KRZYSZTOF KIESLOWSKI

Krzysztof Kieslowski

Karina Castro

 

El polaco Krzysztof Kieslowski es probablemente uno de los cineastas más preocupados por la condición del hombre, tanto en su contexto social como individual, lo cual se aprecia desde sus primeros documentales y cintas de ficción que abordan los problemas sociales y económicos de su país, hasta sus filmes posteriores, enfocados más a la interioridad del ser humano. Uno de estos trabajos es Tres colores (Trois couleurs, en francés), trilogía compuesta por Azul (1993), Blanco (1994) y Rojo (1994), filmes cargados de símbolos que el director utiliza de una manera muy particular, pues responden a una sensibilidad (y hasta humor) muy singular y escapan a la interpretación ordinaria que pudiera hacerse atendiendo a la premisa de que las cintas hacen referencia a los colores de la bandera de Francia y se inspiran en los principios básicos de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad.

Si nos hacemos cómplices de la sutil ironía de Kieslowski, de su aguda y a la vez ambigua manera de ilustrar dichos valores, descubriremos que en Azul, primera cinta de la trilogía, está presente la libertad, ya que Julie (interpretada por Juliette Binoche), la protagonista, al haber perdido a su familia, al no tener ya nada, en cierto modo ha quedado libre; ella decidirá si usa esa libertad para comenzar de nuevo o para abandonarse. En Blanco,  Karol Karol (Zbigniew Zamachowski), abatido y humillado por Dominique, su exesposa, reúne fuerzas e idea un plan: sólo rico y poderoso conseguirá que ella deje de despreciarlo, podrá vengarse humillándola, y así, se logrará por fin la igualdad en esa pareja y, quizá, hasta el amor. Por último, en Rojo, dos almas solitarias, la joven modelo, Valentine (Irène Jacob), y el juez retirado, Joseph Kern (Jean-Louis Trintignant), desarrollan un lazo fraterno, ya que a pesar de que —en apariencia— no tienen nada en común, el destino se empeña en unirlos. La ironía radica en que la conexión no puede darse por completo; los separa la barrera invisible del tiempo, simbolizada por el cristal del auto que impide que sus manos se toquen al despedirse. «Tal vez usted es la mujer que nunca conocí», advierte el viejo juez, de ahí que esta película se haya interpretado como un anti romance, de la misma manera que a Azul se le considera una anti tragedia, y a Blanco, una anti comedia.

 

threecolorstrilogy

 

En la última película de la trilogía, el rojo está presente en muchos detalles: las paredes del café, los asientos y las bolas en el boliche, el suéter de Valentine, su sombrilla, las barras y las paredes del estudio de ballet, el auto de Auguste, el fondo del promocional de chicle y el fondo de la imagen de Valentine al ser rescatada del naufragio, la chamarra de Michael (el novio ausente de la protagonista), etcétera. En el Extremo Oriente, el rojo es el color de la unión (sinónimo de fraternidad), simbolizada por los hilos rojos del destino, que están atados en el cielo y guían las vidas de los seres humanos, entrelazándose continuamente. En el cine de Krzysztof Kieslowski, el destino juega un papel muy importante, lo mismo que los efectos de las decisiones tomadas, las coincidencias y lo azaroso. A fin de cuentas, ¿qué es un cineasta sino una suerte de dios que rige los destinos de sus personajes?

En Rojo, esta figura omnipotente está representada por el juez retirado, Joseph Kern, quien ya desde joven decidía sobre los destinos de la gente, separando culpables de inocentes; luego, distanciado de los demás, vigila las vidas de las personas (espiándolas telefónicamente), pero —como un dios— respeta su libre albedrío, observando a dónde los conducen sus decisiones, sin intervenir. Cuando el destino le juega la broma de presentarle a la mujer que pudo haber sido para él si cuarenta años no lo hubieran impedido, ¿por qué no voltearle la jugada para tener una segunda oportunidad?

De acuerdo con el director de Rojo, el tema de la película es el «¿qué pasaría si…?». ¿Qué pasaría si el juez hubiera nacido cuarenta años después?, se preguntó Kieslowski. Sin embargo, me gusta pensar que la maleabilidad del destino podría permitir una segunda oportunidad, y por lo tanto, Joseph Kern, desde su posición semejante a la de un dios (un creador), pudo recrear la figura del joven juez traicionado por la mujer que amaba, y simplemente mover los hilos rojos del destino para propiciar el encuentro con Valentine.

tres colores rojo 1Para continuar con el recorrido por los símbolos que hacen de Rojo la película mejor lograda de la trilogía Tres colores es esencial hablar de la comunicación. Si consideramos el concepto de «fraternidad» como la cercanía con el otro, entenderemos mejor la preocupación de Kieslowski por reflexionar acerca de la comunicación humana en el mundo contemporáneo. El cineasta polaco denuncia la paradoja que existía en la sociedad de finales del siglo XX (y que en nuestros días se ha recrudecido), en la que los seres humanos tenían a su disposición más tecnología que nunca, diseñada para facilitar la comunicación y eliminar las fronteras; sin embargo, dicha tecnología lejos de unir a las personas, las separó y propició la falta de contacto humano. En Rojo, se percibe la necesidad de conexión con el otro, la cual choca siempre con los aparatos telefónicos, que simbolizan la virtualidad de las relaciones humanas de la actualidad, esa ilusión de «estar» con el otro, que sólo provoca un sentimiento de profunda soledad. Mientras Auguste no alcanza a contestar el teléfono, Valentine sí consigue hablar con Michael, pero no comunicarse con él; por su parte, el señor Kern puede escuchar a muchas personas gracias a sus aparatos de intervención telefónica, pero no por eso está menos solo.

Otro símbolo que no quiero dejar de mencionar es el que liga las tres películas: la figura de la anciana que intenta meter una botella en un contenedor de reciclaje, pero no lo alcanza. En Azul, Julie ni siquiera se da cuenta de su presencia; en Blanco, Karol la mira cuando se encuentra en su peor momento (sin dinero y sin casa), pero decide no ayudarla, sonriendo al saber que no es el único que sufre; sólo en Rojo, Valentine finalmente le ayuda a meter la botella, y es como si esa expresión de solidaridad o fraternidad permitiera cerrar por fin la narración, convocando a los personajes de las dos cintas anteriores para que unan sus destinos con los de ésta en un final agridulce que por un lado ata cabos sueltos de Azul y de Blanco, y por otro, deja abiertas las posibilidades de tres «finales felices», pero en medio de una tragedia (otra vez la fina ironía de Kieslowski).

Rojo, igual que sus dos predecesoras, puede funcionar muy bien como película independiente, pero también constituye el cierre perfecto de la trilogía y le otorga un sentido más completo e intenso al demostrar que la casualidad lo mismo puede provocar felicidad que dolor, puede unir o separar.