El miedo lejano 1

Francesca Gargallo Celentani

 

De 1980 a 2015 Juan Antonio Rosado ha seleccionado y reunido 20 cuentos diferentes, alrededor de tres elementos: cuatro discurren sobre el tiempo, siete le guiñan el ojo a la urbanidad y nueve relatos apelan a la pureza, no entiendo bien si porque el autor encuentra honorable la descarnada referencia a los juegos eróticos o porque entre vómitos, fantasías socio-pornográficas, asesinatos, secreciones y familias funcionales a la disfuncionalidad de las relaciones de parentesco, se carcajea de las higiénicas entregas al coito pagado.

No hay que buscar continuidad temática, ni siquiera estilística, en El miedo lejano y otras fobias (Praxis, Ciudad de México, 2017), porque no es un libro de cuentos, sino una recopilación nada complaciente de las obsesiones afectivas y sexuales de un narrador que durante tres décadas no se ha esforzado en resultar cómodo a ningún colectivo político ni literario. Cuenta con soltura, encuadra vigorosos escenarios. Su estilo —que de tan colorido puede llegar a ser nauseabundo y de tan asqueroso, revelarse irónico— es siempre gramaticalmente impecable. Las anécdotas se sostienen más allá de los cambios repentinos de la narración.

Si una recopilación de cuentos es suficiente para revelar una poética, Rosado juega con los rasgos psicológicos de personajes que se debaten entre la sinrazón de la abulia, la hipocresía y los atropellos del urbanismo ecocida. Opina a contracorriente sobre el tabaco y las dependencias para revelar una alteridad amoral; suelta opiniones poco convenientes sobre el aburrimiento vital de los burócratas como figuras paternas; se ríe de la medicina como desafío a las determinantes biológicas de cuerpos envueltos en relaciones mercantiles, y no encuentra mejor salida para reírse de los moralismos de pandilla que desafiar la corrección política del sexo, la cultura, las convenciones sociales y las prácticas de enamoramiento heterosexual.

En ocasiones, la narración resulta perturbadora; en otras, roza lo desagradable. Sin embargo sostiene el interés de quien lee y produce reflexiones sobre el anonimato o, más bien, sobre la falta de personalidad de muchas de las relaciones más importantes de la vida. El deseo sexual, como el mal para Hannah Arendt, en un cuento de Rosado puede ser trágicamente banal y en otro revelar la identidad entre un narrador cínico y una víctima de las condiciones históricas y la violencia sexual.  Relator y sacrificado se confunden, así como en el apocalipsis de un terremoto la pureza de una niña es el gancho para relatar una mezcla de sórdidas situaciones que van del riesgo a la decepción.

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De izquierda a derecha, Francesca Gargallo, Federico Ballí y Juan Antonio Rosado. 30 de octubre de 2018 en la sala José Moreno de Alba de la FFyL, UNAM.

La miseria humana en estos 20 cuentos recorre situaciones cotidianas llevadas a una suerte de realidad hiperbólica tan ridícula como cruda, que Rosado describe para racionalizar lo insoportable. Muchos de sus cuentos arrancan de situaciones reconocibles —paseos nocturnos, amores que duelen, matrimonios que van al fracaso, la violencia del país— y poco a poco transforman el escenario de los acontecimientos como cuando en la vida alguien se equivoca de camino regreso a casa y termina en medio de una balacera, mientras la madre, la esposa, el dador de trabajo lo espera ahí donde se supone que debería estar y no está.

“Destino de átomos” es quizá el cuento que reúne más aspectos surrealistas y apáticos, ridículos y nada sorprendentes, desesperantes y obvios, sin caer nunca en un cliché ni bajar la atención de quien lee: dos amigos de regreso de unas cortas vacaciones donde mujeres riquísimas les han ofrecido los placeres que dos clasemedieros no podrían permitirse, se encuentran perdidos en el tráfico de la periferia de la gran ciudad y son abducidos por su cotidianidad envolvente. La exaltación, la banalidad y la degradación de la masculinidad son tratadas con ironía y tristeza por un escritor que con la misma compleja mirada se dirige a otros ámbitos de sus afectos, por ejemplo, la creación.

Lector incansable, conocedor de varias corrientes literarias, crítico de la literatura y analista de la cultura, Rosado no niega las voces que le proporcionan los cuentos de amigos y los poemas escuchados. Sin embargo, sus narraciones no repiten los tópicos de un género. Pasan de la búsqueda de libertad de una escritora a la crueldad física contra un cuerpo que no entiende por qué no puede morir. En ocasiones, los cuentos resultan verosímiles, en otras provocan rechazo; casi nunca tienden a ser solipsistas, pues la multiplicidad de las existencias revela las condiciones de angustia de los personajes. La polifonía de algunas ficciones es agradablemente dialógica y ofrece momentos de respiro en medio de múltiples escenarios de terror.

 

En esta recopilación, resalta el uso de descripciones crudas y de diálogos directos que desencadenan lo inesperado. Rosado es un maestro del enigma del tiempo y la alteridad humana. Por lo tanto, en pocas, rápidas palabras introduce lo que puede darse entre dos personas que opinan sobre algo tan próximo como intangible. Donde más se retrata es en las figuras de rebeldes al clericalismo y a la autoridad moral. Ahí se va de boca en la denuncia de la perversión de los custodios de la moral, acosadores de niños y mujeres, pero nunca traiciona su ironía al convertirlos en héroes. No exalta la depravación de la infancia como tiempo de privación del juicio, sino que la trata como una posibilidad devastadora, la causa de un mal irremediable o de la persecución.

No hay tonos didácticos, moralejas o consejos en estos cuentos, lo cual se agradece. Tampoco hay lejanía con la miseria humana. Rosado nunca se irgue por encima de la condición mortal. Algunos cuentos alcanzan la tensión erótica a través del exceso o el ridículo: nada sutiles, pueden provocar el rechazo o esa tensión sexual absurda que se nutre a la vez del miedo, la repugnancia, el asombro y el deseo. Situaciones envueltas en una situación paródica; excitación coprofílica; suciedades tan atractivas como el poder de someter subrayan la condición espuria de los sentimientos más preciados por una sociedad incapaz de reconocerlos. La lectura de los escritos de Rosado no produce euforia, aunque incita las ganas de seguir fisgoneando en los conflictos, los desdoblamientos de personalidad, las contradicciones que presentan.

 


Texto leído el 30 de octubre en la sala José Moreno de Alba de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

 

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