Juan Antonio Rosado Z.

Para Bernardette Moreno, las palabras son «esclavas de ecos remotos» porque su poder de invocar, evocar y convocar se traslada de la lejanía a las presencias, del ayer al ahora, del allá al aquí. Domadas por el artista, ellas se metamorfosean en sus trayectorias a menudo para cumplir los designios, propósitos o condenas de quien las porta, de quien las endiosa o sataniza, pero también para cerrar ciclos que, por ser especulares, se vuelven obsesivos sobre sí mismos, a fin de anular el tiempo en los espacios de las hojas del poemario. Ellas, las palabras, se posan entre el cielo y el abismo y, en la edición que presento, van acompañadas de las imágenes femeninas en blanco, rojo y negro de Priscila García, imágenes que rescatan —sugestivas— las circunstancias interiores y exteriores de los posibles mundos de la femineidad. Es claro: cuando se muestra, el yo lírico es la misma femineidad proclamada desde texturas y sensaciones tan hondas como diversas.

Bernardette Moreno inició su travesía con una reflexión en torno a su materia prima: la palabra, de la que se considera esclava. El poder de los remotos y presentes ecos pervive incluso tras el silencio de cada punto. Los vocablos forman frases que sólo se dejan atrapar en el eje diacrónico, en la temporalidad que, paradójicamente, las devora dejando sus huellas, sus sensaciones e imágenes, sus sentidos multívocos. Son algunas de estas huellas las que intento encontrar en este breve texto sobre un poemario cuyas 21 piezas yacen entre el cielo y el abismo. Por ambos se dejan atraer y de uno a otro lado se transportan. Las 21 voces pueden cifrarse, entre otras intensidades, en su tono a la vez seguro, fuerte e introspectivo; por lo tanto, en su autenticidad. Es lo menos que puede pedírsele a un artista que, además, al intentar acariciar la percepción ajena con la propia, espía impune la alteridad o la considera tan sólo su destinataria. Utilizo este último término en su sentido de destino, porque, como afirma Bernardette, las palabras «atoran y desatoran destinos». ¿Qué seríamos sin ellas?

Los cuatro umbrales en que se divide el poemario, esos cuatro umbrales que yacen en medio de los dos polos descritos en el título, convocan al otro y, en consecuencia, al yo como percepción que narra o describe, indaga o cuestiona, denuncia o interroga, canta o simplemente percibe sin conformarse con la mera percepción: busca uno o varios destinos. «Apariencia» emerge con la imagen de un acaso mendigo contrahecho que, no obstante, nada pide: es la alteridad, tan sólo un hombre. Y también es clara la ubicación simbolista de las presencias que desfilan en secreto, de los ojos que «prefieren espejismos». Si el poema «Apariencia» evoca la mirada, no otra cosa hacen el «Retrato 1» y el 2. Pese a la sugestión visual de los títulos, estos poemas no se hallan exentos de profundidad conceptual; por ejemplo:

El alma discrimina: ser o pretender.

La esencia no oculta, no miente;

su secreto es ser y nada más.

En «Retrato 1» pervive la imposibilidad de llegar al otro:

¿Cómo mirarte ahora

si cada quien posee su espejo,

si tu mirada y la mía no se cruzan,

no se acercan, no se abrazan?

Aquí, se retrata a un ethos. La pieza es más etopéyica que prosopográfica: se indaga, se penetra en el carácter de la otredad y, con ello, en el del propio yo poético. Se trata de piezas líricas cuyo tema es la búsqueda y que, en el mismo sentido que conduce a la alteridad, contrastan, sin embargo, con las cuatro partes de la «Crónica de desamor», pequeña obra multiperspectivista que observa desde la sombra, desde la corteza, desde la naturaleza, desde la razón. Resultan memorables  versos como «Juegan con la muerte y arriesgan la vida./ Juegan con la vida y encuentran la muerte». En esta crónica, la única certeza es la oscuridad. ¿No es acaso la única certeza de todo ser enfermo de conciencia y sensatez?

En la sección titulada «Desde dentro», el objeto poético no es ya el otro, sino el yo. Por supuesto, es imposible eludir al otro, pero la primera persona gramatical, que se instala para quedarse, intensifica la ipseidad como entidad total que se mira y, a partir de dicha mirada, contempla lo que lo circunda, lo que el filósofo español José Ortega y Gasset ha llamado «las cosas mudas que están en nuestro próximo derredor» y que, cerca, muy cerca de nosotros, «levantan sus tácitas fisonomías con un gesto de humildad y de anhelo». En el poema «MT», leemos los siguientes versos:

No lo niego: me gustan las joyas,

la ropa de marca,

las pasarelas, los perfumes.

Me encanta la buena vida,

el glamour,

los lugares de moda y el dinero.

La vida circundante se salva y, por tanto, se salva el personaje, se salva el yo con sus pestañas, pelucas, uñas, tintes… y aparece «la muñeca ideal para el macho manipulador». Todo es parte de este espectáculo de lo real, de este reality show que se inicia e incita, que se enmascara y desnuda. Poemas como «La grieta» o «Ser mexicana» ahondan en la propia identidad y sus recovecos a veces indescifrables, sus nacimientos, cambios, muertes y resurrecciones.

En la tercera sección, «Añoranzas», la mirada y los sentidos se exacerban y viajan del yo al otro, en diálogos secretos e insospechados desde una torre de hielo, tras barrotes, y luego, habiendo roto el candado, el yo cruza los puentes con una «bota de lluvia» y encuentra a sus amigos. El espía del poema homónimo mira y lo miran, pero el otro se aparta, se aleja. Hay luto y melancolía, búsqueda y evasión, huida, deslizamientos. Y si lo anterior ocurre en el espacio, en «Mirada al pasado» nos introducimos en lo que el poeta argentino Enrique Molina llama «la mirada de pulpo de la memoria», con sus vidas perdidas e historias bifurcadas, con su mentira y expectación.

«Entre verdades», título de la última parte, contiene tal vez los poemas más vigorosos por sus perspectivas, su sensorialidad y profundidad sicológica. Los versos son quizá más audaces, y las imágenes —impregnadas de seguridad y deseo, soberanía y dignidad, sonoridad e imaginación— resultan poderosas e imperativas, imponentes en su tono y en su ritmo. A veces, su desarrollo se centra en un yo que atraviesa la alteridad; otras, que la comparte, siempre entre claridad y oscuridad, entre cielo y abismo; otras, como sucede en «Una sombra más», se realiza un impresionante análisis del desamparo y su anonimato. En «Letras chiquitas» el yo lírico juega con la paradoja y la ironía. Y con esta pequeña obra de arte, que cito in extenso, concluyo mi presentación entre el cielo y el abismo:

Demandas entrega, espacio, tiempo.

Obligas caricias, palabras.

La vida se dedica a ti

y tú, nada que ofrendar.

 

Hoy atiendo el sentido del acento,

la ubicación del párrafo,

el tipo de tinta y de letra,

la pronunciación de cada frase.

Leo cada palabra.

 

Aprendí a descifrar miradas,

percibir gestos,

comprender los modos.

Hoy puedo leer la letra grande

y también la chiquita,

Aunque…

mi vista es borrosa y tú

lo sabes.

 


Texto leído en la presentación de esta obra, que se llevó a cabo en el Centro de Cultura Casa Lamm el 7 de junio de 2019 a las 18:30 horas.