Juan Antonio Rosado Z.
En un célebre texto de 1893, José Juan Tablada afirma: «Y hoy que se fundan clubs para andar en bicicleta y para jugar foot ball, ¿qué tiene de reprochable que nosotros, en vez de desarrollarnos las pantorrillas y de adiestrarnos los pies, formemos un cenáculo para procurar el adelanto del arte y nuestra propia cultura intelectual? Sin embargo, parece que el público no duda entre una bicicleta y una poesía decadentista, parece que tolera a un bicicletista exhibiendo los asquerosos vellos de sus piernas desnudas y no soporta el más ligero escote en el seno de una musa». Más de 100 años después, seguimos en las mismas, con el agravante de que somos más. Hay, no obstante, quienes se indignan porque una persona de pantalones cortos se hace multimillonaria por golpear un balón inflado de aire para meterlo en un marco. Muchos médicos salvan vidas, cientos de escritores ponen en marcha las ideas y el pensamiento crítico, miles de artistas impactan las emociones e impulsan la creatividad, decenas de científicos colaboran para alejarnos de la superstición y de la estupidez (otros las incrementan o se dedican a robar del erario público), y mientras la mayoría de intelectuales, artistas o profesores no logra un sueldo decoroso o casa propia —y en países como México ni siquiera acercarse a una clase económica media alta—, un futbolista se vuelve millonario por perseguir una pelotita.
Es pertinente recordar el ensayo «Juventud», de Ortega y Gasset, quien afirma que cuando se piensa en la juventud, ante todo se piensa en el cuerpo: «el alma es más perfecta en cierto momento de la madurez que en la juventud». Para Ortega, el cuerpo es puerilidad, y ya en la época de su ensayo (1927), cree que Europa se ha entregado a él: «Brinca elástico el músculo del cuerpo desnudo detrás de un balón que declara francamente su desdén a toda su trascendencia volando por el aire con aire en su interior», y aunque le parezca magnífica esta actitud, concluye con una pregunta contundente: «¿Qué van a hacer a los cuarenta años los europeos futbolistas? Porque el mundo es ciertamente un balón, pero con algo más que aire dentro».
Los deportes son importantes para la salud (también para quemarse los músculos o descalcificarse, cuando no fracturarse un hueso o morir de paro cardiaco), pero no me refiero a la nobleza del ejercicio cuando no se abusa de él, sino al fenómeno popular de contemplar —casi en éxtasis— a esos hombrecillos que se ejercitan ante un público. Esta contemplación implica comprar boletos para un estadio o perder dos horas frente al televisor o radio, y conlleva apuestas y dinero; también fama (a menudo efímera), decepciones, tensión y un cúmulo de reacciones que van de la alegría y el nacionalismo degradado hasta el asesinato.
Quienes se indignan por lo anterior no consideran que el coeficiente intelectual de la mayoría es de menos 100. Esto sugiere actitudes y aptitudes precarias, motivaciones primitivas, apegos sencillos, necesidades y pensamientos simples. Pero el mundo es lo que es —para bien o para mal— debido a la gente pensante. También es cierto que hay pensantes que disfrutan contemplar futbol u otros deportes: es su tóxico. Todos necesitamos algún tóxico de vez en cuando. José Revueltas llegó a hablar de los deportes como «tóxicos», y a Borges se le atribuye la frase: «Si el futbol es popular es porque la estupidez es popular». No podemos leer ni pensar cosas profundas todo el tiempo. Se requiere futbol como también alcohol o religión, telenovelas o cancioncitas tonales basadas en dos o tres esquemas melódicos o rítmicos con letras sensibleras; anécdotas frívolas, pornografía, cine edificante, cuando no sexo y violencia gratuitos y efectistas… Todo ello vende porque es simple y los simples abundan. Estupidez e ignorancia —no son lo mismo: de la segunda todos participamos en mayor o menor medida— se llevan bien; cuando van juntas y la segunda llega a niveles clínicos, son atributos de lo que don Quijote llamaba «vulgo»: Quien no sabe —dice don Quijote—, «aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo». El vulgo nada tiene que ver con una clase social o económica, sino cultural. Lo terrible no es intoxicarse de repente con deportes, sino asumirlos como auténtica identidad y realidad social, nacional y cultural.
Si la palabra religión (de religare) significa estar vinculado a algo, el futbol (y otros deportes en menor grado) se ha convertido en religión: muchos fieles son capaces de acabar con una amistad, golpear, insultar o matar por su equipo. Sabemos que el ser humano es tan sólo capaz de razonar, y que el impulso, las vísceras, emociones, sensaciones y sentimientos suelen dominarlo. También sabemos que los deportes son importantes en tanto ritos de salud y diversión. Nadie niega su importancia, pero lo chocante es colocarlos en el mismo nivel que el arte o la literatura, cuando la función de los primeros, desde el punto de vista del aficionado o espectador, no es sino divertir, hacer pasar un buen rato, y de ninguna manera, «perfeccionar el instrumento por excelencia del pensamiento» (el lenguaje), como lo exigía Justo Sierra de la literatura, ni tampoco perfeccionar las capacidades críticas, intelectuales o cognoscitivas, a no ser que se use el deporte justamente para reflexionar sobre la condición humana, tal como lo hizo Umberto Eco con los fenómenos de masa. En el futbol hay también apocalípticos e integrados y ambas posturas tienen sus argumentos. Cosa muy aparte es la pasión que enajena a la mayoría de los simples, pues si el arte y la literatura desenajenan, el futbol, al igual que las religiones, suele hacer lo contrario: enajenar, y sólo cuando encontramos en él u otros deportes un motivo para analogar, asociar, reflexionar sobre el microcosmos que constituye el espacio limitado en que el homo ludens se desarrolla, pasa a otro nivel: a un nivel cultural porque se le cultiva en el intelecto para representarnos el mundo humano, nuestro mundo.
Resulta curioso el fenómeno de contemplar a esos hombrecillos que se ejercitan frente a una multitud, y el hecho de que tal contemplación implique un inmenso negocio: millones y millones en juego, y no sólo un balón inflado; también es curioso que se incluya el problema del nacionalismo: confundir un juego con una historia y una geografía; con idiosincrasias, culturas y etnias, es decir, con una nación entera, pero estos hechos curiosos adquieren profundidad en un architexto que ha generado toda una tendencia temática en las letras y el pensamiento: la llamada literatura del futbol, como también la hay de tema revolucionario, indigenista, regionalista, erótico, político, homosexual, o sobre el sida, el narcotráfico y otros asuntos, en estilos muy diversos, ya que, como bien apunta el poeta Pedro Salinas, todo es poetizable: «el universo entero es materia de la poesía», y en tal sentido, es innegable la importancia cultural de cualquier actividad humana, incluidos los deportes.