Juan Carlos Salvia

en qué despreciable criatura me convierto
si cada día que pasa estoy
cinco seis veinte poemas más lejos
de arder en llamaradas

Bárbara Butragueño

 

En mi trabajo tengo complicaciones varias.

 

La primera de todas,

tal vez también la última,

es hallarle en el mundo su sitio

a mi labor.

 

Para ser un poeta no existen oficinas,

acuerdos salariales ni extensión de jornada.

 

Nunca es un buen momento

y al parecer tampoco hay propicio lugar

para encender la luz de una verdad a oscuras,

así que normalmente se trabaja a deshoras

y de algún modo u otro perturbando a la gente.

 

Como lo que se alumbra

al encender la luz

no siempre queda claro,

nadie lo quería ver en primer término

y es algo que uno hace bajo ninguna orden

y sin goce de sueldo,

aún puede suceder que te tomen por loco.

 

No es algo que uno venda la poesía.

No hay nada más ridículo que pretender comprarla.

La poesía abre la boca y lo que se produce

es todavía innombrable y no puede

envolverse con papel de regalo.

 

Crece dentro de ti

como una libertad más allá de tus límites,

sin contrato ni prórrogas ni fondos de pensión,

partiéndote la cara contra todos los miedos

y nomás por el gusto de aprender a estar vivo.

 

hombredepalabra

 


Del libro inédito Los gajes de este oficio