Elías Abdeel
Bestia de carga
Andar los camellones que me quedan vivos
andarlos con paso adoquinado
Llevar el yugo del tedio
Cargar en el lomo la senectud de los días
Ser una bestia en medio de este día inmóvil
tan sólo una bestia en medio
de este día inmóvil
Aunque no quede lugar dónde pacer en paz
aunque nadie conduzca el arado
Arrastrarlo
Arrastrar el arado alrededor del día
hasta que acabe el día
aunque no acabe el día
He aquí tu bestia de carga, Señor
No dejes caer la noche sobre ella
no dejes caer la lluvia
No es ligera su carga
ni su yugo es fácil
No te apiades de ella, Señor
Apiádate de ella
Apiádate de ella
Bufar
Bufar cerca del polvo
Mezclar el polvo al aire
Resollar en medio del camino
como si dormitara
Dejar que se acerquen las moscas
que los buitres dibujen sus sombras
encima de mí
como si agonizara
Bufar lento y cansado
bufar lleno de odio pero no de odio
No bufar lleno de odio
Soplar solamente la fatiga
toda la fatiga después de la ira.
*
Puede más la rabia
A veces, gobierna la paz.
El vals de los árboles mece mi alma,
el siseo de sus follajes me habla de cerca.
Siento el barro que soy
desde la frente hasta mis plantas,
puedo poner mis manos en la tierra
y volver a ser arcilla.
Puedo ser un mismo soplo contigo,
un sólo viento apacible.
Pero, a veces, puede más la rabia.
Hay veces, digo, en que me toma por las tripas,
arde como carbón al fuego,
hierve desde mi sangre.
Gruñe desde mi voz.
Todo lo consume, llamarada hambrienta.
Todo lo inflama de ira.
Infecta la blanda palabra,
revienta los labios, escurre odio.
He aquí el llanto,
¡he aquí el crujir de dientes!
Aquí retumba el derrumbe de los huesos,
se rompen coyunturas
enfermas de cólera…
A veces, gobierna la paz;
pero, a veces…
a veces, puede más la rabia.
*
Breviario imaginario
(fragmento)
Un ave rompe
la hora más alta
con el primer disparo de sus canciones.
Y herida la hora
se derrama helada
encima del mundo.
Nada sostiene a la mañana en alto
sino el escándalo
de los pájaros.
Las sombras ayer fueron estatuas.
Esta luz de madrugada
cambia de forma
sobre las cosas.
Una humeante espesura de nubes
se esparce por el aire:
cabalgadura de Dios,
oleaje de los cielos…
La ciudad está callada.
La ciudad es mi único héroe.
La ciudad no es más que una leyenda.
La ciudad está quieta y callada.
Pero las sirenas que aullaban la noche
aún se oyen.
Distantes y azules sus luces
(y rojas)
todavía se oyen.