Estrella Asse

 

Hizo tres ejercicios

de disolución de sí mismo

y al cuarto quedó sólo

con la mirada fija en la respuesta

que nadie pudo darle.

José Ángel Valente

 

Hay poemas que llegan a nuestras manos como si vinieran dentro de una caja de sorpresas. Una vez que la mirada comienza a recorrer los signos impresos en el papel, surge el deseo por sacar a la superficie lo que yace en el fondo, lo que apenas se asoma en los resquicios de las palabras, lo que es mera intuición ante el mundo que el poeta proyecta en su creación.

Al reflexionar acerca de la poesía, Rabindranath Tagore la compara con el impulso primario de la vida, con el estrecho vínculo por el que los seres se descubren a sí mismos, aun cuando no sepan lo que es. Ante ese misterio que no tiene fin, que no se agota por analizarlo ni se puede medir, basta exclamar: «aquí está».

Es verdad que el hallazgo del poema «Almendranada», de Carlos López, basta para sorprender, pero la curiosidad incita a querer adivinar qué se oculta detrás de ese título que fusiona dos términos irreconciliables, tras el choque que produce la unión de una imagen concreta con el concepto abstracto de la negación, del vacío absoluto.

Frente al riesgo de interpretar, siempre cabe la duda; la razón quiere encontrar la homogeneidad, los porqués, los principios que satisfagan todas las preguntas que se suscitan bajo el riguroso escrutinio de la lectura. De manera simultánea, la expresión emotiva del poema toca fibras íntimas, la fuerza de sus imágenes despierta la imaginación, los sentidos reaccionan y, en ese acto receptivo, emergen significados.

¿Cómo conciliar en el centro esa dualidad que, similar al movimiento pendular, va de un extremo al otro? ¿Cómo aprehender la emoción que excede a la cantidad que puede absorberse? ¿Cómo no percatarse del rigor en los rasgos que dan forma, consistencia y ritmo al poema?

Cierto es que ningún lector de «Almendranada» pasará por alto su esmerada forma, su estructura movible que contiene 280 versos decasílabos en los que se entreteje una trama que no tiene inicio ni fin. Los fragmentos que selecciona la memoria del poeta para verterlos en la realidad del presente se adaptan a una lectura de poemas independientes que, en segmentos de 14 versos, van reconstruyendo el tiempo inabarcable del recuerdo. Al igual que el poeta, nos sumergimos en el pasado para presenciar momentos, sensaciones, evocaciones sucesivas que transforman la linealidad de los instantes en círculos que se disuelven y se reúnen en un todo de imposible permanencia.

El poema gira, cambia, los vocablos activan su movimiento, la experiencia sensorial reproduce imágenes; una a una se acoplan a los sonidos que emanan de lo profundo de cada letra, de cada novena sílaba de voces graves, sostenidas en el aliento incesante de cadenciosos compases. En ese concierto de sintaxis, se oyen cantos de añoranzas, de nostalgias interminables, de cuestionamientos vitales.

Escuchar el verso, decía Ezra Pound, es percibir la música que duerme en la palabra, que debe siempre existir para que haya poesía. Si bien «Almendranada» es enjambre de texturas verbales, visibles, audibles, cuidadosamente recubiertas en su envoltura formal, el contorno se desdibuja, se difumina hacia espacios imaginarios, poblados de símbolos que aguardan ser descifrados.

El diálogo está abierto, nos convoca al tono reflexivo de una escritura íntima, huella imborrable de sucesos, forma tangible de vivencias huidizas, fuga silenciosa que da nombre a hondos enigmas, materia que nos aproxima hacia universos desconocidos.

Si interpretar implica que la propia experiencia medie entre la percepción de la lectura y la habilidad para comunicar su resultado, no es por fuerza el único aspecto ni el más importante. Las palabras tienen vida propia, relaciones fundamentales con lo que las rodea. Una imagen vaga, un concepto, una idea que se aloja en la oscuridad de la memoria encuentra un día claridad para transformarse en un poema, para transmitir a otros esa experiencia. El poeta genuino, advierte T.S. Eliot, está oprimido por una carga que debe dar a luz para sentirse aliviado; el poema que compone es una especie de exorcismo contra el demonio. Por ello, mueve en otros sentimientos que no han experimentado nunca y revela lo que otros sienten, pero no pueden definirlo porque carecen de palabras.

El llamado de atención se cumple en «Almendranada»: Carlos López retrata su mundo íntimo, pero nos abre una rendija por la que escuchamos secretos que hasta entonces ignorábamos, atisbamos rostros que pensábamos olvidados, reconocemos viejos dilemas enterrados en recónditas profundidades.

La potencia evocadora de una mariposa al inicio del poema será el vuelo que nos impulsa hasta fundirnos en una identidad compartida. Ella nos lleva a posarnos entre los libros del poeta. En las páginas inertes de los textos, se incuban gérmenes del ser, la experiencia del poeta se nutre de vida, asistimos a la génesis que forja su esencia poética: espejos de letras en los que se reflejan todas las historias; semilla que transmuta en una cosecha de imágenes de frutos milagrosos, útero que abriga el misterio de su origen, ritual que se cumple en el fecundo renacer de cada primavera, espera que se prolonga en la nada.