Estatua de Franz Kafka, de David Cerny. Praga, República Checa.

Karina Castro

De acuerdo con Tzvetan Todorov, en la literatura fantástica, al percibir un evento extraño en el mundo real, el lector debe vacilar entre una explicación racional o una sobrenatural, así como dudar del origen de dicho evento. Partiendo de lo anterior, podemos considerar los cuentos de Kafka como literatura fantástica porque muestran la irrupción de elementos que atentan contra las leyes de la naturaleza y del mundo; por ejemplo, contra la ley de la causalidad. Lo anterior significa que esta irrupción suele atentar contra la lógica y hacer que el lector dude de la causa del evento y de su naturaleza. Sin embargo, lo más importante en los cuentos de Kafka es que no se explica la irrupción: no hay, en efecto, explicación ni científica ni religiosa ni mitológica ni filosófica. No obstante, retomando a Todorov, se plantea el problema de que ya en el siglo XX no era posible hablar de literatura fantástica, pues esta ha sido sustituida por el psicoanálisis, por lo que los relatos de Kafka no serían fantásticos.

Opto por teorías como la de Rosalba Campra, que afirman que lo fantástico en Kafka es más bien pseudofantástico o neofantástico, ya que su principal intención no es producir asombro o miedo ante lo extraño o insólito, sino ante la trasgresión de la realidad para dar paso a la realidad de uno mismo. En varios cuentos, como «Un cruzamiento», «Informe para una academia», «Preocupaciones de un jefe de familia», «Silencio de las sirenas», «El buitre» o «Investigaciones de un perro», Kafka narra en primera persona y utiliza el recurso del monólogo como una manera de generar un inevitable realismo dentro de lo fantástico de los sucesos y de los personajes. Lo llamo inevitable realismo porque el autor —al no utilizar el tradicional narrador omnisciente de muchos relatos fantásticos, que cuenta y describe sucesos insólitos o extraños sin inmiscuirse, dejando al lector solo para que al final decida si hay una explicación racional para lo que ocurrió o no— construye lo que podría ser un género fantástico salpicado de realismo. El monólogo del mono que da un informe a los académicos sobre su vida simiesca antes de aprender a ser hombre es un testimonio en que el lector ya no tiene ni siquiera la oportunidad de ponerlo en duda o preguntarse si es un fenómeno con explicación racional o no. Ahí está el mono, relatando sus experiencias en primera persona frente a una audiencia: «Excelentísimos señores académicos: Me hacéis el honor de pedirme que presente a la Academia un informe sobre mi simiesca vida anterior. En ese sentido no puedo desgraciadamente complaceros, pues cerca de cinco años me separan ya de la simiedad».

Encontramos otro ejemplo de lo pseudofantástico o neofantástico en «Preocupaciones de un jefe de familia», donde el pequeño ser Odradek es eterno, pero carece de una aparente utilidad; esto lo convierte en símbolo del horror humano ante la inevitabilidad de la muerte y el consecuente deseo de trascendencia, ya que dicho personaje parece estar en el umbral de la vida; su existencia es minúscula e irrelevante, y aun así, para asombro del narrador, es permanente y no efímero como la vida humana.

En varios cuentos de Kafka pueden tomarse a los personajes como símbolos en sí mismos. En «Un cruzamiento», el animal mitad cordero es un símbolo de mansedumbre, muy opuesto al gato (la otra mitad del animal), y juntos producen una mirada que por momentos parece humana («¿tenía también aquel gato con alma de cordero ambición humana?»); tenemos también la ironía del mono como símbolo de la libertad, que termina perdiendo al convertirse en hombre. Poco importa en Kafka la irrupción de lo extraño o insólito en la lógica de la naturaleza. Más relevantes son estos símbolos y recursos con que Kafka se adentra en la psicología del ser humano para que el impacto en sus lectores no provenga de la sorpresa de lo que ocurre en el exterior, sino en el interior.