Juan Antonio Rosado Zacarías

 

Ser barroco significa amenazar, juzgar y parodiar la economía burguesa, basada en la administración tacaña de los bienes, en su centro y fundamento mismo: el espacio de los signos, el lenguaje, soporte simbólico de la sociedad, garantía de funcionamiento, de su comunicación. Malgastar, dilapidar, derrochar lenguaje únicamente en función del placer […] es un atentado al buen sentido moralista y «natural» […] en que se basa toda ideología del consumo y la acumulación.

Severo Sarduy, El barroco

Sarduy, Lezama y Carpentier.

No sólo la noción de «modernidad» es problemática en Hispanoamérica, sino también la de «identidad», debido, en gran medida, a que en nuestro contexto se han mezclado distintas formas de interiorización del capitalismo en la cotidianidad, lo que sin duda se ha reflejado de muchas formas en la ficción novelística y literaria en general. A partir de la noción de ethos barroco, tal vez sea posible indagar un poco más en las representaciones literarias de las sociedades pluriétnicas y mestizas, urbanas o rurales de Hispanoamérica en la narrativa del siglo XX, y a partir de la indagación en la denotación y connotación que dichas representaciones o imágenes implican, trazar las contradicciones y respuestas de muchos autores hispanoamericanos ante el problema de la identidad y la modernidad de nuestras culturas. Es verdad que la identidad hispanoamericana —hoy podemos hablar de identidades— ha sido un problema filosófico y literario prácticamente desde las independencias de nuestros países y también durante la pugna entre liberales y conservadores, o unitarios y federales en el caso argentino. Uno de los primeros en reflexionar sobre el tema fue Simón Bolívar, en su célebre Discurso de Angostura. Luego se sumarían —desde ópticas y contextos muy diversos y heterogéneos— autores como Domingo Faustino Sarmiento, José Martí, Eugenio María de Hostos, Ignacio Manuel Altamirano, José Enrique Rodó, Manuel Ugarte, José Carlos Mariátegui, Ezequiel Martínez Estrada, Héctor Murena, Fernando Ortiz, Arturo Uslar Pietri, Miguel Ángel Asturias, Ernesto Sábato, hasta llegar a las reflexiones de autores como Leopoldo Zea, Eduardo Galeano, Jean Franco, Augusto Salazar Bondy, Rosalba Campra, Bolívar Echeverría, Enrique Dussel y un inmenso etcétera. En la etapa modernista, se quiso solucionar dicho problema mediante el eclecticismo literario o «cruzamiento en literatura», como lo propuso Manuel Gutiérrez Nájera. En los estudios literarios, sin embargo, poco o nada se ha profundizado en la novela de formación hispanoamericana como representación del proceso de identidad individual (paralela a la identidad colectiva o nacional), y mucho menos en la injerencia del llamado ethos barroco en la conformación de lo que podría denominarse «narrativa mestiza» tanto por sus temas como por sus recursos, que a veces se emparientan con el mundo indígena o negro, y con el consecuente sincretismo. Miguel Ángel Asturias, por ejemplo, al igual que Carpentier, Lezama o Sarduy, se inclina hacia la exuberancia del lenguaje, hacia una estética barroca, un estilo acumulativo. Asturias afirma que su texto en general «está muy vestido. Pero se lo debo yo indudablemente un poco a la tradición maya. Los mayas tenían pavor al vacío y entonces, por ejemplo, los grandes monumentos ellos los llenaban de figuras y así nos pasa a los escritores con esa ascendencia: buscamos mucha palabra». Por supuesto, la reflexión sobre la ficción literaria no es igual en naciones con marcado influjo indígena o negro (Perú, Bolivia, México, Guatemala, Venezuela, Ecuador, Cuba, Puerto Rico…) que en Argentina, Chile o Uruguay.

El problema fundamental es generar una imagen que, sin ser del todo homogénea o unívoca, logre una aproximación al proceso de búsqueda de identidad a través de las representaciones de la sociedad hispanoamericana en distintas obras narrativas, incluidas aquellas cuyos protagonistas son adolescentes o jóvenes en contextos disímiles, pero unidos por una visión cercana del mundo. ¿Qué tan disímiles pueden resultar las visiones o imágenes sobre una identidad colectiva a partir de la visión individual en naciones o ámbitos (rural o urbano) tan distintos como Argentina, Chile, Cuba o Perú? La hipótesis central es que en la novelística hispanoamericana prevalece una profunda distinción entre el ámbito hispánico y nacional, y el ajeno o correspondiente a otras lenguas europeas, pero curiosamente no ocurre así si se trata de lenguas indígenas o de la cultura negra. ¿Por qué? Desde el ensayo, Uslar Pietri había propuesto una división semejante en La otra América, pero ¿cómo se manifiesta este fenómeno en la novelística a través de lo que Rosalba Campra llama «arquetipos de la marginalidad» (incluido el inmigrante)? Después de estos planteamientos muy generales, se me ocurren algunas hipótesis particulares:

1) La noción de ethos barroco puede asociarse al problema de la identidad hispanoamericana reflejado en su novelística. Desde los puntos de vista estético y económico, puede incluso vincularse tanto a la noción de barroco de Severo Sarduy como a la de consumo o parte maldita, de Bataille. Asimismo, se refleja, de un modo u otro, en obras tan disímiles como Hombres de maíz (Asurias), Los ríos profundos (Arguedas), Ecue-Yamba-O (Carpentier) y Los pasos  perdidos (Carpentier). En estas obras, al igual que en muchas otras, los personajes conviven —en un ethos barroco— con el hecho capitalista que implica un ambicioso mundo blanco, criollo o europeizado  homogeneizante, cifrado en las apariencias o en la simulación, pero este hecho es cuestionado: no se le niega, pero se mantiene inaceptable. Antes, en otras obras mestizas (en temas y estilos), como La vorágine (Rivera), Don Segundo Sombra (Güiraldes), El mundo es ancho y ajeno (Alegría), Huasipungo (Icaza), Hombres de maíz (Asturias) o Las lanzas coloradas (Uslar Pietri), ya puede detectarse el desencanto de un centro homogeneizante y su cuestionamiento. Se trata de narraciones mestizas en su estilo, en tanto que fusionan diversas tradiciones; en tal sentido, recordemos que la renovación de nuestras literaturas se inició con el eclecticismo modernista, que incluso antes de Darío ya incorpora los necesarios efectos sensoriales y sonoros (estrato fónico, según Ingarden) para generar emociones y elevar la función crítica a un alto nivel artístico.

2) Si en ámbitos rurales puede percibirse la manera en que el ethos barroco se corresponde con una de las modernidades capitalistas, y ésta es rechazada por ciertos ámbitos (pensemos en la fuerte crítica contra la capitalización en Hombres de maíz o en Los ríos profundos), es posible percibirla también en los ámbitos urbanos (Eduardo Mallea, Roberto Arlt, Ernesto Sabato, Juan Carlos Onetti, José Donoso, Edmundo Desnoes…). Lo que Bolívar Echeverría considera «crisis civilizatoria contemporánea» puede vincularse estrechamente a lo que Ernesto Sabato denomina «novela de la crisis», sobre todo a partir de sus propias teorizaciones en ensayos como Hombres y engranajes, Heterodoxia y El escritor y sus fantasmas. De Cambaceres, Mallea y Marechal a Piglia, pasando por Pizarnik y Onetti, entre otros muchos, subyace una crisis semejante en las letras del cono sur. Sin embargo, de acuerdo con la realidad cultural de cada nación hispanoamericana, la crisis se desarrolla y entiende de diverso modo. Por ello, para ofrecer una imagen más completa, resulta pertinente resaltar el mestizaje cultural con las acusadas aportaciones indígenas y negras en México, Centroamérica, el Caribe, Ecuador, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela y Paraguay.

3) Al ser la novela un género «impuro» —para usar una expresión de Sabato—, permite un cúmulo de contradicciones, hibridaciones y conciliaciones de contrarios: lo carnavalesco, lo paradojal, las antifonías y polifonías, la sátira, lo cómico y lo grotesco, lo trágico y lo patético, las intersubjetividades y demás recursos que en conjunto tienden a una novela «total» en cuanto a experiencias humanas. Lo anterior, como eclecticismo —y de acuerdo con el planteamiento de Bolívar Echeverría— se puede vincular a un ethos barroco y al mestizaje y sincretismo cultural, pero también a la modernidad y a la crisis de la modernidad. Para Echeverría, el comportamiento barroco parte de la desesperación y finaliza en el vértigo. Esto es visible en las «novelas de la crisis» en Hispanoamérica, donde ya no hay necesariamente (o de manera explícita) ni el desarrollo de la aventura de un héroe ni la convicción romántica (ethos romántico) de pretender trascender o cambiar la realidad a partir del desencanto.

4) Aun con los esfuerzos de, por ejemplo, Fernando Ortiz (Cuba), Martínez Estrada, Héctor Murena o Sabato (Argentina) o Samuel Ramos, el Grupo Hiperion u Octavio Paz (México) por explicar o definir identidades colectivas, la identidad hispanoamericana —transformación histórica y no esencia— se cifra desde la llamada modernidad en un ethos barroco que implica el mestizaje cultural, la superposición, la acumulación de elementos disímiles, como lo mágico y lo real, la exuberancia y la sobriedad. Incluso el Modernismo fue, desde sus orígenes, un movimiento eminentemente ecléctico, cosmopolita y desencantado con la manera en que la modernidad entiende el arte y al artista. Recuérdese el cuento «El rey burgués», de Darío, despiadada crítica contra la forma mercantilista de percibir la creación artística por parte de quienes fundamentan sus vidas en la simulación, a la manera del burgués gentihombre.

Mallea, Onetti, Pizarnik y Piglia.

Habría que establecer un corpus de obras narrativas hispanoamericanas y sus principales paratextos. Asturias se refirió —en una reseña recopilada en el libro París, 1924-1933, periodismo y creación literaria— «lo americano local, lo americano europeo y lo americano universal». A fin de determinar la manera en que se conecta el ethos barroco con el mestizaje cultural, deben repensarse los temas del indígena, el gaucho, el negro y el inmigrante en el seno de sociedades con un capitalismo emergente o ya instalado. Sería necesario contrastar las economías indígenas tradicionales (colectivistas y de tipo tributario) con el capitalismo que aparece, por ejemplo, en Huasipungo u Hombres de maíz. Asimismo, sería pertinente revisar el poder, incluido el político, y reflexionar sobre las grandes diferencias —a las que ya se refiere Alexis Márquez— entre lo que Carpentier denominó «lo real maravilloso» y el llamado «realismo mágico» y la manera en que se manifiesta en ambas tendencias el supuesto ethos barroco. También resulta fundamental analizar la injerencia de las nuevas técnicas narrativas relacionadas con el fluir psíquico y los procesos sicológicos, en particular en la novelística urbana, así como la manera en que se manifiesta el mencionado ethos barroco en la subjetividad. Me parece necesario intentar construir una imagen de la heterogeneidad hispanoamericana y sus procesos de cambio en el ethos barroco en tanto manera de vivir el capitalismo preponderante en distintos contextos socio-políticos.