serpientes-india-485x375Juan Pablo Tovar R.

 

 

En el camino de la vida podrás transitar por el sendero de la sabiduría. Si de él sales convencido de no saber nada, es que has aprendido mucho.

Proverbio hindú

 

La cesta vibró con los golpeteos. Mientras la flauta sonaba, la cabeza empujó el mimbre. Extendió el cuerpo mostrando su majestuosa figura que reflejaba la intensidad del sol. Con su hipnotizante instrumento, Savir se movía para captar los ojos de Kala. Un vaivén incesante entre hombre y animal. La razón de Savir moría en el instante en que la mirada de Kala penetraba en la suya. Ambos perpetuaban el instante sin retorno, devolviéndose, a sí mismos, la eternidad.

En silencio,un grupo de turistas admiraba el rito.La energía circundante oprimía el espacio entre los espectadores y el ritual. Savir la seducía con las vibraciones del tumarit. La danza esparció su poder. Era el momento cumbre y, para finalizar, Savir abrió dos cestas más, de donde salieron Denali y Uma —regalos de su segundo maestro—. Ambas desplegaron su ornamenta oscilándose como péndulos. Con Kala,  eran tres y no quitaban la vista de su encantador. La ansiedad de los turistas aumentaba: el sol lamía la expectativa de las frentes. Alrededor, las voces de los comerciantes no penetraban en la atmósfera.

Cesó la melodía. Sutil pero con firmeza, Savir comenzó a guardarlas en la cesta. Su piel quemada parecía un lienzo de cuero donde se han pintado nostalgias y viajes. Kala se mantuvo estática en las manos de su dueño: Savir… Savir… Oscuridad, escamas ajenas, de otra… ¡Nirek, sshaaaa, ssssshaaa, Nirek, ssshaaaa, tumm-ba, tu-tumm-ba, tu-yilezssha, yilesszha!

Mientras caminaba hacia Diglinach, su pueblo natal, Savir miró la profusa sucesión de líneas en sus palmas. Siempre habían significado más que un simple rasgo anatómico; revelaban ciertas inclinaciones. El clima hierve, huele a soledad. Su nariz en forma de gancho perfila hacia la dirección del hogar que ha sido cuna y aposento de su vida. El encantador se movió entre la sensualidad de los montes; el calor creaba esa sensación de movimiento, como si bailara con el horizonte. Sus ojos cafés almusco se perdían en la inmensidad del paisaje. Llegó a su casa.  Antes de entrar, dejó a sus cobras en el suelo para poder abrir el cerrojo antiguo. Sentía los labios deshidratados; era un largo viaje y, por un instante, creyó estar en otro tiempo, en otra circunstancia; no lo azotaban el cansancio de la caminata ni la pesadumbre del sol; no padecía algún malestar físico; aunque su aspecto era famélico, se alimentaba lo necesario y no carecía de fuerza. Contemplaba la vieja puerta que desde aquel incidente permanecía sin alteración: aún sobresalían con claridad las profundas marcas, cicatrices del pasado.

Recuerda, hijo, hay que estar compenetrado con la cobra, arrástrala con la mirada. Olvida la mente, debes impeler el instinto que guarda tu carne. Preséntate respetuoso, mas no dócil o sobresaltado. El cuerpo extiende el lenguaje; los diálogos son mudos, carecen de congruencia. La energía es una potencia que circula el espacio. Al estar guardada, forma una pasividad que no desdobla su poder si no la extraes en cada momento: el reposo significa la muerte; por eso es tan importante el fluir; deslízate con las vibraciones del ambiente. El sonido del tumarit  complementa el rito y atrae a los espectadores, pero es más un artificio que un fundamento. Siempre, no lo olvides, respeta a las serpientes y al ritual. Un verdadero encantador afronta  la muerte a cada momento.

Nirek le entregó a Kala, su primera cobra, que ocupó —no sólo por haber sido un regalo, sino sobre todo por la íntima relación entre ella y Savir— el lugar prioritario entre las otras dos hembras. Los recuerdos del padre y la madre  se diluyeron a través de los agujeros en la puerta. En esa época, los extremistas islámicos dieron un golpe fuerte contra los hinduistas, persiguiéndolos y asesinándolos; quemaron varios templos y saquearon hogares. Entre tanta violencia, hubo grupos que aprovecharon el momento como una oportunidad para generar más conflictos y, sin importar la religión, se fueron de aldea en aldea a robar, violar y asesinar.

Bhuvi, la madre de Savir, fue atrapada al ocultar a su hijo. Los criminales la violaron y después la ejecutaron frente a  Nirek, quien no pudo soportarlo y  tomó un cuchillo para arremeter contra los rebeldes. Esa noche la tierra respiraba entre la sangre. El hijo y  Kala, en completo silencio, se fundieron en la hondura de los astros.

*

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La mañana rojiza extiende su color en el horizonte. Savir despierta, le toma tiempo

levantarse. Decide ponerse su ropa holgada. Tal vez, como acostumbra, medite antes de cazar algo para sus «hijas». La calma del albor es idónea para sucumbir ante las reflexiones diarias. Aunque los roedores no acostumbran salir de día, una pequeña trampa soluciona el problema cuando urge alimento. De vez en cuando, Savir también los come. Antes de alimentarlas saca a Kala para contemplar sus movimientos. Ella lo observa con una mirada absoluta; sería inverosímil afirmar que las cobras tienen gestos, pero existe algo de cierto en eso. Ambos devienen en esa sinergia apabullante. Él la provoca usando el torso, aproximándose, casi besándola: Kala saca los colmillos e intenta morderlo; es un cortejo fúnebre y sombrío que los acerca al éxtasis.

Como amante de la música, en cualquier oportunidad puede sacar de un estuche negro un sitar y deleitarse tocando las melodías que le enseñó su madre. Podría pensar que los días se desploman con dulzura cuando, al final de éstos, las estrellas irradian hasta el más ínfimo rincón de la tierra, y acarician el rostro sempiterno de los mares. Sin embargo, al despertar y contemplar ese amanecer escarlata, Savir escucha a su instinto y sale hacia la ciudad.

La algarabía del centro puede ser aturdidora aunque siempre tiene sus encantos: los comerciantes ofrecen productos; las vacas a mitad de camino roban comida de donde pueden;  entre la multitud, siempre llamativos, los turistas con cámaras y gorras recorren extensos trayectos con la ilusión de no llegar tostados a los hoteles. Savir disfruta mucho el entorno, y también tiene sus beneficios económicos realizar un viaje así de largo.

*

La cesta vibra con los golpeteos. Mientras la flauta suena…

Savir guarda a sus hijas en las cestas y comienza a correr. Dos policías lo persiguen; el hombre se abre paso entre el gentío; detrás de él, los gritos: «Detente, sapera, alto». Entre choques y codazos, pierde a Denali y Uma; de reojo las mira y sabe que si regresa lo arrestarán. Sólo quedan Kala y él, como al inicio. Algunos lo insultan por el duro contacto; otros se mueven para evitar cualquier conflicto. Desesperadamente, caen las gotas de sudor por su cuerpo, sale de la plaza principal y se cuela entre las calles enroscadas. Intenta abrir varias puertas: nada. Suenan los pasos de los oficiales. Se acercan. Hay tres caminos. Toma el de la derecha. Aún puede oír el eco de la autoridad. Una salida, una entrada. Se detiene y, justo antes de que los policías atraviesen el lugar, lo jalan del brazo hacia una entrada amplia.

Un cuarto claroscuro con un par de ventanas a cada extremo. Frente a él, un rostro sutil y atrevido lo observa: la piel almizcle como el fulgor de la mañana; los ojos negros, como una proeza, absorben la energía que circula en el espacio. ¿Por qué lo habría salvado?, ¿quién será esta mujer? Por la ventana, se filtra el frescor del aire e impacta  los cuerpos. Ella lo mira, y él queda atónito, cautivo. No logra comprender la mezcla de emociones que lo inundan, como si lo más terrorífico y placentero lo violentara sin siquiera haberla tocado aún.  Allí se encontraban los tres. Ella persiste en su posición. Savir se acerca y con la funda de sus dedos roza el cuello espigado de la joven. Lentamente, aproxima los labios; las pulsiones aumentan. Se besan como si hubieran sido amantes en vidas anteriores. La desviste  arrastrando sus manos hasta la cintura, rompe el sari dejando desnudos sus senos. La gira para que le dé la espalda.  Ella se resiste y logra sentarse encima del encantador. Le quita el dhoti y, sobre un sillón verde esmeralda, lo aprieta con los muslos para incitar la bestialidad. Penetra a la joven, que oscila con crueldad: los fluidos dilatan su lenguaje. La cesta está abierta. Ella continúa el vaivén, gime y le desgarra el pecho; él aprieta sus nalgas con vehemencia. Elevados, tocan el cielo. Desprendido de sí, Savir se aferra a la joven.

En ese momento, la sinuosa Kala repta sigilosamente hacia el sillón.  Esta vez se consumará el cortejo. Hunde los colmillos en la pierna de su hombre, su dueño, su animal. La vista comienza a diluirse mientras la fiebre se manifiesta. Savir se desploma al suelo y por última vez contempla a Kala. Ella, con un gesto altivo y orgulloso, lo observa morir en aquella tarde escarlata.