Juan Antonio Rosado Z.

Entre las muchas características de una obra clásica, destaca su actualidad: debido a su profundo contenido humano y a su calidad estética, nos sigue hablando a los contemporáneos, independientemente de la época en que fue concebida y del asunto que trate. Nada (1945), de Carmen Laforet, es una novela clásica sin importar que uno de sus temas sea la posguerra civil española. De hecho, como toda obra maestra, puede leerse de diversos modos, sin que uno excluya al otro. Atender sólo las consecuencias sociales, económicas o incluso espirituales de la posguerra en una ciudad como Barcelona sería reducir, simplificar, abaratar la novela, que en su mayor parte transcurre en medio de la atmósfera lúgubre y patética de una casa que en verdad funciona como un microcosmos social. Toda proporción guardada, lo mismo ocurre en obras como La casa de Bernarda Alba, de García Lorca, o La mordaza, de Alfonso Sastre.

Pero más allá de la casa como un microcosmos social, Nada puede ser leída como una Bildungsroman, una novela de formación que se inicia con la llegada a Barcelona de Andrea, muchacha de dieciocho años que deja atrás el lugar de su infancia. Su esperanza es comenzar una nueva vida, aunque se topa con un verdadero infierno lleno de angustias, fracasos, frustraciones, desesperación y uno que otro triunfo, pero sobre todo con la amenaza de su libertad. En casa de sus familiares se topa con la tía Angustias, su doble moral y tiranía; con el tío Juan, cuya cara estaba «llena de concavidades, como una calavera»; con el sádico Román y su patético culto a una deidad sanguinaria; con Gloria, la abuela y otros personajes. En esta casa de muebles «endiablados», en esta ciudad laberíntica, la joven funge como espectadora y víctima de la vida. Las descripciones, algunas muy influidas por el aspecto esperpéntico del expresionismo, invaden los sentidos del lector y producen efectos duraderos, impactantes. Andrea vive una auténtica pesadilla en que sobresalen los juegos de poder. Su nombre proviene del griego aner, andrós, que significa «hombre», pero también «soldado», «héroe», «guerrero». Ciertamente caerá en la enfermedad y en un momento dado será presa de fiebres; sin embargo, tras dicho «descenso a los infiernos» y una resurrección simbólica, esta guerrera de dieciocho años experimentará un proceso de transformación que al fin le ayudará a sobreponerse a las adversidades y reconquistar su libertad.

Si la obra empezó con un viaje, concluirá con otro. Andrea ya es diferente y aguardará lo que le depare el destino. La fuerza de esta novela no sólo radica en su protagonista, sino también en su extraordinaria prosa, en su verosimilitud, en la riqueza descriptiva acompañada por todas las modalidades textuales y por el empleo de los recursos adecuados para producir los efectos que la autora desea. Por lo anterior, es conveniente para cualquier lector (hispanista o no) recordar este clásico del siglo XX.