Juan Antonio Rosado

¿Honrarás a tu padre y a tu madre? ¿Así, sin más? Las frases exentas de matices se escuchan muy seguras de sí mismas: son efectistas (y para muchos, incluso efectivas: funcionan bien porque manipulan bien). En la antigüedad, la verticalidad en las relaciones familiares obligaba a quienes vienen después a observar de abajo hacia arriba en particular a los padres. Hoy, sin embargo, el cuarto mandamiento bíblico, tal como se acata, da risa por trunco, por incompleto, porque tal exigencia, obsoleta como cualquiera, no repara en contextos heterogéneos en que podrían presentarse comportamientos complejos o sutilezas ajenas a toda verticalidad esquemática. Los tiempos cambian. En la antigüedad, los niños contaban poco: o se les trataba como humanos en potencia o se les ignoraba, cuando no se reducían a meros proyectos de los de arriba, quienes no solían enseñarles a formar un criterio y decidir, sino a continuar las tradiciones familiares y religiosas. Por eso muchos adultos prácticamente no cambian: ni cuestionan sus costumbres ni su religión ni sus creencias ni su educación; al fin y al cabo todo proviene en línea directa de arriba: son esquemas predeterminados que deben aplicarse también con los que vienen, y los niños y jóvenes repetirán hasta la náusea dichos esquemas o modelos impuestos por la familia y por su cultura y valores. En una familia de ladrones, los niños honrarán a sus padres robando; en una familia de corruptos, los niños honrarán a sus padres intentando superarlos y siendo más y más corruptos. ¿Alguien se atreverá a romper esos esquemas y ser él o ella?

Matizaré: en principio, la frase «honrarás a tu padre y a tu madre» no es negativa. Se trata de una ley con buenas intenciones, pero como ocurre con toda proposición general, bastaría exhibir una cantidad de casos reales en que los padres no merecen respeto ni honra por parte de sus hijos para destruir la automática «eficacia» de la frasecita. Todo depende de la circunstancia, pero comoquiera que sea, ¿de qué modo puede exigirse honrar si no se honra antes?, ¿acaso el ser humano no aprende primero con ejemplos, modelos, esquemas, y luego se le enseña a pensar si la sociedad y la cultura lo permiten? Coincido en honrar a los padres cuando ellos honran y respetan a los niños, cuando les proporcionan herramientas para forjar el criterio, cuando no les imponen una serie de creencias sin advertirles que son una serie entre muchas otras, cuando les muestran con cultura el relativismo de la misma cultura, a fin de que al entrar en la vida adulta sean respetuosos y tolerantes con otros puntos de vista y otras creencias o posturas. Está probado que, en general, la gente «cuadrada», la que no admite críticas y ejerce la tiranía sobre los demás, surge porque sus padres fueron así.

Pero más allá de toda idea esquemática y ajena al forjamiento del criterio, ¿qué ocurre cuando los hijos son víctimas de los padres? Sucede que a menudo las víctimas se vuelven victimarias y el círculo vicioso del conflicto y de la violencia prosigue y se reproduce en las nuevas generaciones, pues los niños que empezaron honrando ciegamente a sus padres lo seguirán haciendo al comportarse del mismo modo con sus hijos, sin detenerse a analizar el nuevo contexto, las nuevas circunstancias, los nuevos tiempos. El niño golpeado o humillado por sus padres quizá, si no lo superó nunca, golpeará y humillará a sus propios hijos, y también les enseñará a honrarlo porque ese mandamiento es terriblemente vertical y cuadrado. ¿No tienen hoy acaso la misma obligación los padres de honrar a sus hijos? ¿Legalmente no pierde la patria potestad un padre-lacra o explotador? Por ello, mi cuarto mandamiento es el siguiente: Respetarás a tus padres, pero también, ante todo, les exigirás respeto.

 


El presente texto se incluirá en un libro de ensayos sobre arte y moral, de próxima aparición.