Zakie Smeke
Detrás del nombre hay lo que no se nombra.
J.L. Borges
¿Cómo se imagina el lector al autor si nunca lo ha visto o no aparece una foto de él en el libro que está leyendo? En el caso de Jhumpa Lahiri, autora de El buen nombre (2003), es deslumbrante su belleza física, pero más su cacumen y su asombrosa formación intelectual en ascenso.
El relato se inicia en el conflictivo año de 1968 —que marcó un parteaguas en la historia de Europa y América Latina—, en una tarde de agosto, con un calor bochornoso. Ashima está en la cocina preparándose una mezcla de arroz inflado, cacahuates, cebolla y limón al estilo de los tentempiés que se venden en la acera de Calcuta. El alumbramiento de su primer hijo está próximo. Ashima se siente lejos de su familia y de sus costumbres. Dar a luz en una tierra extraña le provoca nostalgia, pues «en India, las mujeres regresan a la casa paterna para el alumbramiento».
En su condición de emigrada, Ahsima «está empezando a descubrir que ser un extranjero es como un embarazo para toda la vida, una espera perpetua, una carga constante, un sentimiento continuo de desvalimiento». Jhumpa Lahiri, desde la vida cotidiana del matrimonio concertado entre Ahoske Ganguli y Ashima, nos cuenta las dificultades que viven dos generaciones de inmigrantes bengalíes a los Estados Unidos. Ashima vive en la nostalgia de sentirse lejos de su familia y de sus rituales. Ashoke se dedica a su trabajo del Instituto Tecnológico de Massachusetts.
La pareja se relaciona con familias y amigos bengalíes para celebrar fiestas y ritos. Destaca su apego a la cultura de la que provienen y al mismo tiempo la dificultad de desapegarse para ser parte de un nuevo mundo.
Los hijos, en cambio, tratan de integrarse a la sociedad de la que se sienten parte para ser reconocidos como estadounidenses. La narradora omnisciente, con una prosa empática, conoce todo lo que sucede y capta muy bien los choques culturales que la familia vive en su proceso de adaptación, rechazo y aceptación, identificación, los conflictos de identidad, necesidades de pertenencia y reconocimiento.
Los principales elementos de la novela se juegan alrededor de la decisión que toma Ahsoke Ganguli después de un terrible accidente ferroviario en el que casi pierde la vida —se salva gracias a que en el momento del accidente leía a Nikolái Gógol—. Casi sin poder hablar, atrapado entre el acero, una de las hojas del libro se desprende y uno de los rescatistas la ve. Tras un año de permanecer inmovilizado y de un matrimonio concertado con la joven Ashima, Ahsoke decide abandonar su previsible existencia en Calcuta y acepta una beca. Se muda a Boston con su esposa y es ahí donde nace su primer hijo.
La ficción se construye alrededor del nombre del hijo. Por azares del destino, los padres no reciben la carta de la abuela donde sugiere el nombre del niño. El requerimiento del hospital es que sin registro no pueden irse a casa. El padre decide que su hijo se llame Gógol Ganguli, en honor al célebre escritor ruso.
La cuestión del nombre es central en esta trama. Gógol crece con un nombre con el que no se identifica, pues es estadounidense, hijo de padres bengalíes, y su nombre es ruso. Su vida transcurre de manera bicultural: «entre korma y hamburguesas; música de los Beatles y viajes a Calcuta, donde a él y a su hermana se les considera extranjeros».
Tras la muerte de su padre y la decisión de Ashima de volver a Calcuta por largas temporadas, Gógol sabe que sin la cercanía de sus familiares su apodo cariñoso pasará al olvido y será Nikhill Gangluni. Gógol-Nikhill recupera su historia al darse cuenta de que el nombre que tanto detestó fue el primer legado paterno, así que empieza a leer.
Jhumpa Lahiri nació en Reino Unido, de padres bengalíes; pasó su infancia y juventud en Estados Unidos. Es autora de El intérprete del dolor (1999), que le valió el Pulitzer y vendió 600,000 ejemplares en Estados Unidos; su libro Tierra desacostumbrada (2008) fue elegido mejor libro del año; también publicó, entre otros libros, La hondonada (2013) y En otras palabras (ensayos, 2015). En 2012 ingresó a la Academia Estadunidense de las Artes y las Letras y en 2015 recibió la Medalla Nacional de Humanidades, así como la beca Guggenheim. Tradujo las novelas de Domenico Starnone Ataduras y Scherzetto al inglés. En la actualidad, reside en Roma.