Juan Antonio Rosado

Para la cristiandad los animales son inferiores al hombre: no tienen alma; la naturaleza no es sagrada, como sí lo fue para los paganos. En el cristianismo, el hombre es rey de la creación porque él está hecho a imagen y semejanza de Dios; la mujer está hecha a imagen y semejanza del hombre, pues fue sacada de la costilla del varón. En el fondo, estas ideas sostienen el machismo, el irrespeto hacia la naturaleza y los animales, el sometimiento de las  mujeres. Además, ¿por qué un Dios bueno permite tanto mal en la Tierra? Se nos dice: «Dios no es responsable del mal; es el diablo, que no es Dios, sino un condenado por toda la eternidad, pero con poderes para tentar y llenar las calderas del infierno con almas que se dejaron tentar y se portaron mal sin arrepentirse». No obstante, Dios permite que el diablo exista y que el ser humano sea «tentado». Entonces, ¿es o no bueno? ¿Tiene poderes o no? ¿O acaso hay dos dioses igual de poderosos, como en el maniqueísmo: Dios y el Diablo?

La imagen del diablo fue tomada de la de un dios pagano: Pan, dios universal de la Naturaleza. También la Virgen María proviene del culto a Isis (diosa madre y virgen a la vez). En el paganismo, los dioses eran fuerzas de la naturaleza. Por ello, los paganos fueron tolerantes y respetuosos en materia de religiones. Sólo perseguían a quienes los atacaban, a quienes derrumbaban sus estatuas y destruían sus templos.

Es evidente que el primer mandamiento judeo-cristiano, «Amarás a Dios sobre todas las cosas», se refiere al llamado «dios verdadero» (un ser personal), y no a otros, sean éstos abstractos (como el Brahman o Alma Universal del hinduismo, o el Alá del Islam, que no pueden representarse). En nuestro momento histórico, cuando los países se hallan cada vez más cerca, es imperativo respetar las creencias de los demás. Dije «respetar» y no «ser tolerantes». Debe predicarse respeto y no tolerancia.

¿Pero qué es en realidad Dios? No es un ser con rasgos humanos (eso sería rebajarlo), ni menos un torturado. Es todo el universo y está dentro de cada uno de nosotros. Dios y Mundo, Dios y Universo, Dios y Naturaleza son lo mismo. Dios no es ni padre ni madre, ni hijo ni sobrino, ni nieto ni juez. Todas ellas son ideas humanas. Tampoco es pureza, ni bondad, ni belleza absolutas. Creer eso sería despreciar el mundo, el «más acá», a fin de privilegiar un mundo de ideas, de abstracciones. La reducción del concepto de Dios a la pura bondad ha producido intolerancia, crímenes y odios. ¿De qué sirvió que un supuesto dios personal haya sufrido? Afirma Borges sobre Jesucristo: «¿De qué puede servirme que aquel hombre/ haya sufrido, si yo sufro ahora?»

Pero la divinidad es el universo mismo, una energía cósmica e impersonal, sin sexo. Es neutro y neutral: se encuentra más allá del bien y del mal, como diría Nietzsche. Es «la cuna y el sepulcro de todo este mundo», como se afirma en el Bhagavad Gita. Si la divinidad es todo, por ese hecho es nada: algo más allá de la razón, de las dimensiones humanas; algo impersonal, amoral, que constituye los avatares del universo: lo positivo y negativo, como en la naturaleza. Lo único que, en consecuencia, puede otorgarle coherencia a nuestra sociedad no es la teocracia ni la manipulación de iglesias, sino las leyes humanas, la ética, la moral de cada quien, sin importar lo que suceda tras la muerte. La base moral debe ser el respeto, la aceptación de toda forma de vida, siempre y cuando no atente contra el próximo, contra nosotros o contra la sociedad. Por tanto, mi primer mandamiento es el siguiente: Antes que a nadie, te amarás a ti mismo para luego ser capaz de amar a los demás y a todo lo que beneficie a la humanidad. Quien no está sano no puede dar salud; quien nada posee nada puede dar.

 


El presente texto se incluirá en un libro de ensayos sobre arte y moral, de próxima aparición.