Hans-Georg Gadamer (1900-2002)

Juan Miguel de Mora (1922-2017)

I. HERMENÉUTICA

Mauricio Beuchot explica que «la hermenéutica es la disciplina de la interpretación» y «puede tomarse como arte y como ciencia de interpretar textos. Los textos no son sólo los escritos, sino también los hablados, los actuados y aun de otros tipos; un poema, una pintura y una pieza de teatro son ejemplos de textos».[1] Y, también «textos», «la acción significativa» para Ricoeur y la conversación  para Schleiermacher.[2]

Sin arte y sin ciencia, simplemente existiendo, practicamos hermenéutica en alguna de sus formas, interpretando palabras, sonidos, movimientos, objetos y textos, sin llegar a la filosofía hermenéutica de Grondin, Gadamer, Ricoeur, Beuchot y otros.

Todo lo que vemos, sabemos o escuchamos, origina una hermenéutica, porque toda interpretación es hermenéutica y toda hermenéutica es interpretación. Hay, pues, la hermenéutica cotidiana, de la que nos ocuparemos, aplicada a una noticia policiaca. Nada atractiva, por cierto.

En Olot, población catalana en España, el día 15 de este diciembre, un hombre asesinó a tiros a cuatro personas buscándolas para matarlas, a las dos primeras, padre e hijo, en un bar en el que estaban almorzando; a las otras dos después, en un banco.

Una noticia, como cualquier cosa, es interpretada automáticamente al ser conocida: ésta, como un crimen horrible cometido por un peligroso asesino. Esa primera interpretación es hermenéutica primaria, la de todo mundo, y para casos como éste (que el intérprete valide su opinión [3] es consubstancial con toda hermenéutica), son las leyes que protegen a la sociedad, porque, pese a lo que crean los anarquistas, la sociedad necesita estar protegida por leyes.

El asesino se llama Pere Puig Puntí y es albañil. Todo el pueblo le conoce, lo mismo que a sus víctimas: Joan T.S. y su hijo, Pere T.S., y Ramón T.S. y Anna P. A todos los mató con su escopeta de caza, que tenía legalmente como miembro de la Federación Catalana de Caza. Los vecinos dicen que era una persona solidaria y cordial.

Esta ampliación de pormenores modifica la primera interpretación: un rapto de locura es la explicación razonable para entender que un hombre normal mate súbitamente a cuatro personas. Ese hombre, el asesino, enloqueció súbitamente.

Aún hay más información: los dos primeros asesinados eran dueños de una empresa constructora para la que Pere Puig trabajaba hacía unos 20 años (su patrón, de 65 años, y su hijo, de 35), y le debían los salarios desde el mes de mayo.

En la sección financiera, los diarios afirman que «un año más los ahorradores se enfrentan al dilema de elegir las mejores opciones de inversión. Los expertos coinciden en que la renta variable…»

En la de sucesos dicen: «El albañil hacía varios meses que no cobraba y sus jefes y víctimas, Joan y Pere T., que eran padre e hijo, tenían previsto despedirle en Navidad. Todo apunta a que el agresor decidió su trágico propósito cuando los dos responsables de la promotora le dieron un cheque sin fondos que intentó cobrar en la sucursal de CAM donde cometió sus crímenes» (Público, 17/12/2010).

Un lector de Barcelona se pregunta: ¿por qué los multimillonarios y sus empresas son los amos de todo el mundo —y de sus gobiernos— y deciden sobre las vidas (que les son indiferentes) de millones de personas, como hemos visto en los papeles de Wikileaks? ¿Qué hay de los derechos humanos? ¿Qué del derecho a comer?

A Pere Puig le habían entregado un cheque sin fondos y pensaban cesarlo en Navidad y un amigo suyo dice que el promotor y el subdirector de la CAM «habían involucrado a Puig en la firma de unos papeles que no entendía. Se vio endeudado y a punto de ser embargado de todo lo que tenía», sugirió ese amigo de Puig (las comillas son del diario). Ante un texto ya ampliado se requiere modificar la hermenéutica de la noticia.

Lo que inconscientemente quiso Pere Puig, albañil de Olot, fue hacer la Revolución; la Revolución con mayúscula, para que no haya más gente a la que tras 20 años de trabajo despidan en Navidad debiéndole ocho meses de sueldo y (mientras piensa qué le dará el 24 de diciembre a un padre de 80 años) se burlen de ella con un cheque sin fondos.

Nada justifica el homicidio, nada, excepto la legítima defensa. Que quede claro. (Salvo si se trata de gente sin importancia como la de Irak o Palestina, por ejemplo).

Un tal Mao Tse Tung dijo hace ya mucho tiempo que una revolución no es pintar un cuadro ni escribir una obra… Una revolución es una insurrección, es un acto de violencia.

La hermenéutica es entender, es interpretar.

 

II. CIRCUNSTANCIA

Hace ya muchos años, un campesino tabasqueño fue a inscribir en el registro civil a su hijo recién nacido y cuando el empleado le preguntó el nombre del bebé, dijo:

—Camote Tigre Catorce.

El empleado, estupefacto, arguyendo que eso no era un nombre y no podía registrarlo, preguntó qué significaba.

—Pues es un nombre como otro. ¿No hay uno que se llama Papa León Trece?

Esto aparenta ser una burla irreverente de la Iglesia Católica  por parte del campesino, pero tal interpretación de sus palabras sería equivocada porque el hombre procedía, en su ignorancia, de absoluta buena fe.

Para usar la hermenéutica y entender, aun la que se aplica automáticamente al nivel popular de lo cotidiano, es indispensable considerar que cada uno se forma perspectivas o imágenes de aquello que ocurre en el mundo exterior pero que están totalmente determinadas por el punto de mira subjetivo —imprescindible cuando hay que dar cuenta de las muchas e incontables variaciones de los conceptos que las personas tienen de una cosa.[4] O, como dijo Ortega y Gasset, cada hombre es él y su circunstancia.

Volvamos al campesino: en los inicios del siglo XX, Tabasco carecía de ferrocarril y de carreteras y sólo estaba comunicado al exterior por barquitos costeros (de Veracruz a Frontera y por Grijalva hasta Villahermosa) y, dentro del estado, por vía fluvial o a caballo. En ese tiempo, y por muchos años, gobernó el estado Tomás Garrido Canabal, cuya característica más notoria era su aversión obsesiva y patológica hacia el clero católico en todas sus manifestaciones: frailes, monjas, curas y obispos, de quienes decretó que si no contraían matrimonio fuesen expulsados del estado. Además de derruir iglesias, prohibió que a los recién nacidos se les registrase con nombres de santos, lo cual dio lugar a que toda una generación de tabasqueños, no bautizados (o bautizados a escondidas), tuviese nombres griegos en el registro civil. Pericles, Sócrates, Aristóteles, Platón eran tan normales allí como Juan o Pedro en el resto de México. Pero había otras posibilidades: conocí a un joven conscripto llamado Masiosare, por el himno nacional: «Mas si osare un extraño enemigo», etcétera.

El campesino de Camote Tigre Catorce, analfabeto, nacido y vivido en una remota ranchería en el corazón de la selva, bajo tal gobierno —que duró muchos años— y sin haber visto ni escuchado jamás a un cura, no estaba burlándose de nada. Alguien se había burlado de él, abusando de su inocencia.

La sociedad humana se basa y se desarrolla merced a la interpretación, al hecho de entenderse, que es hermenéutica. Entenderse en lo habitual y comprenderse para llegar al fondo de las cosas es indispensable para la existencia social. El mito de la torre de Babel es definitivo al respecto. Pero la comprensión, la hermenéutica, depende de factores muy diferentes, porque, como dice Grondin, ¿quién sabe con certeza lo que ocurre en el alma del otro cuando expresa una u otra frase?[5]

Un factor principal, como observa Beuchot, es la actitud del hombre ante la muerte, muy diferente según que crea o no en la inmortalidad.[6] Otro es el tiempo, como reconoce Gadamer cuando habla de «los prejuicios y opiniones previos que están en la mente del intérprete».[7] Por esas razones hay que usar la facultad de pensar, que es entender, para saber que nuestro campesino no era consciente de lo que decía.

Y tan es importante la expresión punto de vista[8], milenario en la filosofía Anekantavada de la India (y que Grondin nos cuenta que Chladenius atribuye a Leibnitz), que éste fue el punto de vista de León XIII sobre la libertad (de la Encíclica Libertas, praestantissimum, de 20 de junio de 1888): «Así, pues, de lo dicho se sigue que no es en manera alguna lícito pedir, defender ni conceder la libertad de pensar, escribir y enseñar, ni igualmente la promiscua libertad de cultos, como otros tantos derechos que la naturaleza haya dado al hombre. Porque si verdaderamente los hubiera dado la naturaleza, habría derecho a negar el imperio de Dios y por ninguna ley podría ser moderada la libertad humana».[9]

Desde su punto de vista, León XIII tenía razón, porque al admitirse que la naturaleza fue la que dio al hombre esos derechos, ¿dónde queda Dios?

El papa Benedicto XVI, en la tradicional homilía de Año Nuevo en el Vaticano, «abogó con vehemencia por la paz y la libertad de religión en todo el mundo».

Cada uno con su circunstancia.

 

Roman Polanski

III. LITERATURA Y VIDA

La vida humana es hermenéutica.

Vivir es «comprender» o «interpretar». La vida es comunicación, y la comunicación es hermenéutica, mundo que analizan los filósofos de la hermenéutica, pero que es el mundo de todos, porque todos vivimos interpretándonos.

Mario Vargas Llosa, Nobel de Literatura (que une a sus méritos literarios haber insistido en ser plebeyo pese al título de marqués que, en un rapto de inconciencia borbónica, le otorgó el rey de España), publicó un artículo en El país del 30 de enero sobre la decisión del gobierno francés de no incluir entre las celebraciones del año el centenario de Louis Ferdinand Céline.

Vargas Llosa sabe que Céline era un criminal nazi y lo dice: «Leí en los años setenta su diatriba Bagatelles pour un masacre y sentí náuseas ante ese vómito enloquecido de odio, injurias y propósitos homicidas contra los judíos, un verdadero monumento al prejuicio, al fascismo, la crueldad y la estupidez. Céline… no se conformó con volcar su antisemitismo en panfletos virulentos. Parece probado que, durante los años de la ocupación alemana, denunció a la Gestapo a familias judías, que estaban ocultas o disimuladas bajo nombres falsos, para que fuesen deportadas». («Deportadas» es un eufemismo de la época: iban a campos de exterminio donde hombres, mujeres y niños eran asesinados en cámaras de gas).

Vargas Llosa continúa: «Céline fue un extraordinario escritor, seguramente el más importante novelista francés del siglo XX después de Proust»; sí, Céline era un gran escritor, pero en el artículo raspa algo (¿quizá lo que Agustín de Hipona llamaba verbum internus?) al decir que no homenajear a Céline «envía a la opinión pública un mensaje peligrosamente equivocado sobre la literatura y sienta un pésimo precedente. Su decisión parece suponer que, para ser reconocido como un buen escritor, hay que escribir también obras buenas y, en última instancia, ser un buen ciudadano y una buena persona».

Cita a escritores antisemitas, como Quevedo, Balzac, Pío Baroja, T.S. Eliot, Claudel, Ezra Pound «y muchísimos más». Y concluye: «Que estas y otras eminencias fuesen racistas no legitima el racismo y es más bien una prueba contundente de que el talento literario puede coexistir con la ceguera, la imbecilidad y los extravíos políticos, cívicos y morales, como lo afirmó, de manera impecable, Albert Camus».

Quizá podría comprenderse la posición de Vargas Llosa en defensa de la buena literatura de algunos nazis de no ser porque súbitamente (y sin venir al cuento) aparece en el artículo Roman Polanski, director de cine, polaco de religión judía, escapado de niño del gueto de Varsovia, su madre asesinada en Auschwitz y que (ya siendo famoso) fue acusado, ¡en 1972!, en Estados Unidos, de ataque sexual a una menor de edad, allí donde las prostitutas menores de edad son parte del paisaje. El encono de los jueces yanquis contra Polanski no está claro. El primero, hace 30 años, lo dejó en libertad (previa indemnización a los padres de la «víctima»), pero otro juez decidió perseguirle —¡30 años después!—, aunque la mujer, ya casada y con hijos, declaró que no le acusaba. Detenido en Suiza y solicitada su extradición por Estados Unidos, los magistrados suizos la negaron y lo dejaron libre.

Vargas Llosa goza los detalles de la acusación: «Atrajo con engaños, en Hollywood, a una casa vacía, a una niña de 13 años a la que primero drogó y luego sodomizó». Y, con un lenguaje sardónico y mordaz, compara a Polanski con un nazi asesino: Polanski, dice, le causa las mismas náuseas que Céline.

En ese contexto, Polanski es el judío malo, el contrapeso de los judíos víctimas, porque mencionar al gobierno sionista de Israel y su trato a los palestinos hubiera sido enemistarse con gente muy poderosa en el mundo.

Gadamer dice: «El ideal de superar la determinación natural en una motivación racional constituye, a mi juicio, un extremismo dogmático que no responde a la condition humaine» (Verdad y método, II, p. 262). ¿Intenta el Nobel superar una determinación natural antisemita con la motivación racional? ¿No se nota que lo que el nazi Céline dice de los judíos tiene aquí el contrapeso de los actos de Polanski, que causan «las mismas náuseas»?

Horroriza a Vargas Llosa la violación de una niña, hecho no probado legalmente (y la exniña vive y no acusa) por el judío Polanski. Miles de niños judíos (algunos de familias denunciadas por Céline) fueron sacados con violencia de sus cunas, de sus camas y de sus hogares el 16 y el 17 de julio de 1942, arrastrados al Velódromo de Invierno en París y después a Auschwitz. Y eso sí está probado, y los niños, muertos. ¿Es comparable?

El terror y la angustia de un solo niño judío asesinado por los nazis importan más que toda la obra literaria de Céline.

Sí, de un solo niño.

 


Los tres artículos fueron publicados en la columna «El país de las maravillas» que Juan Miguel de Mora sostuvo por años en el periódico mexicano El Financiero. El primero se publicó el 10 de febrero de 2011; el segundo, «Circunstancia», el 13 de enero de 2011; el tercero, «Literatura y vida», el 30 de diciembre de 2010. Los tres se recopilarán en el libro, de próxima aparición,  Juan Miguel de Mora, un polígrafo mexicano.

 

 

[1] Mauricio Beuchot: Perfiles esenciales de la hermenéutica, UNAM, 2005, p. 11.

[2] H.G. Gadamer, Verdad y método, Ed. Sígueme, Salamanca, 2006, t. II, p. 228.

[3] H.G. Gadamer, Verdad y método, 2007, t. I, p. 379.

[4] Jean Grondin: Introducción a la hermenéutica filosófica , Herder, Barcelona, 2002, págs. 91 y 92.

[5] Jean Grondin: op. cit., p. 90.

[6] Mauricio Beuchot: Perfiles esenciales de la hermenéutica, UNAM, 2005, págs. 69 y 70.

[7] H.G. Gadamer, Verdad y método, Ed. Sígueme, Salamanca, 2007, p. 365.

[8] Un traductor despistado o un corrector distraído dejaron «punto de mira» en el libro de Grondin. Cosa absolutamente distinta a «punto de vista».

[9] Enchiridion Symbolorum o Denzinger, capítulo 8, León XIII (1878-1903).