poesia

 

Carlos López

 

Cuando se habla de poesía y educación uno asume que se hace referencia a algo concreto: la poesía pedagógica y la educación escolarizada que deviene en instrucción; la poesía que se enseña como parte de una materia del programa de estudios; la educación memorística, formadora de personas acríticas, conformistas, útiles al sistema. Sin embargo, poesía y educación son sinónimos de libertad en la práctica, al ejercerlos con pasión, sentimiento, conocimiento, pensamiento, revelación. Se crea al educar; el maestro que persigue la rebelión del espíritu alcanza la luz en la enseñanza. Un maestro que disfruta su trabajo no se empeña en transmitir conocimientos, en convencer a sus alumnos de sus ideas, en tratar de explicar teorías que muchas veces ni son propias. Comparte, dialoga, reflexiona, escucha, aprende. El maestro de poesía no debería existir, pues ésta no se enseña, no se puede definir, ni tiene asidero. No es un oficio, aunque existen oficiantes que la ejercen de manera radical. La poesía es una manera de sacralizar el lenguaje.

Más que exigir a las instituciones que cambien sus programas de estudios y pedirle al mundo depredador y asesino, dominado por las grandes corporaciones, que se detenga y piense un poco en la poesía, hay que crear lectores y eso nunca ha podido hacerse en masa. La lectura debe alentarse de tú a tú y desde muy cerca con los amigos, la familia, los maestros rebeldes, de ésos que van más allá de los programas establecidos y son apasionados lectores. Todos necesitamos de las palabras y de las historias. Desde los tiempos más antiguos hemos anhelado dejar testimonio de lo que nos pasa como sociedad, pero también de manera individual, por eso la poesía está en Gilgamesh y en la Iliada, pero también en los poemas de Safo o de Fernando Pessoa. Cuando aún no tenemos la poesía escrita, cuando aún no somos lectores, si somos muy pequeños o analfabetas, de todas formas el apetito por ella está ahí y aprendemos canciones y memorizamos frases o versos que nos significan algo, que nos dan una imagen o una idea, un ritmo, o que nos remiten a una emoción.

Antes que irnos a lo general hay que estar al tanto de que la poesía a veces se difunde como un secreto; a veces, como un grito, y no tenemos la llave total que abra la sensibilidad de todos los seres humanos. La labor de crear lectores requiere de paciencia y de pasión. No puede transmitirse un conocimiento si el que lo difunde está desconectado de lo que enseña. Es una labor siempre delicada porque no debe haber imposiciones. Jaime Sabines lo expresó muy bien: «No quiero convencer a nadie de nada. Tratar de convencer a otra persona es indecoroso, es atentar contra su libertad de pensar o de creer o de hacer lo que le dé la gana. Yo quiero sólo enseñar, dar a conocer, mostrar, no demostrar. Que cada uno llegue a la libertad por sus propios pasos, y que nadie le llame equivocado o limitado. (¿Quién es quién para decir «esto es así», si la historia de la humanidad no es más que una historia de contradicciones y de tanteos y de búsquedas?)».

Debemos estar atentos: la poesía no nos da soluciones, las metáforas no se resuelven a través de una ecuación; la poesía usa palabras comunes, pero de una forma distinta a la usual y muchas veces nos invita al ensueño (y el ensueño está muy mal visto en estos tiempos en que hay que ser exitoso y producir y entregar resultados concretos); la poesía también nos lleva al silencio (muy mal visto en estos tiempos también, en que hay que tener todos los aparatos posibles encendidos). Por eso la poesía es siempre transgresora, pone el dedo en la llaga de lo que somos, pero también nos saca de lo cotidiano y nos propone otro mundo. La poesía puede darnos consuelo, pero también nos hiere, su efecto es contundente, cualquiera que sea.

No podemos pedir que la poesía concuerde con las exigencias actuales, por eso son necesarios cómplices, amigos secretos; tal vez lo mejor no es incluirla en las escuelas, sino sacarla de ellas y llevarla a todos los ámbitos: formar núcleos de lectura, sesiones clandestinas en casas para leer versos, adentrarse en la mitología, alentar la oralidad, las historias, el ejercicio de memorizar. La poesía está ligada a la vida y su expresión permite que los goces o los dolores se multipliquen. Su enseñanza es gradual y sería bueno que la poesía estuviera en todos lados, no como un objeto de estudio escolar, sino como una experiencia vital. Borges, respecto a la enseñanza, decía: «Así he enseñado, ateniéndome al hecho estético, que no requiere ser definido. El hecho estético es algo tan evidente, tan inmediato, tan indefinible como el amor, el sabor de la fruta, el agua. Sentimos la poesía como sentimos la cercanía de una mujer, o como sentimos una montaña o una bahía, ¿a qué diluirla con otras palabras, que sin duda serán más débiles que nuestros sentimientos? Hay personas que sienten escasamente la poesía; generalmente se dedican a enseñarla. Yo creo sentir la poesía y no creo haberla enseñado; no he enseñado el amor de tal texto, de tal otro: he enseñado a mis estudiantes a que quieran la literatura, a que vean en la literatura una forma de felicidad».

No hay que olvidar que la poesía está hecha de palabras y, aunque los intereses de la poesía, es decir, los temas que aborda, son amplios y diversos, su resultado permanece en el lenguaje y es ahí donde palpita su centro. Tal vez lo primero en la educación es lograr que los aprendices de todas las edades se sensibilicen ante el lenguaje y que el amor por la lectura y la escritura se fomente como una manera de imaginar, de diversión, de autoconocimiento. Lo que un maestro debe procurar es ayudar a que los estudiantes encuentren su voz, algo que puede sonar a lugar común si no se dice que desde ahí se puede fomentar la autocrítica y la originalidad; el respeto por el trabajo y por el lector; la búsqueda incesante de formas distintas de crear; la lectura amorosa, la pasión por atrapar la realidad. La poesía es el relato originario, estamos hechos de poesía. Fuimos creados cuando alguien nos nombró por primera vez. El lenguaje es la materia de nuestra esencia, de nuestros sueños.

A quien trabaja con palabras no le basta sólo tener talento innato, como afirma Charles Simic: «Alguien que aspira a ser poeta debe tener una relación particular con el lenguaje; un buen oído y un gusto por el lenguaje, por usar las palabras de cierta manera. Debe ser capaz de escuchar varios tipos de dicciones y combinarlas. Ése es el trabajo más interesante y difícil con la mayoría de los estudiantes. Hay otros estudiantes, más raros, que no tienen esta relación con el lenguaje, pero tienen una gran imaginación. Lo extraño es que ocho de cada diez de los más talentosos casi nunca se vuelven poetas. Con frecuencia, los que se hacen poetas son aquellos que parecen no poder evitarlo».