Samuel Paty

Juan Antonio Rosado Zacarías

El vocablo árabe yihad se deriva de yahad, «lucha» en su sentido amplio: esfuerzo para llegar a un fin. Como religión semítica, al igual que el judaísmo y el cristianismo, el Islam cree que Dios es un fin al que debe llegarse, caso contrario al de religiones como el hinduismo de los Upanishads, según el cual cada individuo es Dios o parte de lo absoluto. Para judíos, cristianos y musulmanes, Dios está separado del humano, quien debe luchar para vencer los obstáculos que hay entre él y su divinidad. Originalmente, la yihad es esa lucha, aunque hoy su significado se haya tergiversado y se lo tome como «guerra» en un sentido literal. Nada más lejano del Islam que aceptó que cristianos hicieran lo que quisieran en su territorio durante la ocupación de España.

El arabista Rafael Cansinos Asséns traduce el principal atributo de Alá como «el piadoso, el apiadable». ¿Dónde, pues, radica la lucha, la «guerra»? En el espíritu, no en la materia, pero además la fe islámica nunca contempló la yihad entre los cinco grandes pilares que el musulmán debe acatar, a pesar de la espiritualidad de yihad. ¿Qué ha ocurrido con los extremistas y su ola de terror? ¿Algo similar a lo que le ocurrió a la cristiandad durante las teocracias medievales y los años atroces de las cruzadas, cuyo nombre fue pretexto para que Europa adquiriera poder sobre otros pueblos?

Es verdad que las tres religiones semíticas (judaísmo, cristianismo e Islam) son por naturaleza las más intolerantes: defienden una única Verdad. No obstante, acaso el Islam sea la más evolucionada: no cree en un Dios padre ni mucho menos trinitario; tampoco en santos ni vírgenes que hacen milagros. Esa manifestación del paganismo está «superada». Alá es algo abstracto e impersonal: ni hombre ni mujer ni padre ni madre ni hijo. Una de las primeras trinidades diseñadas por el cristianismo fue Dios padre, Diosa madre y Dios hijo, pero la madre fue destronada por el espíritu (en griego, pneuma). «Espíritu» (palabra femenina en hebreo) es neutro en griego, y se utilizaba no sólo para designar el espíritu, sino también el semen: se aplicó a la trinidad para explicar el nacimiento del Dios hijo. Los hinduistas tenían una trinidad más congruente con la naturaleza: Creador, Preservador y Destructor. En el Islam, en cambio, Alá no es nada de eso, pero a diferencia de una divinidad concebida como «todo», el dios del Islam es «piadoso y apiadable».

¿Por qué tanta intolerancia en ciertos grupos? ¿Qué ocurre con la piedad del Islam? Una explicación radica en la historia inmediata: los Estados Unidos y Europa nunca han tenido amigos, sino intereses. ¿Quién creó y financió a los terroristas «islámicos» para perseguir esos intereses? El mundo occidental y en particular Estados Unidos. Los más acuciosos analistas coinciden con lo anterior. Es el monstruo incontrolable de un nuevo Dr. Frankenstein.

Ali Bulac, citado por Evelyn Castro en un texto sobre Al-Qaeda, afirma que el concepto de «guerra santa» es de hecho occidental. Los talibanes, creación estadounidense para desestabilizar, se han salido de las manos del Dr. Frankenstein, pero no por ello se debe estigmatizar una creencia caracterizada por su piedad, por lo menos para con las otras religiones semíticas, pues Moisés, Abraham y Jesucristo son anteriores a Mahoma y se mencionan en el Corán, a diferencia de Buda o Mahavira. Por último, criticamos a los islámicos extremistas por lo que hicieron con los dibujantes de Charlie-Hebdo o por la decapitación de Samuel Paty, maestro de geografía e historia  que enseñó a sus alumnos la libertad de expresión, pero se nos olvida lo ocurrido el 28 de junio de 1981 en el teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM, cuando unos guadalupanos medio mataron a los actores que representaban la obra Cúcara y Mácara, de Óscar Liera. ¿Cuál es la diferencia? El fanatismo debe morir y la fe debe ser algo personal. Un dios o una virgen que hacen milagros no necesitan que nadie los defienda.