Juan Antonio Rosado Z.
Una reseña es un placebo: mata o cura por sugestión.
A. Castañón
Vocación y evocación poéticas no se dan aisladas: un abrazo las enlaza y confunde. Así contemplo a cualquier artista sostenido en la necesidad de crear con la palabra. En tal sentido, ha sido ejemplar la labor del poeta, ensayista y traductor Adolfo Castañón, autor, entre innumerables obras, del poemario La campana y el tiempo (poemas 1973-2003). El también Premio Xavier Villaurrutia 2008, ahora saca a la luz pública los dos volúmenes de Local del mundo: Civismo de Babel y Cuadernos del calígrafo. Tal vez no sea tan descabellada la imagen de Jano para evocar ambos libros que en realidad son uno solo, si no fuera por la preponderancia de la temporalidad en la imagen de Jano. En Castañón hay continuidad y ruptura de un vasto y complejo proyecto poético iniciado hace ya más de tres décadas. Lo cierto es que, en el caso de Local del mundo, el primer tomo crea y el segundo recrea, que es otra forma de la creación. El primero (la vocación) se nutre de la interioridad, de la libertad que juega, transgrede, innova, rompe y junta pedazos del yo y del otro; el segundo (la evocación), se alimenta de la contemplación y la revelación, de la lectura de otros poetas, y así descifra signos, interpreta, encuentra, no el alma de las propias palabras, sino la de las ajenas; también innova, pero bajo el control de lo ya dicho.
Civismo de Babel está seccionado en Cosecha 2012-2015, Cosecha 2016, Aforismos y pensamientos, y Local del mundo (a veces prosa). El volumen se inicia con una imagen genésica, y no es para menos: la amiga encinta cuyos ojos reflejan la eternidad posee lo que aún no nace, la Estrella increada. El poeta, siempre habitante de Babel (y del papel en todos sus sentidos), al igual que la mujer encinta, ilumina sus pasos con lo increado, con esos soles que no nacen aún, pero saludan cuando la creadora parpadea. ¿Es la musa o la Diosa castísima que aparecerá después? Tras el punto final de la imagen primigenia, se pone en marcha la energía y el sello, el misterio del Universo, porque el poeta siente dicho misterio, mas es incapaz de revelarlo (por eso es misterio): tan sólo lo intuye y acaso lo explica (ex: fuera de; lo saca, lo desteje sin proporcionarnos su último sentido), y siempre desde otras presencias, como la «Diosa castísima» o las musas. Los dos primeros cantos son al amor naciente; por ello, tras la canción de cuna, el poeta entra en sí mismo «de puntillas».
En «Letras sueltas I» presenciamos las paulatinas y sutiles metamorfosis de la naturaleza maya: «La selva se hace piedra/ sube escalinatas y se hace pirámide». El paisaje persiste en los siguientes poemas, con nítidas e inauditas imágenes. Es paradójico: el civismo nos lleva a la civilización, que tradicionalmente radica en el civis (ciudadano), e incluye un conjunto de pautas o comportamientos sociales. ¿Cuáles son en la confusión de Babel? «Arcoíris», pequeño poema en prosa (como otros aquí incluidos), transmite color y sonido. Se despliegan el culto a la flor, al tiempo que devora, y cuya tragedia se cifra en un pájaro muerto; a las interrogantes, al maestro que nunca llega y así da su lección; a la cultura y poesía chinas y prehispánicas; al resplandor y a la oscuridad, y sobre todo a la fluidez, al flujo feliz, al «vagabundo aroma de naranjos», y tal vez a un México de antes o de un mañana que no vendrá, y a la risa inteligente de la ironía.
Entre mis poemas favoritos se encuentra «Platóteles le decía a Aristócrates», por sus guiños irónicos a la cultura y filosofía universales; por su intención lúdica y a la vez metalingüística; por sus dobles sentidos y juegos conceptuales. Cito tan sólo ocho versos:
El Gallo se fue de Abraxas
y se metió solo al Horno
en busca de su Atanor
y cuando salió de ahí
—ya bien Catulo—
se hizo el Píndaro
y lanzó al aire
Odas, himnos, estrofas
Muy distinto es «Ritual de viaje», que ridiculiza lo mecánico, lo automático de ir a abordar un avión: desde el levantarse de madrugada hasta los múltiples avisos que nos lastiman. Humor e ironía resaltan en «Vacaciones», cuando, entre muchos otros fenómenos, «Las hormigas se maquillan con sal» o «Los caracoles se ahogan en salsa/ los pulpos en tinta de periódico», o «Los lechones desaparecen bajo los pantalones». Es posible que los múltiples juegos semánticos, juegos de palabras, guiños culturalistas e inteligentes de este libro nos hagan creer que «leer puede costar la vida». Lo lúdico se casa con lo grave de la denuncia en la interrogante: «¿Qué recordarán los nietos/ cuando ya todo esté pavimentado?». La personificación del Bochorno como dios perezoso parecido a las tortugas; la hoja de bambú que moja la mirada asombrada; los ojos vacíos de mirar; los mapas de la lluvia; el reloj que se toma el pulso… son algunas presencias memorables por su imaginativa intensidad. Entre los aforismos, destaco los que hacen crítica de la crítica (al fin y al cabo crítica, le pese a quien le pese, pues no hay escritor ni artista alguno que no lleve un crítico dentro de sí).
Cuanto más lo busco, no encuentro en Adolfo Castañón un «a veces prosa», a no ser que sea la prosa (no profana) que antaño surgía en los sermones religiosos, pues incluso en los deleites de sus aforismos y pensamientos, y en el local del mundo, siento el ritmo, el tono, la melopea en oleajes de evocación y sentido. Hay poca distancia entre el poeta y el ensayista; entre el ensayista y el crítico; entre el crítico y el traductor. La lírica en afortunada melodía recorre cada rincón de vocablos, de sintagmas e imágenes.
En Cuadernos del calígrafo, es decir, en este conjunto de pliegos (quaternus) de quien profesa y cultiva les belle lettres, nos dice Castañón que el calígrafo «es un nómada, un pasajero que va de silencio en silencio». Resalta el que su guía sea una piedra, justo la presencia de lo que insiste en permanecer por su dureza (se decía que las piedras son los huesos de la tierra), y allí radica la paradoja: el calígrafo-nómada también desea permanecer, y su permanencia implica crecimiento; por ello su pincel es «un vello de cría», mientras que su tinta, la «calma que ensancha el silencio». El volumen es complejo por su multiplicidad de contenidos. Por su estructura, se trata de un viaje: de China a Irán/ Inglaterra (sobre Omar Khayyam, Edward Fitzgerald, Robert Graves, et al.), pasando por Grecia, Francia y Holanda a través de obras emblemáticas. En palabras del poeta, la obra se compone de «transcripciones, imitaciones, traducciones de poemas y textos de distintas regiones y autores». China es la región más extensa, con versiones sobre dos antologías francesas de poesía china. Marguerite Yourcenar abarca Grecia, con la traducción de Páladas (siglo V de nuestra era), el literato pagano, maestro de letras en Alejandría, quien exclama: «El matrimonio sólo tiene dos alegrías exquisitas: la boda, y cuando el viudo conduce el entierro», y también se interroga «¿Para qué la pompa y los arreos?/ Desnudo nací, desnudo moriré», frase que sin duda prefigura a Sancho Panza cuando abandona el gobierno de la isla Barataria. Es intenso el epigrama que Páladas le dedica a su maestra Hipathia de Alejandría, linchada, en palabras de Yourcenar, «por el populacho cristiano». Páladas fue testigo del fin de un mundo: el heterogéneo y complejo mundo pagano, y del inicio de lo que Yourcenar denomina un «dogmatismo agresivo».
En Francia, entre el poeta Plantin (siglo XVI), Saint-John Perse y una carta de Antonin Artaud no enviada a Albert Camus, aprecio al cantante quebequense Gilles Vigneault, el célebre autor de «Au jardin de mon père», «Gens du pays», «Gros Pierre» o la clásica «Les gens de mon pays». En esta misma sección, Adolfo Castañón imita a Joachim Du Bellay (heureux qui comme Ulysse) (del siglo XVI) para dedicarle un poema a Valle de Bravo: en pocas líneas traza el contraste entre la bella naturaleza y la ciudad: «Más me gusta este lago que las aguas cautivas de la gran ciudad, y más la dulzura de Valle que todas las brisas del mar». Por su estrecho vínculo con México, merece lugar aparte el bello poema «Los olvidados», de Jacques Prévert, basado en la película homónima de Luis Buñuel. Para concluir esta breve remembranza sobre Local del mundo, tomo al azar algunos versos del magnífico poema de Prévert: «Los olvidados/ pequeñas plantas errantes/ de los arrabales de la Ciudad de México/ prematuramente arrancados/ del vientre de su madre/ del vientre de la tierra/ y de la miseria», y concluye: «La última vez que vi a Luis Buñuel/ fue en Cannes una tarde sobre la Plaza de la Cruz/ en la Ciudad de México entre la miseria./ Y todos esos niños que morían atrozmente en la pantalla/ estaban mucho más vivos que muchos de los invitados».
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Adolfo Castañón, Local del mundo (dos volúmenes), México, Universidad Veracruzana, 2018. I. Civismo de Babel, 218 pp. II. Cuadernos del calógrafo, 165 pp.