Estrella Asse

 

El verdadero viaje al descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener una mirada nueva.

Marcel Proust

 

 

 

 

Un viejo estanque.

Se zambulle una rana:

ruido en el agua.

 

En apariencia sencillo, este haiku de Bashō no es simple: sencillez y simplismo son términos opuestos que nos llevan a pensar sobre el significado de cada una de las palabras que lo conforman. Como dice Octavio Paz: si el poeta no es capaz de hacerlas ir más allá de sí mismas, de sus significados relativos y nombrara lo indecible, las palabras se quedarían en una mera manipulación verbal.

Pero Bashō expresa lo indescriptible en la claridad de sus imágenes, al conjuntar los sentidos en la placidez del que mira con humildad los sucesos ordinarios e insignificantes en un acto sublime. Lo mismo escuchamos el silencio que nos induce a contemplar perplejos un paisaje conocido, como de pronto nos sorprendemos con el golpe ruidoso de una rana que, al sumergirse, altera la serena quietud del agua.

Bajo este intrascendente motivo se construyen entramados profundos que nacen de la cadencia precisa de los tres versos y se bifurcan en la evocación del fluir del tiempo. Semejante irrupción en el silencio destruye la ilusión inmóvil del agua, manantial perenne de vida. El tiempo, en apariencia estático, se mueve en un ritmo libre, impredecible, como si las ondas en la superficie grabaran en su evanescencia el continuo discurrir de momentos que transfiguran la experiencia del que lee con los ojos del poeta.

En el poema de Bashō, el sonido final reverbera, permanece en la sutil fugacidad que renueva el ciclo. Sosiego y perturbación son espejo de la conciencia: el tiempo que en su irreversible curso todo lo transforma. El poeta conmemora la soledad, la ceremonia del encuentro consigo mismo. Atentos a su enseñanza, somos aprendices de la plenitud que emana en la eternidad de sus palabras.