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Danzando me adentré en los corazones de la gente, mi nombre era aclamado en las barracas y campos, en los centros de artistas y en los palacios.

Anna Pávlova

 

Karina Castro

Era 1919. Ecos de violencia resonaban en la capital del México revolucionario. Sin embargo, esto no impidió que, desde Veracruz, escoltado por 200 soldados que el entonces presidente Venustiano Carranza mandó poner hasta en el techo, llegara un tren cargado con 81 bailarines, 41 músicos y un vagón entero de vestuario y escenografía. En ese tren viajaba la más grande bailarina de ballet que conocía el mundo en ese tiempo: Anna Pávlova.

Por primera vez se bailaba ballet clásico en suelo mexicano. Los empresarios de la farándula lo presentaron como un espectáculo sensacional, nunca antes visto. El debut de la artista soviética en el Teatro Arbeu (hoy Asamblea Legislativa) sacudió la sensibilidad mexicana, que se esforzaba por comprender una expresión tan ajena. Literalmente, público y crítica no tenían palabras para manifestar sus impresiones: a falta de un lenguaje apropiado —por no decir técnico—, la prensa llamó «bailables» a obras maestras como La muerte del cisne, La flauta mágica y demás repertorio clásico interpretado por Pávlova.

El carisma y el virtuosismo de la bailarina rusa impactaron a los reseñistas de las secciones de cultura, acostumbrados a las danzas populares y a los bailes del teatro de revista. Por su falta de sensibilidad o ignorancia sobre el ballet, calificaron al arte que no asimilaban como «indigno del genio de la Pávlova» y como «danzas frías», «angulosas» y carentes de la «cálida morbidez» con que el público y la crítica relacionaban la acción de «bailar».

No obstante, Pávlova supo ganarse al público mexicano; sabía que la danza es un lenguaje universal y que, para comunicarse con los mexicanos, sólo debía mezclar algunas palabras de ellos con las suyas. Así surgió la célebre Fantasía mexicana, coreografía que homenajea al Jarabe tapatío, pero bailado con zapatillas de punta. Para el montaje de la singular coreografía, Pávlova contó con la asesoría de Eva Pérez Caro, destacada bailarina folklórica y del teatro de revista, quien ayudó a la rusa a incorporar elementos de la técnica del zapateado a la de puntas. La música estuvo a cargo del compositor mexicano Manuel Castro Padilla, y los decorados, del pintor y cineasta Adolfo Best Maugard. En esta ocasión, los teatros no fueron suficientes. Con los aplausos, llovieron sombreros de charro hacia el escenario en lugar de flores. «La incomparable» Pávlova cerró su temporada con dos impactantes presentaciones en el Toreo de la Condesa ante 16 mil espectadores que no la dejaban ir.

Ahora las críticas —todavía sin saber cómo expresarse— echaban mano de imágenes grandilocuentes: «deslumbra nuestras pupilas con el sortilegio de luz de los ballets que tienen el mágico encanto de las figuras siempre vírgenes de un caleidoscopio», «imposible onomatopeya visual», o de frases y adjetivos sensacionalistas: Pávlova era «divinamente única», «la última hada».

Caso muy distinto fue la mirada de los artistas, que quedaron hechizados por la rusa y a quienes no les faltaron las palabras. Rafael López escribió el poema «Anna Pavlova y el jarabe tapatío», y Ramón López Velarde plasmó sus emociones en un poema lleno de espléndidas imágenes, que vale la pena recordar:

 

Anna Pavlowa

Piernas

eternas

que decís

de Luisa La Vallière

y de Thaís…

 

Piernas de rana,

de ondina

y de aldeana;

en su vocabulario

se fascina

la caravana.

 

Piernas

en las cuales

danza la Teología

funerales

y Epifanía.

 

Piernas:

alborozo y lutos

y parodias de los Atributos.

 

Piernas;

en que exordia

la Misericordia

en la derecha,

y se inicia

en la otra la Justicia.

 

Piernas

que llevan del muslo al salón

los recados del corazón.

 

Piernas

del reloj humano,

certeras como manecillas

dudosas como lo arcano,

sobresaltadas

con la coquetería de las hadas.

 

Piernas

para que circuyas

el espíritu, que se desarma

entre tus aleluyas;

si la violeta de Parma

tuviese piernas;

serían las tuyas.

 

Mística integral,

melómano alfiler sin fe de erratas,

que yendo de puntillas por el globo

las libélulas atas y desatas.

 

¡Te fuiste con mi rapto y con mi arrobo,

agitando las ánimas eternas

en los modismos de tus piernas!

 

Otros poetas también le dedicaron versos a Pávlova, como Enrique Fernández Ledesma, el cubano Mariano Brull y José Juan Tablada, quien describe sus movimientos como ejecutados por «alados pies».

Anna Pávlova fue mito viviente de la danza clásica. Murió en 1931, a los 49 años, dejando un legado invaluable. Fue la primera bailarina en realizar una gira mundial. A lo largo de su intensa carrera, revolucionó el ballet clásico y abrió las puertas para su modernización y trascendencia mundial.