Marianela de la Hoz

Decidí darme recreo el día de ayer, número de día que no recuerdo dentro del encierro durante la pandemia, para dejar pigmentos y pinceles por lectura tan esperada de Majestic y Yo, el que ve, del escritor León Bejar. Ya lo había leído cuando recién fue publicado y sus letras me dejaron marcada. Todavía me quedan, retomando el título, visiones que llenan mi cerebro, unas terribles y dolorosas, otras conocidas y restauradoras, hoy que me adentro en el oscuro panorama mundial en el que no solo se enferman cuerpos, sino también las almas; de ahí que la obra de León cobra más fuerza y significado.

Yo, el que ve

En este caso Yo la que veo.

En mi trabajo como artista visual, todo aquello que veo, escucho, sueño, hace que mi cabeza traduzca todos estos estímulos en imágenes. Leyendo la obra de León, sus palabras se vuelven cuadros para pintar, para imaginar. Estas imágenes se aparecen dentro de los cánones del barroco, gran dramatismo, búsqueda del realismo a través de la riqueza de los colores, creando contrastes entre luces y sombras, dualismos, BienMal, ChuecoDerecho, DiosDemonio, VidaMuerte.

La magia del arte es que lo que parece ser una visión individualista de la realidad, toca y llega al lector que a su vez profundiza e interactúa con lo que lee. Es un ejercicio inconsciente colectivo. Para cada uno de los lectores que se acerquen a la obra de León, esta será diferente en función de sus antecedentes y sensibilidad. Es evidente que León prefiere dejar cicatrices en lugar de efímeros momentos de belleza superficial; transformación y reflexión en lugar de placer momentáneo; no pretende hacer juicios morales, sino observaciones; no acusa, pero expone. La misión del arte en general es transformar no halagar desde una posición de comodidad. León lo logra de manera contundente.

En Yo el que ve esta dialéctica de revisar entre el vivir y el sobrevivir, entre el existir y el existir sin existir, me lleva a estos tiempos en donde eres lo que tienes, deseas más y más de manera inmediata sin obtener una satisfacción verdadera; se adorna el vacío, la cáscara que nos resguarda, mientras que el espíritu sucumbe adormilado.

El monoteísmo coarta al humano con la mansa creencia en las leyes de un Dios absoluto; las preguntas existenciales están restringidas a mandamientos inamovibles. Los seres humanos estamos repletos de contradicciones, deseos altos y bajos; no hay bien si no existe el mal; no hay luz sin haber conocido la oscuridad. Carlos, como todo humano, es un ser imperfecto, limitado, lleno de dudas y precisamente por eso lleno de posibilidades; es poeta, lleva en su sangre rebeldía y magia, abraza a su sombra jungiana. Me llama mucho la atención que, en otro ámbito, pero también bajo esos mismos parámetros, se mueve Phenex, es un demonio, pero es a la vez un Dios que aprecia a los humanos pensantes para poder entrar en ellos con el propósito de reconquistar su lugar. Ambos saben que sin la posibilidad de la búsqueda, la pregunta, la incertidumbre y la duda no hay posibilidades de existir.

Los personajes de Majestic me producen escalofrío; los veo como mutaciones sociales que han ido formándose a través de tiempos en donde la agresividad y el odio, el hambre de riquezas y poder, las ganas de infringir el mayor daño posible al que no es uno, al diferente, se han ido cultivando casi diría yo por hidroponía. Un cerrajero que sigue inescapables instrucciones abriendo la puerta de un refugio familiar sagrado con tal de no ser asesinado por su clan y un carpintero que cambia los materiales con los que trabaja, corta y pega cuerpos en lugar de la madera, volviéndose torturador de la carne con un fin artístico como un medio de expresión del caos total, quien es bien pagado por gente que goza verlo en acción.

Nada más basta ver un rato las noticias mundiales, asomarse a las redes sociales plagadas de superficial vanidad, a los violentos videos en YouTube, o a un videojuego, a la violencia por la violencia, para comprobar que León ve más allá y sabe que precisamente sus personajes encajan perfectamente en el mundo actual, no solamente en el mundo físico y corporal, sino también en el anímico; nuestro conocimiento, nuestras creencias, nuestros principios son atacados y nos dejan desnudos ante la brutalidad y la sinrazón de un mundo en decadencia.

El personaje de la madre, quien mata amorosamente a sus hijos protegiéndolos así de una muerte dolorosa a través de la tortura, me parece entrañable, heroica; las madres en el eterno sacrificio. León plantea la disyuntiva que tienen los padres entre traer o no niños inocentes a este mundo roto en el cual corren el peligro de sobrevivir sin alcanzar a vivir en un planeta de por sí herido por la crueldad, la destrucción, la ignorancia y egoísmo de sus habitantes.

En el epílogo de Majestic, León reflexiona sobre la diferencia entre quitar la vida y asesinar. La madre quita la vida a sus hijos por amor. ¿Acaso en las guerras se mata por amor a la patria, a la ideología, a la vida? Creo que todos los artistas incluimos parte de nuestras biografías en lo que creamos y claro está, en nuestras ideas y filosofía de vida. Este llegar a fondo y de ahí partir hacia el trabajo personal de encontrar el camino de vuelta me es muy familiar.

Conceptos como el que el arte trasciende normas éticas, el mirar al abismo que te mira de regreso, el haber sido tachado de diferente y por lo tanto de «malo» me lleva a la esencia de las lecturas de aquellos pensadores revisados e incorporados al saber de León. Se pregunta en la narración una y otra vez ¿qué es el mal?

Escribir un libro es todo un portento, cuesta trabajo, dedicación, sangre, sudor y lágrimas. En su libro, León Bejar sobrepasa todos estos requerimientos; le admiro la valentía y pasión con la que se avienta al ruedo sabiéndose ya escritor, alma vieja/joven; tal vez en algún lugar de su ser también busca la trascendencia que da nuestro hacer como creadores.

En fin, una lectura inolvidable, difícil, terrible a veces, pero del lado de la búsqueda del eterno preguntarse en las sombras, que es mi mismo lado.

Bejar Wasongarz, L., Majestic y Yo el que ve, Aliosventos Ediciones AC, El Marqués, 2018.