que recientemente se había vuelto república.

La Revolución mexicana había dejado una nación dividida y explotada. La condición de las mujeres se encontraba muy por debajo del orden establecido en otras repúblicas y las únicas que podían tener acceso a la cultura eran quienes pertenecían a familias acaudaladas que se educaban en los menesteres del arte y el hogar. Pasada la primera década del conflicto armado, en 1931, en Xalapa, Veracruz, se publica Cartucho, relatos de la lucha en el norte de México por Nellie Campobello. Este nombre comienza a escucharse en los grupos intelectuales de México. Cartucho pertenece al movimiento literario conocido como novela de la revolución[11] y que se entremezcla con la literatura de contenido social[12] —de la que también proviene la literatura indigenista—[13] y que se considera el principio de la literatura mexicana escrita por mujeres en el siglo XX. Es Cartucho un paradigma y una revelación. La mirada de la escritora no se limita sólo a la mirada de la mujer, sino también a la de la infancia, que, como dice Juan Villoro, es una mirada que no juzga. Además, su obra ha destacado por la brevedad de sus cincuenta y seis relatos en los que cabe una historia no contada de la Revolución. Respecto a la narrativa de la escritora Nellie Campobello, Ermilo Abreu Gómez, escribe:

La prosa de Campobello, en efecto, reclama (está reclamando desde hace años) un estudio técnico para poner de relieve no sólo su maestría, diríamos general, sino también los sabios recursos de su arte que es, al mismo tiempo, producto de su intuición y de su estudio. Veremos entonces cómo ella ha sabido amalgamar con destreza la lengua hablada con la lengua escrita; amalgama tan perfecta que nunca sabremos distinguir dónde están las junturas ni dónde las fronteras. Milagro que sólo realizan aquellos que tienen, de nación, la facultad de expresarse con un idioma que empieza dentro del espíritu mismo, como si saliera de la propia y entrañable savia del alma. Leer a Nellie Campobello es leer a uno de los pocos clásicos del idioma que tiene México.[14]

Cartucho fue uno de los puntos clave que inauguró la literatura escrita por mujeres del siglo XX en México; posteriormente, mujeres como Josefina Vicens y su Libro Vacío, en el que mostraría las vicisitudes metatextuales de escribir una novela; Amparo Dávila, que recibió en 1977 el Premio Xavier Villaurrutia por Árboles petrificados; Elena Poniatowska y su multiplicidad narrativa y experimentación con diversos géneros, como el ensayo, la novela, el testimonio, la crónica y la poesía; Esther Seligson, que tradujo a grandes de la literatura y la filosofía, como Emmanuel Levinas, E. M. Cioran, Edmond Jabés, Virginia Woolf, Marguerite Yourcenar, entre otros; Inés Arredondo, que denunció en sus treinta y cuatro relatos que compone su obra los “secretos ocultos”, como el abuso sexual, el maltrato de los padres a los hijos, el autoritarismo, el machismo, el aborto, el incesto, etcétera, inherentes a muchas familias mexicanas[15], entre otras mujeres que se fueron perdiendo a lo largo del tiempo, se posicionaron como grandes escritoras de la literatura mexicana del siglo XX y dieron los primeros pasos para que en la actualidad la producción literaria escrita por mujeres mexicanas sea mucho más vasta y libre en cuanto a temáticas y técnicas. De la misma manera, la historia de la literatura comienza a reescribirse desde otros ángulos y las investigaciones sobre los trabajos de muchas mujeres comienzan a surgir, y con ellos, la oportunidad de recuperar un acervo oculto que es parte de nuestra historia.

[1] En 1759 en Cartas acerca de la literatura actual, Lessing define la literatura como las obras resultantes de las inquietudes estéticas de la humanidad. En 1775, la palabra literatura pasó a designar el conjunto de las obras literarias de un país.

[2] Vivero, M. (2006). El oficio de escribir: la profesionalización de las escritoras mexicanas (1850-1980). 2006, de Revista de Estudios de Género. La ventana, Sitio web: https://www.redalyc.org/pdf/884/88402407.pdf

[3] El modernismo literario fue el movimiento de ruptura con la estética vigente que se inicia en torno a 1880 y cuyo desarrollo fundamental alcanza hasta la Primera Guerra Mundial. Tal ruptura se enlaza con la amplia crisis espiritual de fin de siglo.

[4] Debido a que los hombres morían en la guerra, la escasez de la fuerza de trabajo en las fábricas de armas y otros comercios obligó a los gobiernos a impulsar, obligar o incentivar a las mujeres a trabajar, lo que llevó a muchas de ellas a adquirir independencia económica.

[5] Díaz, A. (2019). Mujeres en la conquista, olvidadas. El universal, Cultura.

[6] Se conoce como revictimización al proceso mediante el cual se produce un sufrimiento añadido a la víctima.

[7] Flaubert utilizó la historia de Delphine Delamare, la segunda esposa de un médico rural de Normandía, conocido de los padres del escritor. Delphine se suicidó a los veintiséis años, después de acumular deudas y amantes. Joric, C. (2017). 7 datos sobre Madame Bovary. La Vanguardia, Historia y Vida, Cultura.

[8] El personaje de Ana Karenina estuvo inspirado en Maria Hartung, la hija del poeta ruso Aleksandr Pushkin. EcuRed. (desconocido). Anna Karenina. 2021, de EcuRed Sitio web: https://www.ecured.cu/Anna_Kar%C3%A9nina

[9] En el 2015, la doctora Leticia Romero Chumacero recuperó la obra y vida de muchas autoras en su segundo libro Poetas mexicanas del siglo XIX.

[10] Fue hasta el 17 de 1953 que las mujeres adquirieron el derecho a votar y ser votadas.

[11] Martínez, J. (2018). Novela de la Revolución. 2021, de Enciclopedia de la literatura en México Sitio web: http://www.elem.mx/estgrp/datos/49

[12]  Tornero, A., Pereira, A., Albarrán C., Rosado, J. (2004). Literatura de contenido social. 2021, de Enciclopedia de la literatura en México Sitio web: http://www.elem.mx/estgrp/datos/35

[13] Una de las principales exponentes y pioneras de la literatura indigenista es la peruana Clorinda Matto de Turner.

[14] González, E. (1969). Nellie Campobello. El Día.

[15] Albarrán, C.. (2015). Inés Arredondo. 2021, de Enciclopedia de la literatura en México Sitio web: http://www.elem.mx/autor/datos/72