Juan Antonio Rosado

Hay referentes culturales —específicamente mitológicos— que en apariencia han sido desgastados por su persistente uso y abuso a lo largo de los siglos en la tradición literaria occidental, pero se trata sólo de apariencias, pues no es sino la mirada de quien los percibe, la sensibilidad que en ellos se deposita, la emoción y el simbolismo que esa mirada les confiere, lo que justo les otorga frescura y novedad. Por ello, los viejos mitos y seres mitológicos son inagotables. Lo anterior ocurre con el poemario de reciente aparición Cocktail de griegos, de Leticia Martínez Gallegos, donde duraznos, peras, guanábanas, guayabas, cebollas, frambuesas, piñas, albahacas, melones, entre otros ingredientes, sin importar que hayan sido o no conocidos por los griegos, desfilan junto a los dioses y héroes para formar una sensorial sinfonía de colores, aromas y sabores, no exenta de erotismo, humor, doble sentido y a la vez la humana profundidad del deseo: los duraznos, asociados a Medea; la pera, a Hipólito; la guanábana, a Antígona, y la lista continúa.

Hay poemas descriptivos, de gran colorido y una carga de pasión o de deseo, y otros en que se percibe o atisba una mínima narración, como «Ayax entre bueyes y guayabas» y los versos con métrica popular de «Ya nunca, Heracles», poema musicalizable donde la voz juega de nuevo con el doble sentido. Heracles aparece vestido de mujer, como suele representarse (con su rueca) cuando fue esclavo de la reina Ónfale. La piel de león aquí se trueca por piel de mamey. La siguiente pieza trata justo de Ónfale, quien al enviudar hereda el reino de su marido: «Ónfale, no sufras sin mí». Por su brevedad, lo transcribo:

                     Mi muerte te llegó

como baño de miel.

Te endulzó

cual abeja noble.

Te colmó

de voluptuosidad caramelina.

Te inundó

con jugos de néctar.

Todo, amada Ónfale

para que las moscas

te acompañen en mi ausencia.

Toma, amada, el reino

y gobierna con ellas.

Helena que suda jalea; Artemisa, diosa piña; Sófocles y su canasta de ates; Orión como melón; Hipodomía, diosa sandía… son otras tantas imágenes memorables que por momentos nos recuerdan a los viejos e irónicos satíricos como Marcial, Luciano de Samósata o Diógenes, y por instantes, a Arcimboldo y sus alegorías con frutos, en particular su versión de Vertumno. Una manera entre muchas de «definir» o, por lo menos, de explicar parcialmente el poemario de Leticia Martínez es con el enunciado «sincretismo carnavalesco». La autora, en este coctel o cóctel o cocktail (como usted guste escribir la palabra), sabe bien que las culturas antiguas no carecían de lo que hoy llamamos «sentido del humor», o para emplear un vocablo más afín a aquel espíritu: «comicidad». La intención lúdica es clara desde el título. A veces parece que la autora, además de las imágenes, se dejó llevar por la asociación fónica de las palabras: «Ayax/ guayabas», «aretes/ Filoctetes», «llora/ cebolla», «Deyanira/ mandarina» o «plátano/ Platón» son unos cuantos ejemplos. Pero el poemario no permanece en estos juegos ni en los efectos sensoriales que provocan las frases. Temas como la soledad y la nada, la compañía y el sentido de las cosas, la angustia, la injusticia, la reflexión («Las ideas son dulces trozos de fruta/ que viven en largos edificios/ de fachadas salpicadas por el tiempo») se combinan con lúcidos y lúdicos, deliberados y carnavalescos anacronismos llenos de plasticidad y humor. La lectura de este poemario, caracterizado por su unidad temática, es ágil, veloz. Pese a las referencias mitológicas, la autora nunca cae en la tentación del culteranismo barroco; antes bien, la sencillez y el a menudo tono popular de los versos hacen que la obra se disfrute de principio a fin.

 

Leticia Martínez Gallegos: Cocktail de griegos, México, Ediciones Eternos Malabares, (Colección Mester de Junglaría), 2020, 39 págs.